Un día similar a éste, pero de hace dos años, fui al Teatro Principal de Valencia, para ver la última representación aquí de la producción dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente de La vida es sueño.
“«La vida es sueño» es, sin duda, uno de los experimentos dramáticos más portentosos del teatro universal y una joya del Barroco español. Para entender nuestro tiempo marcado por la confusión nos adentramos en la peripecia humana de Segismundo, príncipe deportado a las entrañas de la tierra, donde nace la noche. Desnudo y encadenado brama en el laberinto. (…) Segismundo ya no es Segismundo, es el hombre, el común hombre. Y la mujer. Faltaría más. En esta cita apocalíptica, no podemos olvidar la poesía.”
La lectura del teatro clásico español no es sencilla tanto por el verso como por el habitual uso del hipérbaton, que aconseja una segunda lectura para terminar de entender la frase. Esta dificultad se ve acrecentada en las representaciones, en las que una dicción desajustada hace totalmente ininteligible, a poco que se extienda más allá de un par de frase, todo el parlamento.
Esta primera impresión es la que me causó ver a Ana Caleya como Rosaura, brincando por el monte hablando no sé qué de un hipogrifo. Afortunadamente, se tranquilizó pronto y el resto de la obra pude seguirla sin mayores pérdidas que las que ahora se manifiestan en mi memoria.
Es conocida la actual afición de los directores (de teatro o de ópera) de organizar la escena de una forma muy ‘personal’. En este caso, Juan Carlos Pérez de la Fuente no lo fue en exceso, sino comedido (más ajustado, por ejemplo, lo fue en Angelina…). Como ejemplo de lo minimalista del decorado, teníamos unos a modo de pilares, que merced al correspondiente giro, ofrecían un lateral u otro, cada uno con su color, para indicar el lugar de la acción.: lógicamente, llegó un momento en que, como Segismundo, varios pilares giraron continuamente.
“Pieza estrenada en Madrid en el año 1635, cuando Calderón solo tenía treinta y cinco y era un joven rebelde, inconformista y atormentado. Y dudaba, casi como nosotros, entre el sueño y la realidad. Entre el teatro y la vida. ¿O no?”
La mejor puesta en escena para esta disyuntiva entre el teatro y la vida, la tuvo la compañía, sin proponérselo, justo al final de la Jornada Segunda, con el famoso monólogo de Segismundo (encarnado por Fernando Cayo), culminando con su final.
Y es que aquel día, como éste, era el último domingo de febrero, y por tanto, en Valencia, tenía lugar la Cridá, es decir, el llamamiento oficial para la celebración de las inmediatas Fallas.
Y coincidiendo con el 'son' del monólogo sonó el castillo/mascletá de finalización de la Cridá, oyéndose perfectamente desde el patio de butacas del Teatro Principal de Valencia.
En definitiva, una buena Cridá, o llamada, para un sueño, aunque sean las Fallas, ¿o no?
Créditos:
Portada del folleto de la producción, y transcripción parcial de las notas de Juan Carlos Pérez de la Fuente, e imagen de la obra tomados del folleto.
Imagen de la entrada a la función.
Imágenes de la primera página, del final, y del famoso monólogo, tomadas de una edición de La vida es sueño, sin fecha, pero probablemente de mediados del XVIII (por la ortografía).
Fotografía de los ‘pilares’ del escenario del Teatro Principal de Valencia, tomada desde la calle, de febrero de 2009, del autor.
“«La vida es sueño» es, sin duda, uno de los experimentos dramáticos más portentosos del teatro universal y una joya del Barroco español. Para entender nuestro tiempo marcado por la confusión nos adentramos en la peripecia humana de Segismundo, príncipe deportado a las entrañas de la tierra, donde nace la noche. Desnudo y encadenado brama en el laberinto. (…) Segismundo ya no es Segismundo, es el hombre, el común hombre. Y la mujer. Faltaría más. En esta cita apocalíptica, no podemos olvidar la poesía.”
La lectura del teatro clásico español no es sencilla tanto por el verso como por el habitual uso del hipérbaton, que aconseja una segunda lectura para terminar de entender la frase. Esta dificultad se ve acrecentada en las representaciones, en las que una dicción desajustada hace totalmente ininteligible, a poco que se extienda más allá de un par de frase, todo el parlamento.
Esta primera impresión es la que me causó ver a Ana Caleya como Rosaura, brincando por el monte hablando no sé qué de un hipogrifo. Afortunadamente, se tranquilizó pronto y el resto de la obra pude seguirla sin mayores pérdidas que las que ahora se manifiestan en mi memoria.
Es conocida la actual afición de los directores (de teatro o de ópera) de organizar la escena de una forma muy ‘personal’. En este caso, Juan Carlos Pérez de la Fuente no lo fue en exceso, sino comedido (más ajustado, por ejemplo, lo fue en Angelina…). Como ejemplo de lo minimalista del decorado, teníamos unos a modo de pilares, que merced al correspondiente giro, ofrecían un lateral u otro, cada uno con su color, para indicar el lugar de la acción.: lógicamente, llegó un momento en que, como Segismundo, varios pilares giraron continuamente.
“Pieza estrenada en Madrid en el año 1635, cuando Calderón solo tenía treinta y cinco y era un joven rebelde, inconformista y atormentado. Y dudaba, casi como nosotros, entre el sueño y la realidad. Entre el teatro y la vida. ¿O no?”
La mejor puesta en escena para esta disyuntiva entre el teatro y la vida, la tuvo la compañía, sin proponérselo, justo al final de la Jornada Segunda, con el famoso monólogo de Segismundo (encarnado por Fernando Cayo), culminando con su final.
Y es que aquel día, como éste, era el último domingo de febrero, y por tanto, en Valencia, tenía lugar la Cridá, es decir, el llamamiento oficial para la celebración de las inmediatas Fallas.
Y coincidiendo con el 'son' del monólogo sonó el castillo/mascletá de finalización de la Cridá, oyéndose perfectamente desde el patio de butacas del Teatro Principal de Valencia.
En definitiva, una buena Cridá, o llamada, para un sueño, aunque sean las Fallas, ¿o no?
Créditos:
Portada del folleto de la producción, y transcripción parcial de las notas de Juan Carlos Pérez de la Fuente, e imagen de la obra tomados del folleto.
Imagen de la entrada a la función.
Imágenes de la primera página, del final, y del famoso monólogo, tomadas de una edición de La vida es sueño, sin fecha, pero probablemente de mediados del XVIII (por la ortografía).
Fotografía de los ‘pilares’ del escenario del Teatro Principal de Valencia, tomada desde la calle, de febrero de 2009, del autor.
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