Como se sabe, una orquesta la integran muchos
instrumentos, de cuerda, de viento, de percusión… y uno que centra todas las
miradas… aunque no suene: la batuta del director.
Además, hay abundantes herramientas,
objeto también de numerosas miradas y que tampoco suenan: las partituras.
Pues bien, en noviembre pasado, se publicó
lo siguiente:
“La
Orquesta Filarmónica de Bruselas ha ofrecido, en primicia mundial, el primer
concierto en el que los músicos leen las partituras en la pantalla de una
tableta en vez de hacerlo sobre el papel.”
Curiosamente, durante la visita que
pudimos realizar en un par de semanas antes al interior del Palau de les Arts,
una de las cosas que se nos comentó fue el ‘problema’ de las partituras, no
tanto las de la orquesta, sino las de los directores.
Y no por cuestiones de publicación, de
volumen, del número de copias,…; no, la cuestión principal era… que la
partitura la tenía anotada el director. En ella, marcaba su particular tempo,
sus pausas, sus cadencias, sus protagonismos instrumentales,… en definitiva, su
personalización.
Por eso, dirigen con sus propias
partituras, que, naturalmente, son tan viajadas como ellos. Es más, en
ocasiones, viajan con una segunda copia que, por seguridad, viaja… incluso en
otro avión.
Aunque tal vez esto empiece a acabarse:
“Ese
software que permite al director escribir anotaciones sobre las partituras de
cada miembro de la filarmónica y que éstas aparezcan en tiempo real en las
pantallas de los músicos, un procedimiento que se antoja más laborioso con
partituras en papel.”
La personalización manuscrita de las
partituras, claro. La personalidad de los directores de orquesta, ¡nunca!
Créditos:
Extractos de la noticia publicada en ABC en noviembre de 2012.
Fotografía de una de las partituras
utilizadas el pasado viernes en el concierto de cumpleaños del Coro de la
Generalidad Valencia, en el Palau de les Arts, del autor.
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