Regresamos a la novela Los crímenes de Oxford, y a la presencia en la novela de las matemáticas, de la lógica y de la psique.
1. “Supongo que lo que me atrajo [de las matemáticas] es la clase de verdad que encierran los teoremas: atemporal, inmortal, suficiente en sí misma, y a la vez, absolutamente democrática” dice el protagonista. Y claro, poco más adelante, se ve obligado a explicar este último calificativo: “lo que yo quise decir es que hay en la matemática un momento democrático, cuando se expone línea por línea una demostración. Cualquiera puede seguir el camino una vez que se ha marcado. Pero hay por supuesto un momento de iluminación anterior: lo que usted llamó el salto de caballo… sólo unos pocos, sólo a veces uno en siglos, consigue ver por primera vez el paso correcto en la oscuridad” (pp. 103 y 105)
2. “Voy a pedir esta tarde un perfil psiquiátrico, aunque no creo que todavía pueda decirse demasiado”, dice el inspector Petersen tras “el segundo de la serie” (pág. 97). Al día siguiente, a media tarde: “les voy a leer lo esencial del informe” (pág. 110). Y en los previos del concierto, el profesor amigo del protagonista dice: “Le envié [a Petersen] desde Cambridge la explicación [de la serie de símbolos]. Es apenas media página, contra ese informe tan… imaginativo que nos leyó. (…) Es interesante el poder de seducción de las conjeturas psiquiátricas. Aunque sean falsas o incluso absurdas resultan siempre más atractivas que un razonamiento puramente lógico. La gente tiene una resistencia natural, una desconfianza instintiva hacia los esquemas lógicos. Y aun con todas las razones equivocadas, en el fondo de esta resistencia, si uno estudia la formación histórica de la lógica en el cerebro humano, hay quizás algún fundamento.” (pp. 128-129)
Un último comentario: en la página 120, comentando el anuncio de un debate anunciado bajo el lema «¿Existe el crimen perfecto?», uno de los protagonistas habla sobre un libro del mismo título, concluyendo: “El crimen perfecto, escribe, no es el que queda sin resolver sino el que se resuelve con un culpable equivocado”. Se da la circunstancia de que esta frase se refleja en un libro cuya primera edición en España, como podemos ver, es de… marzo de 2004.
1. “Supongo que lo que me atrajo [de las matemáticas] es la clase de verdad que encierran los teoremas: atemporal, inmortal, suficiente en sí misma, y a la vez, absolutamente democrática” dice el protagonista. Y claro, poco más adelante, se ve obligado a explicar este último calificativo: “lo que yo quise decir es que hay en la matemática un momento democrático, cuando se expone línea por línea una demostración. Cualquiera puede seguir el camino una vez que se ha marcado. Pero hay por supuesto un momento de iluminación anterior: lo que usted llamó el salto de caballo… sólo unos pocos, sólo a veces uno en siglos, consigue ver por primera vez el paso correcto en la oscuridad” (pp. 103 y 105)
2. “Voy a pedir esta tarde un perfil psiquiátrico, aunque no creo que todavía pueda decirse demasiado”, dice el inspector Petersen tras “el segundo de la serie” (pág. 97). Al día siguiente, a media tarde: “les voy a leer lo esencial del informe” (pág. 110). Y en los previos del concierto, el profesor amigo del protagonista dice: “Le envié [a Petersen] desde Cambridge la explicación [de la serie de símbolos]. Es apenas media página, contra ese informe tan… imaginativo que nos leyó. (…) Es interesante el poder de seducción de las conjeturas psiquiátricas. Aunque sean falsas o incluso absurdas resultan siempre más atractivas que un razonamiento puramente lógico. La gente tiene una resistencia natural, una desconfianza instintiva hacia los esquemas lógicos. Y aun con todas las razones equivocadas, en el fondo de esta resistencia, si uno estudia la formación histórica de la lógica en el cerebro humano, hay quizás algún fundamento.” (pp. 128-129)
Un último comentario: en la página 120, comentando el anuncio de un debate anunciado bajo el lema «¿Existe el crimen perfecto?», uno de los protagonistas habla sobre un libro del mismo título, concluyendo: “El crimen perfecto, escribe, no es el que queda sin resolver sino el que se resuelve con un culpable equivocado”. Se da la circunstancia de que esta frase se refleja en un libro cuya primera edición en España, como podemos ver, es de… marzo de 2004.
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