“Al principio de la novela, el
amigo de Jack Epping, Al, plantea la probabilidad de que Oswald fuera
el único tirador en un noventa y cinco por ciento. Después de leer
una pila de libros y artículos sobre el tema casi tan alta como yo,
la situaría en un noventa y ocho por ciento, quizá incluso en un
noventa y nueve. Porque todas las crónicas, incluidas las escritas
por teóricos de la conspiración, cuentan la misma historia
americana básica: he aquí a un peligroso canijo sediento de fama
que se encontró en el lugar adecuado para tener suerte. ¿Que había
muy pocas probabilidades de que pasara tal y como sucedió? Sí.
También las hay de ganar la lotería, pero alguien la gana todos los
días.
Probablemente las fuentes más útiles que leí en la preparación para esta novela fueron Case Closed, de Gerald Posner; Legend, de Edward Jay Epstein (una chifladura a lo Robert Ludlum, pero divertida); Oswald, un misterio americano, de Norman Mailer; y Mr. Paine's Garage, de Thomas Mallon. El último ofrece un brillante análisis de los teóricos de la conspiración y su necesidad de encontrar orden en lo que fue un suceso casi aleatorio. El Mailer también es excelente. Dice que acometió el proyecto (que incluye extensas entrevistas con rusos que conocieron a Lee y Marina en Minsk) creyendo que Oswald era la víctima de una conspiración, pero al final llegó a convencerse –a regañadientes– de que la vieja y aburrida Comisión Warren tenía razón: Oswald actuó solo.
Es muy, muy difícil que una persona
razonable crea otra cosa. La Navaja de Occam: la explicación más
sencilla suele ser la correcta.”
La cuestión es que hay mucha gente que
no es razonable, y claro, se corta con la navaja.
Créditos:
Extracto del Epílogo, de la
obra de Stephen King 22/11/63, según traducción de José
Óscar Hernández Sendín y Gabriel Dols Gallardo, tomado de la
primera edición (marzo de 2012) realizada por Plaza y Janés (pág.
855), de la biblioteca del autor.
Fotograma de la película casera rodada
en la Dealey Plaza de Dallas por George Jefferies el 22 de noviembre
de 1963, justo antes del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, tomada
de la noticia publicada por ABC el 21 de febrero de 2007, de
la hemeroteca del autor.
El querido Stephen debería haber añadido a su lista de lecturas los últimos artículos de CVM, donde lo cuenta todo...
ResponderEliminar¿Y qué fue de la conspiración esa que explicaron en no sé qué peli, según la cual la bala entró por la clavícula del presidente, le hizo un looping al tórax de JFK y bajó por el nervio ciático, atravesó la rótula, impactó en el asiento delantero, le perforó el pulmón al copiloto, continuó en su loca trayectoria hasta alcanzar el motor del vehículo, rompió la correa del ventilador, rebotó en el carburador y destrozó la válvula de encendido, volvió atrás en su trayectoria, perforó la carcasa delantera, se cargó el cuadro de mandos, atravesó el brazo del conductor y rebotó en el bolso de Jackeline para acabar, finalmente, incrustándose en el cráneo de su marido, cuya vida segó?
ResponderEliminar¡Con lo fácil que hubiera sido utilizar una navaja!
Y lo que no, Alawen, no es que se lo invente, sino que «tiene una percepción diferente de la realidad».
ResponderEliminarCreo, S.Cid, que esa versión que comentas, es la que, por poner en evidencia la industria estadounidense del automóvil, ha ocasionado la ruina de Detroit.
Un saludo a ambas.