El viernes pasado, recogiéndonos ya en casa, aparcando el coche en el garage, sentí cómo el vehículo no disponía de un motor a gasolina, sino ese famoso Sistema Operativo, porque a punto de salir del auto observé que se me había quedado colgada una window, o mejor dicho, descolgada. Es decir, se había roto el mecanismo, y el cristal se había desplomado como dos tercios del recorrido, sin opción de desplazamiento ni hacia arriba ni hacia abajo.
El pasado lunes lo llevé al taller, donde me dijeron lo previsible: si no era nada, estaría en seguida; si era algo, la pieza se tendría que pedir a otra ciudad española, lo que, en contra de lo que cualquiera pudiera suponer, ya que se trataba de una ciudad que, como Valencia, se encuentra en la Península, supondría que llegaria al cabo de… 48 horas.
Mentalmente, hice un recuento de las calles cercanas al taller, para comprobar si alguna se encontraba en la zona 30 definida por el Ayuntamiento de Valencia, o si, al menos, se le podría aplicar, con carácter preventivo, las intenciones del Gobierno, de modo que se explicara tanta demora.
La cuestión es que al día siguiente, me dirigí a mi trabajo en transporte público, en concreto, un taxi, dado el ‘especial’ diseño de la red de autobuses en Valencia.
El recorrido seguido fue, salvo la última manzana, exactamente el que sigo diariamente con mi vehículo, invirtiendo unos veinticinco minutos en hacerlo. Gracias a las ventajas del transporte público, el martes tardamos unos diez minutos menos.
Gracias a las ventajas… o a que los límites de velocidad (y algún semáforo en rojo que otro) parece que no se aplican a los taxistas.
Créditos:
Tradicional pantallazo azul.
Fotografía de señal de tráfico, en el Barrio del Carmen, de Valencia, indicando que se sale de una zona 30, de diciembre de 2008, del autor.
El pasado lunes lo llevé al taller, donde me dijeron lo previsible: si no era nada, estaría en seguida; si era algo, la pieza se tendría que pedir a otra ciudad española, lo que, en contra de lo que cualquiera pudiera suponer, ya que se trataba de una ciudad que, como Valencia, se encuentra en la Península, supondría que llegaria al cabo de… 48 horas.
Mentalmente, hice un recuento de las calles cercanas al taller, para comprobar si alguna se encontraba en la zona 30 definida por el Ayuntamiento de Valencia, o si, al menos, se le podría aplicar, con carácter preventivo, las intenciones del Gobierno, de modo que se explicara tanta demora.
La cuestión es que al día siguiente, me dirigí a mi trabajo en transporte público, en concreto, un taxi, dado el ‘especial’ diseño de la red de autobuses en Valencia.
El recorrido seguido fue, salvo la última manzana, exactamente el que sigo diariamente con mi vehículo, invirtiendo unos veinticinco minutos en hacerlo. Gracias a las ventajas del transporte público, el martes tardamos unos diez minutos menos.
Gracias a las ventajas… o a que los límites de velocidad (y algún semáforo en rojo que otro) parece que no se aplican a los taxistas.
Créditos:
Tradicional pantallazo azul.
Fotografía de señal de tráfico, en el Barrio del Carmen, de Valencia, indicando que se sale de una zona 30, de diciembre de 2008, del autor.
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