Un 13 de septiembre, pero de 1791, Luis XVI, aún Rey de Francia, prestaba juramento a la Constitución elaborada en la Asamblea Constituyente en que habían devenido los Estados Generales convocados un 8 de agosto de 1788, aunque para primeros del mayo siguiente, ya en el famoso 1789. La Asamblea Constituyente, llevaba de su ilusión político-filosófica, marcadamente buenista, proclamó que la Revolución había llegado a su término:
“De grandes fêtes, à l’Hôtel de Ville, à Nôtre-Dame, à l’Opéra, célébrèrent les retrouvailles du roi et du pays. En se séparant, la Constituante proclama: «Le terme de la révolution est arrivé.»” (pp. 144-145)
Como bien sabemos, no fue así, ni de lejos, afectando muy directamente, entre otros, al mismo Luis XVI:
“Louis XVI peut bien jurer fidélité à la Constitution revisée. Qu’importe! Au mécanisme d’une grande politique conservatrice il manque une pièce essentielle: un roi aimé et respecté. Ni la Constituante, ni la Législative, qui lui succède le 1er octubre, ne seront désormais des poles de décision. Il faut chercher ailleurs, au club des Jacobines déserté par les modérés, dans la presse démocratique, dans les rues des Paris, les mots d’ordre mobilisateurs.” (pp. 128-129)
Y es que, cuando los órganos con los que la sociedad se organiza, no funcionan, siempre aparecen quienes consideran más efectivo no el cambio de dichos órganos, sino de la sociedad en su conjunto, y ante la desidia, complejos, remordimientos, insuficiencia, indecisión, indefinición, inconcreción,…, ante los in-in en vez de los ni-ni, son los que acaban realizando las acciones. A algunos, como a Robespierre, les llega su Termidor, y pierden, junto con la cabeza, su poder; otros, como Napoleón, encuentran su Brumario, y mientras empiezan a ejercer su poder político, olvidan posibles manifestaciones democráticas pasadas.
Doscientos años, un mes y tres días después de aquel juramento, compraba yo en París la ‘nueva’ edición de La Révolution française, totalmente ignorante de la efemérides, incluso, hasta hoy, en que lo he hojeado, ya que, tengo que reconocerlo, más de 500 páginas en francés suponen demasiados franceses contra los que batallar; no soy quien bien se puede suponer, aunque todo llegará (lo de leer el libro, quiero decir).
Mientras tanto, si a alguien le apetece leer sin necesidad de traducir, puede esperar a la próxima semana, ya que según se acaba de publicar, ya hay un nuevo presentador más de El primer naufragio, la obra histórica de Pedro J. Ramírez sobre la Revolución Francesa.
Se ve que mientras se decidía entre dirigir ‘su’ periódico en papel, abandonar sus responsabilidades en su periódico de internet, y poner ventas, además de en venta, su canal de televisión, ha encontrado tiempo para ejercer de historiador.
Con lo cual, supongo, definitivamente nunca será tertuliano en Es la noche de César.
¡Ah! De aquel juramento se cumplen ahora 220 años. Justo como los voltios de la tensión (que no voltaje) normalizada que tenemos en nuestras casas. Corriente eléctrica que, como muchos saben, no es continua, sino… alterna.
Nota: no he traducido motu proprio, porque creo que se entienden suficientemente bien las citas. Si alguien tiene problemas, no tiene que esperar a la noche, y me lo puede preguntar antes.
Créditos:
Portada y extracto del capítulo 5 Le dérapage de la révolution, y de la introducción al mismo, de la obra de François Furet y Denis Richet La Révolution française, en edición de diciembre de 1987 de Librairie Arthème Fayard.
