“Entonces yo dije:
- Amigo Rafael, por lo que habéis
manifestado, no deseáis ni bienes ni poder, y yo no considero ni
aprecio menos a un hombre como vos que a los que disponen de las
máximas facultades de la Tierra. Pero opino que procederíais
conforme con vuestra manera de ser espléndida, y también sería
resolución digna de un filósofo que, sacrificando vuestra comodidad
personal, dedicaseis vuestro ingenio y vuestra actividad a los
negocios públicos, cosa que podríais realizar con gran provecho,
entrando a formar parte del consejo de algún príncipe, donde creo
que vuestros razonamientos serían siempre justos y honrados. Pues ya
sabéis que el poderío de un príncipe es semejante a una fuente, de
donde manan constantemente sobre el pueblo todos los beneficios y
todos los perjuicios. Verdaderamente vos poseéis una ciencia tan
perfecta, aunque carezca de experiencia, y una experiencia sin
ciencia tan grande, que podríais ser un magnífico consejero de
cualquier rey.
- Os habéis confundido dos veces,
amigo Moro –me contestó–, por lo que atañe a mí y a este
asunto. Carezco de las virtudes que me otorgáis, y en el caso de
poseerlas y de desistir de mi bienestar, no servirían para asuntos
de Estado. Primeramente, porque los príncipes se inclinan más por
los asuntos militares, de los cuales no sé nada ni deseo saber, que
a las artes bienhechoras de la paz, y se preocupan más de
conquistar, por buenas o malas artes, nuevos reinos que de regir
adecuadamente los que ya poseen. Además, los consejeros de los
monarcas, o poseen tanto saber que no es necesario que sigan las
opiniones ajenas, o piensan poseer tanto saber que no las admiten,
excepto las tonterías que mencionan los privados del monarca, a las
cuales dan su consentimiento, alabándolas creyendo obtener su
afecto. Y es que la naturaleza proporcionó a todos los hombres el
aprecio de sus propias obras. De forma que su polluelo sonríe al
cuervo y a la mona le agrada su pequeñuelo.
«En similar compañía, donde unos
rechazan las opiniones ajenas y los demás sólo conceden méritos a
las suyas, si alguien presenta como ejemplo lo que leyó, que se
verificó en tiempos pasados o lo que observó en tierras lejanas,
los que le escuchan actúan como si hubieran de perder su fama de
sabios, e incluso como si hubieran de ser considerados por necios, a
menos de hallar algún fallo en la opinión ajena.»”
Hoy se ha publicado que el actual
Presidente del Gobierno de España tiene 578 asesores. Eso sí, 51
menos que los 629 de que 'disfrutó' el anterior.
Créditos:
Extracto de la primera parte de la obra
Utopía, de Santo Tomás Moro, según traducción de F.L.
Cardona y T. Suero, para Editorial Bruguera, tomado de la edición
realizada por Sarpe, como número 17 de su colección Los grandes
pensadores, en 1983 (pp.39-40).
Le sobran los 578, además de él mismo, por supuesto.
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