“Los hombres que trabajan en los campos, los propietarios de las
pequeñas huertas, observan y hacen cálculos. El año viene cargado de
producción. Los hombres están orgullosos porque con sus conocimientos pueden
hacer que sea así. Han transformado el mundo con sus conocimientos. El trigo corto y delgado
se ha hecho grande y productivo. Las manzanitas ácidas se han vuelto grandes y
dulces, y esa vieja uva que crecía entre los árboles y servía de alimento a los
pájaros, su fruto diminuto ha sido la madre de mil variedades, roja y negra,
verde y rosa pálido, morada y amarilla; y cada variedad con su propio sabor.
Los hombres que trabajan en las granjas experimentales han conseguido nuevos
frutos; nectarinas y cuarenta clases de ciruelas, nueces con cáscara de papel.
Y siempre trabajando, seleccionando, injertando, cambiando, obligándose a sí
mismos, obligando a la tierra a producir.
Y
primero maduran las cerezas. Un centavo por media libra. Mierda, no la podemos
recoger por ese dinero. Cerezas negras y cerezas rojas, gordas y dulces, y los pájaros
se comen la mitad de cada cereza y las avispas zumban por los agujeros que
hicieron los pájaros. Y las semillas caen a la tierra y se secan con hilos
negros colgando de ellas.
Las
ciruelas pasas moradas se vuelven suaves y se endulzan. Dios mío, no podemos
recogerlas, secarlas y sulfatarlas. No podemos pagar jornales de ningún tipo. Y
las ciruelas moradas alfombran el suelo. Primero las pieles se arrugan un poco
y enjambres de moscas vienen a darse un festín y el valle se llena de olor de
la dulce podredumbre. La carne se torna oscura y la cosecha se marchita en el
suelo.
Y
las peras ya.están amarillas y blandas. Cinco dólares la tonelada. Cinco
dólares por cuarenta cajas de veinticinco kilos; árboles podados y
pulverizados, huertas cultivadas, coger la fruta, ponerla en cajas, cargar los camiones,
llevar la fruta a las fábricas de conserva –cuarenta cajas por cinco dólares–.
No podemos. Y la fruta amarilla cae pesadamente y se revienta en la tierra. Las
avispas. escarban la dulce carne y se eleva el olor del fermento y la
podredumbre.
Luego
las uvas ... No podemos hacer buen vino. La gente no lo puede comprar. Arranca
las uvas de las viñas, uvas buenas, podridas, picadas por las avispas. Prensa
los tallos, prensa la porquería y la podredumbre.
Pero
hay moho y ácido fórmico en las tinajas.
Añádele
sulfuro y ácido tánico.
El
olor del fermento no es el rico aroma del vino, sino dolor de lo podrido y los
productos químicos.
Ah,
bueno. De todas formas tiene alcohol. Se pueden emborrachar.
Los
pequeños campesinos veían aproximarse las deudas como una marea. Pulverizaban
los árboles y no vendían la cosecha, podaban e injertaban y no podían recoger.
Y los hombres de ciencia han trabajado, han considerado, y la fruta se esta
pudriendo en el suelo y la mezcla podrida de las tinajas de vino está envenenando
el aire. Y prueba el vino... Nada de sabor a uva, sólo sulfato y ácido tánico y
alcohol.
Esta
pequeña huerta será parte de una gran propiedad el año próximo, porque las
deudas habrán ahogado al propietario.
El viñedo
pertenecerá al banco. Sólo los grandes propietarios pueden sobrevivir porque
también son suyas las conserveras. Y cuatro peras, peladas y partidas por la
mitad, cocidas y enlatadas, siguen costando quince centavos, y las peras en lata
no se ponen malas. Pueden durar años.
La
podredumbre se extiende por el Estado y el dulce olor es una desgracia para el
campo. Hombres que pueden hacer injertos en los árboles y hacer la semilla
fértil y grande, no saben cómo hacer para dejar que gente hambrienta coma los
productos. Hombres que han creado nuevos frutos en el mundo no pueden crear un
sistema para que sus frutos se coman. Y el fracaso se cierne sobre el Estado
como una enorme desgracia.
Los
frutos de las raíces de las vides, de los árboles, deben destruirse para
mantener los precios, y esto es lo más triste y lo más amargo de todo.
Cargamentos de naranjas arrojados en el suelo. La gente vino de muy lejos para
coger la fruta, pero no podía ser. ¿Cómo iban a comprar naranjas a veinte
centavos la docena si podían salir y recogerlas? Y hombres con mangueras
arrojan chorros de queroseno en las naranjas y se enfurecen ante semejante
crimen y se enfadan con la gente que ha venido a por la fruta. Un millón de
personas hambrientas, que necesitan la fruta ... , y el queroseno rociado sobre
las montañas doradas.
Y
el olor a podrido llena el campo.
Quemar
café como combustible en los barcos. Quemar maíz para calentarse, hace un
cálido fuego. Tirar patatas a los ríos y poner vigilantes a lo largo de las
orillas para evitar que la gente hambrienta las pesque. Matar a los cerdos y
enterrarlos y dejar que la putrefacción se filtre en la tierra.
Eso
es un crimen que va más allá de la denuncia. Es una desgracia que el llanto no
puede simbolizar. Es un fracaso que supera todos nuestros éxitos. La tierra
fértil, las rectas hileras de árboles, los robustos troncos y la fruta madura.
Y niños agonizando de pelagra deben morir por no poderse obtener un beneficio
de una naranja. Y los forenses tienen que rellenar los certificados –murió de
desnutrición– porque la comida debe pudrirse, a la fuerza debe pudrirse.
La
gente viene con redes para pescar en el río y los vigilantes se lo impiden;
vienen en coches destartalados para coger las naranjas arrojadas, pero han sido
rociadas con queroseno. Y se quedan inmóviles y ven las patatas pasar flotando,
escuchan chillar a los cerdos cuando los meten en una zanja y los cubren con
cal viva, miran las montañas de naranjas escurrirse hasta rezumar podredumbre;
y en los ojos de la gente se refleja el fracaso; y en los ojos de los
hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la
ira se están llenando y cogen peso, listas para la vendimia.”
El pasado jueves, el Papa Francisco habló
del beneficio... y salió perjudicado.
Creditos:
Extracto del capítulo 25 de Las uvas de la ira, obra de John
Steinbeck (publicada en 1939), según traducción de María Coy Girón, publicada
por Alianza Editorial en su colección 13/20
(pp.525-529), de la biblioteca del autor.
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