“De grandes fêtes, à l’Hôtel de Ville, à Nôtre-Dame, à l’Opéra, célébrèrent les retrouvailles du roi et du pays. En se séparant, la Constituante proclama: «Le terme de la révolution est arrivé.»” (pp. 144-145)
Como bien sabemos, no fue así, ni de lejos, afectando muy directamente, entre otros, al mismo Luis XVI:
“Louis XVI peut bien jurer fidélité à la Constitution revisée. Qu’importe! Au mécanisme d’une grande politique conservatrice il manque une pièce essentielle: un roi aimé et respecté. Ni la Constituante, ni la Législative, qui lui succède le 1er octubre, ne seront désormais des poles de décision. Il faut chercher ailleurs, au club des Jacobines déserté par les modérés, dans la presse démocratique, dans les rues des Paris, les mots d’ordre mobilisateurs.” (pp. 128-129)
Y es que, cuando los órganos con los que la sociedad se organiza, no funcionan, siempre aparecen quienes consideran más efectivo no el cambio de dichos órganos, sino de la sociedad en su conjunto, y ante la desidia, complejos, remordimientos, insuficiencia, indecisión, indefinición, inconcreción,…, ante los in-in en vez de los ni-ni, son los que acaban realizando las acciones. A algunos, como a Robespierre, les llega su Termidor, y pierden, junto con la cabeza, su poder; otros, como Napoleón, encuentran su Brumario, y mientras empiezan a ejercer su poder político, olvidan posibles manifestaciones democráticas pasadas.
Doscientos años, un mes y tres días después de aquel juramento, compraba yo en París la ‘nueva’ edición de La Révolution française, totalmente ignorante de la efemérides, incluso, hasta hoy, en que lo he hojeado, ya que, tengo que reconocerlo, más de 500 páginas en francés suponen demasiados franceses contra los que batallar; no soy quien bien se puede suponer, aunque todo llegará (lo de leer el libro, quiero decir).
Mientras tanto, si a alguien le apetece leer sin necesidad de traducir, puede esperar a la próxima semana, ya que según se acaba de publicar, ya hay un nuevo presentador más de El primer naufragio, la obra histórica de Pedro J. Ramírez sobre la Revolución Francesa.
Se ve que mientras se decidía entre dirigir ‘su’ periódico en papel, abandonar sus responsabilidades en su periódico de internet, y poner ventas, además de en venta, su canal de televisión, ha encontrado tiempo para ejercer de historiador.
Con lo cual, supongo, definitivamente nunca será tertuliano en Es la noche de César.
¡Ah! De aquel juramento se cumplen ahora 220 años. Justo como los voltios de la tensión (que no voltaje) normalizada que tenemos en nuestras casas. Corriente eléctrica que, como muchos saben, no es continua, sino… alterna.
Nota: no he traducido motu proprio, porque creo que se entienden suficientemente bien las citas. Si alguien tiene problemas, no tiene que esperar a la noche, y me lo puede preguntar antes.
Créditos:
Portada y extracto del capítulo 5 Le dérapage de la révolution, y de la introducción al mismo, de la obra de François Furet y Denis Richet La Révolution française, en edición de diciembre de 1987 de Librairie Arthème Fayard.
Entonces (y en román paladino, para que el vulgo como yo lo entienda), ¿crees que a todo cerdo le llega su San Martín?
ResponderEliminarEstoy interesada en la respuesta porque tengo en mente un par de chonucos y chonucas que, no, no tienen nada que ver con el mundanal ruido: ni ZPs, ni Pepuntos, ni gentucilla así, pero son igual de insufribles, o incluso más, que ya es decir...
Lo que pasa es que te tendrás que esperar a principios de noviembre para que lleguen San Martín de Tours y San Martín de Porres.
ResponderEliminarResuelto esto, y teniendo en cuenta que chonuco no figura en el diccionario (DRAE), aunque me lo imagino por el contexto, hay que confirmar si los bípedos en cuestión (característica que supongo) tienen de los cuadrúpedos asociados a los Santos, lo correspondiente a las acepciones coloquiales de dicha palabra (cerdo), especialmente, me barrunto, lo implícito en la quinta acepción.
En su momento se decía que "No hay quinto malo", lo que resulta interesante ante tu pregunta, pero también sabes qué dice el Quinto, por lo que habría que dejarlo en unas cristianas, aunque severas, reprimenda y admonición.
Llegados a este punto, en román paladino, ¿qué me habías preguntado?
No sé. Después de tu enredada respuesta..., ya no me acuerdo.
ResponderEliminarChonuco: así llaman al cerdo en Cantabria, aunque no lo recoja la RAE.
Quinto: sí, es el día que más me gusta de la semana.
Vuelvo a mi lectura.
Chao [porque ahora hay que despedirse así de ti, no ;-)]