jueves, 24 de enero de 2013

¿Estamos, realmente, en el mismo barco?

Con ese corazón humano amaste los libros y el arte, escribiste con finísima sensibilidad, animando incluso a tu amigo, el obispo Camus, a escribir novelas. Te inclinaste hacia todos para dar a todos algo.
Ya cuando eras estudiante universitario en París, te habías propuesto no evitar ni abreviar jamás ninguna conversación con nadie por antipático y aburrido que fuera. Te habías propuesto, asimismo, ser modesto sin insolencia, libre sin hosquedad, dulce sin afectación, complaciente sin debilidad.
Mantuviste la palabra. (…)
Sacerdote, misionero y obispo, entregaste tu tiempo a los demás: niños, pobres, enfermos, pecadores, herejes, burgueses, nobles, prelados, príncipes.
Encontraste, como todos, incomprensiones y contradicciones (…).
(…) Como escribiste, «el hombre es la perfección del universo; el espíritu es la perfección del hombre; el amor es la perfección del espíritu; el amor de Dios es la perfección del amor». Por eso, para ti, la cima, la perfección y la excelencia del universo es amar a Dios.
Estás, pues, a favor del primado del amor de Dios. ¿Se trata de hacer buena a la gente? Que comiencen por amar a Dios. Una vez que este amor se haya encendido y afirmado en el corazón, todo lo demás vendrá por añadidura.
(…)
Pero ¿qué amor de Dios? (…)
En tu opinión, quien ama a Dios debe embarcarse en su nave, resuelto a seguir la ruta señalada por sus mandamientos, por las directrices de quien lo representa y por las situaciones y circunstancias de la via que Él permite.
(…)
¿Y si la Virgen confiase el Niño Jesús a una monja? Te lo preguntaste una vez y respondiste: «La monja no querría soltarlo, pero haría mal. El viejo Simeón recibió en brazos al Niño Jesús con mucha alegría, pero con la misma alegría lo devolvió en seguida. Así, nosotros, no debemos lamentar demasiado restituir el cargo, el puesto, el oficio, cuando caduca el plazo y nos lo reclaman».
En el castillo de Dios tratemos de aceptar cualquier puesto: cocineros o fregones de cocina, camareros, mozos de cuadra, panaderos. Si al Rey le place llamarnos a su Consejo privado, allí iremos, pero sin entusiasmarnos demasiado, sabiendo que la recompensa no depende del puesto, sino de la fidelidad con que sirvamos.
(…)
¡Si te oyeran los políticos! Éstos miden las acciones por su éxito: «¿Tiene éxito? Entonces, vale». Tú, en cambio, dices: «La acción, incluso si no tiene éxito, vale con tal de que esté hecha por amor de Dios. El mérito de llevar la cruz no está en el peso de ésta, sino en el modo de llevarla. Puede haber más mérito en llevar una pequeña cruz de paja que una grande de hierro.» (…)
No se torna una empresa fácil (¡es la vía de la cruz!), pero sí ordinaria: unos pocos la llevan a cabo con acciones y deseos heroicos, al modo de las águilas, que planean en los altos cielos; la mayoría la realiza con el cumplimiento de los deberes comunes de cada día, pero no de una manera común. (…)
Y, para concluir, he aquí el ideal del amor de Dios, vivido en medio del mundo: que estos hombres y mujeres tengan alas para volar hacia Dios con la oración amorosa; que tengan también pies para caminar amablemente con los demás hombres; y que no tengan un «ceño fruncido», sino caras sonrientes, conscientes de que se dirigen a la alegre casa del Señor.

Créditos:
Extractos de la carta que, bajo el título Navegar en la nave de Dios, dirigió a San Francisco de Sales Albino Luciani (luego Papa Juan Pablo I), y publicada en noviembre de 1972, tomados de la recopilación Ilustrísimos señores, según traducción de José L. Legaza, José L. Zubizarreta, Manuel García Aparisi y Gonzalo Haya, en edición de Biblioteca de Autores Cristianos del 7 de diciembre de 1978 (pp. 124-131)

1 comentario:

  1. Leí ese libro hace unos mil años y me encantó...
    Del trozo que has seleccionado subrayo el párrafo final, claro, que es todo un programa de vida, pero también lo de "saber restituir el cargo... cuando caduca el plazo..."¡Qué poco se estila hoy día...!

    Saludos.

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