“Once miembros del jurado están convencidos de que el acusado es
culpable de asesinato. El duodécimo no alberga ninguna duda sobre su inocencia.
¿Cómo podrá este hombre convencer al resto del jurado de lo que para él es
evidente?”
Hace tiempo que tengo
ganas de (re)ver tanto la película como la versión teatral de la obra de
Reginald Rose 12 Angry Men (en
español, Doce hombres sin piedad).
Sin embargo, el
desarrollo de este mes me ha quitado las ganas.
Porque… vamos a ver.
¿Qué necesidad tiene el
Jurado nº 8 de “convencer al resto del
jurado de lo que para él es evidente”? ¿No hay una inmensa mayoría que está
de acuerdo en algo? ¿Para qué está la democracia? ¡Y encima con dudas sobre las
pruebas y los testigos! ¿Qué tendrán que ver las pruebas con que el acusado sea
culpable? ¡A ver si ahora hay que ser estrictos con la certeza de las pruebas!
¡A ver si ahora hay que exquisitos con la aplicación de las leyes!
Así que, visto lo visto,
he decidido que lo mejor es prescindir de jurados, jueces y leyes, y limitarnos
a periodistas, tertulianos y foreros. Ahorraremos mucho dinero (salvo el que
cueste dejar a la gente en la cárcel para siempre, aunque las sentencias digan
otra cosa), y si en algún linchamiento del culpable (hay que ahorrar costes),
alguien se equivoca, pues se siente por el muerto, no haberse dejado coger.
De este modo, además,
subirá la renta per cápita de los habitantes del país (mientras queden).
Créditos:
Carátulas de las
ediciones en DVD de Dos hombres sin
piedad, película dirigida por Sydney Lumet en 1957 y de la obra de teatro
de TVE, de la videoteca del autor.
Extracto de la recensión
que figura en la contraportada del DVD de la película.
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