sábado, 20 de noviembre de 2010

¿Hablando se entiende la gente?

No, no había sido fácil conseguirlo. Pero finalmente todos los esfuerzos recibieron la debida compensación y el bellísimo, espléndido aspecto que ofrecía el Palau de Montjuich de Barcelona, repleto de congresistas, con las banderas flotando al viento en la fachada, las infinitas luces brillando como las consabidas ascuas de oro en el interior del gran salón, los equipos de televisiones (no sólo R.T.V.E. y R.T.V.G.C., es decir, Radiotelevisió de la Generalitat de Catalunya, sino también más de veinte emisoras de europa y América), las lindas azafatas yendo y viniendo, la megafonía y las traducciones simultáneas funcionando sin un fallo, y, sobre todo, el alegre fervor, el frenético júbilo de los millares de ciudadanos que, estacionados en la gran explanada de la antigua Plaza de España (hoy, del Estado Español), aguardaban la llegada de los presidentes, justificaba con creces tanto esfuerzo, tanto sacrificio, tanta dificultad vencida por el entusiasmo común.
Mientras el Lincoln presidencial avanzaba lentamente por la Avinguda de Francesc Maciá (antes, José Antonio), el Honorable, entornados los ojos, media sonrisa en su apacible y nobel rostro, dejaba volar la imaginación muchos años atrás; hasta los difíciles tiempos del exilio mejicano. ¡Si aquel grupito de amiguetes que le confirieron por aclamación la Presidencia, bien es verdad que de una manera simbólica, absolutamente teórica, pudiesen verle ahora! Por desgracia, ellos no habían alcanzado las horas victoriosas; murieron creyendo que nunca sería factible el retorno, y no se diga el retorno triunfal. Claro que ellos tampoco pudieron prevenir la existencia de don Adolfo; el único Adolfo notable que conocieron fue Hitler, tan distinto a este muchacho que pactó con las fuerzas más diversas de los países del Estado Español, reconociendo sus legítimas aspiraciones autonómicas y propiciando así la magna jornada que iba a vivirse aquel 17 de noviembre de 1978.
Nada menos que la solemnísima inauguración de la Primera Asamblea de la O.E.I., es decir, de la Organización de Estados Ibéricos, un organismo comunitario creado con el noble fin de reforzar los lazos de amistad, cooperación económica, intercambio cultural y vínculos espirituales entre los distintos países autonómicos integrantes del Estado Español o de los Pueblos Ibéricos, como también solía denominarse aquel conglomerado de nacionalidades diversas que, bajo el terror del franquismo, se había llamado absurdamente España, sin más.
Eran miembros natos de la O.E.I., es decir, por derecho propio y como socios fundadores de la Organización Comunitaria, Catalunya, Euzkadi, Cantabria, O Pobo Galego (Galizia), las Canarias (Islas Mayores y Menores), la Rioja, el Estado Bético (Andalucía Occidental), el País Valencia`, el enclave autonómico de Fregenal de la Sierra, el cantón de Cartagena y la Federación Manchega. A título de observadores, ya que todavía no reunían los requisitos de personalidad independiente suficientes para ser admitidos como socios de pleno derecho en le O.E.I., participaban también en la Asamblea representantes de Andalucía Oriental, la Agrupación Autónoma de Soria-Las Batuecas-Campo Charro, la Agrupación Astur-Leonesa, la Unión de Tierras del Segura y el Municipio Libre y Autogestor de Venta de Baños y Adyacentes.
(…)
Los congresistas abarrotaban el salón, con sus carpetas y sus blocks y las sinopsis de las ponencias que iban a debatirse a lo largo de varios días de Asamblea (la clausura estaba prevista para el 21 de noviembre). Llevaban colocados los auriculares para la traducción simultánea y gracias a ellos pudieron entender todos (incluidos los vascos) las palabras en recio eúskaro del Lendakari y la breve pero sustanciosa intervención del Primer Mandatario de Galizia, que vino a decir (con un acento digno de Rosalía) que sí, pero quizá no, aunque probablemente, quién iba a asegurar nada.


Créditos:
Fotografía del palacio de Montjuich, en Barcelona, con motivo de la Exposición Internacional de 1929, tomada de la Wikipedia.
Fotografía del Palacio del Senado, en Madrid, circa 1892.
Transcripción parcial del capítulo III de … y al tercer año, resucitó, de Fernando Vizcaíno Casas (pp.45-49)

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