“Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos
mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme
libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega
a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un
juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de
rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y
hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o
golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala
la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.
Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota
gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la
sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme
los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar,
esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un
desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en
la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una
historia. «Escribir es una manera de vivir», dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una
manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza,
peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho
mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en
ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda la historia que al crecer quisiera
tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una
novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia,
con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración,
a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos
de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de
persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan
plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y
meses, sin cesar.”
Créditos:
Extracto de Elogio de la lectura y la ficción,
discurso ante la Academia Sueca de Mario Vargas Llosa, con motivo de la concesión
del Premio Nobel de Literatura 2010, tomado de laedición no venal realizada por
Alfaguara en enero de 2011 (pp.32-33), de la biblioteca del autor.
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