viernes, 25 de junio de 2010

Con 38 ya es fiebre, y la guerra fría, caliente

Hace sesenta años se demostró que la llamada por Bernard M. Baruch, un 16 de abril de 1947, Guerra Fría, no era sino una tensa espera para determinar cuál era el mejor escenario para convertirla en Guerra Caliente.

Tal día como hoy, de 1950, tropas del régimen comunista de Corea del Norte traspasaban la tenue frontera con Corea del Sur marcada por el paralelo 38 y establecida por las Naciones Unidas en su día, e invadían este país.

Curiosamente, la reacción fue inmediata, incluso por parte de las Naciones Unidas. Éste fue el primer caso en el que, para lo que se estila en la diplomacia de esta Organización, se declaró por parte de la comunidad de naciones la guerra a un país.

Bajo el liderazgo de Estados Unidos, una fuerza multinacional se organizó para repeler el ataque y defender a Corea del Sur de la agresión. La evolución de la contienda fue muy dispar, llegando en una primera fase incluso no ya a ser tomada por el enemigo la capital, Seúl (que está muy cerca de la frontera), sino la práctica totalidad del país.

Sin embargo, una contraofensiva casi desesperada lanzada por el Comandante Supremo de las tropas de las Naciones Unidas (Douglas MacArthur) contra la retaguadia norcoreana, en Inchón, a escasos tres meses del inicio de las hostilidades, consiguió dar la vuelta a la situación y reconquistar la totalidad del territorio surcoreano, con unas tropas bajo la bandera de las Naciones Unidas.

No obstante, ello no supuso el final de la guerra sino sólo una estabilización del frente, pues poco después entraba en acción la China roja, también en una agresión a Corea del Sur y a las Naciones Unidas, prolongándose el conflicto no hasta su finalización, sino hasta que se decretó un armisticio en 1953. En el archivo de The Times se dispone de un abanico de diversas noticas que marcan la evolución del conflicto, desde el inicio, hasta el armisticio.

Aunque por parte de los regímenes comunistas no se consiguieron los objetivos buscados en la agresión a Corea del Sur, sí averiguaron algo: las tropas de las Naciones Unidas no estaban tan unidas al cabo de unos años de guerra (de hecho, MacArthur fue destituido por unas rencillas internas, incluso ‘celosas’, de Truman, quien le veía como oponente suyo en las elecciones de 1952 – en realidad lo fue otro vencedor de la II Guerra Mundial, Ike Eisenhower, y ganó), y las democracias occidentales tampoco estaban por la labor de entrar en nuevas guerras tras el recuerdo de la II Guerra Mundial, fuera cual fuese el motivo de ello. Por tanto, era cuestión de ir probando en distintos sitios.

De esta manera, tras los éxitos conseguidos justo al acabar la II Guerra Mundial en Europa, los regímenes comunistas no se encontraron problemas en Hungría en 1956, ni en Checoslovaquia en 1968; en Vietnam en los sesenta los tuvieron hasta que descubrieron el eficaz uso de la propaganda… en la televisión estadounidense, mostrando, una y otra vez, el regreso de los soldados muertos o heridos, hasta que la acomodada sociedad no pudo aguantar más y exigió la retirada de “sus chicos” (los de Vietnam y luego los de Camboya, que se apañaran como pudieran); en América consolidaron Cuba como cabeza de puente en el continente con fortuna variada hasta ahora, y en África aprovecharon la descolonización portuguesa de Angola y Mozambique para aumentar su presencia.

La conclusión que podría sacarse de este ejemplo histórico es que el mal no descansa, y que entre los buenos, enseguida aparecen los desganados, agotados, pusilánimes y demás “defensores de la libertad” de boquilla. Y así nos va.

Créditos:
Fotogramas del documental La batalla de Inchón de la serie Decisiones de mando, de History Channel, que forma parte del volumen nº 23 de la colección Grandes batallas de la Historia en DVD, editada por Planeta DeAgostini en 2007-08.

No hay comentarios:

Publicar un comentario