Hace un tiempo, expuse mediante una anotación cierta característica de esta ciudad.
Una de las imágenes entonces mostrada sigue plenamente vigente a día de hoy. Sobre el motivo de ello sólo podemos especular,... pero como esto, ciertamente agota, nos limitaremos a mostrar una imagen... especular.
Aun cuando, en una primera impresión, cabría atribuir esta situación a la referida característica (hablando en plata, desidia), estoy empezando a dudarlo. Y es que no puede ser casualidad el sitio donde sucede, en concreto, la esquina exacta. Pero esto necesita una explicación.
Tal día como hoy, un 24 de febrero de 1409 (es decir, hace casi 600 años), una persona que iba a desarrollar una actividad de su profesión, decidió intervenir en un cierto altercado que sucedía en una calle de Valencia, en el que se hacía perjuicio de un desvalido.
El desvalido era un demente, cabe suponer que inofensivo, el cual estaba siendo agredido, insultado, burlado,... en definitiva, despreciado, por un grupo de zagales en plena demostración de que el hervor final era a ellos a quienes faltaba.
La referida persona protegió al demente, espantó a los insensatos, y condujo a aquél a su residencia, dándole acomodo, y dejándolo al cuidado de otros compañeros. Volvió, supongo que ya con cierta premura, a la actividad prevista, en el curso de la cual pronunció unas palabras sobre lo recién acaecido, que, moviendo el corazón de varios de los que las oyeron, permitieron disponer de unos fondos pecuniarios iniciales para constituir un centro para acogida y cuidado de personas en estas condiciones.
En su momento se llamó Hospital de locos, luego, manicomio, y ahora Centro psiquiátrico, de atención mental, o algo así (en resumen, manicomio), siendo éste de Valencia el primero del mundo (por lo menos, del mundo occidental).
La persona en cuestión no era integrante de ningún gremio, no era síndico, no era miembro del concejo de la ciudad, no formaba parte de segmento alguno de una sociedad, se diría, dinámica y progresista; por el contrario, va y resulta que la persona en cuestión era un fraile mercedario, un religioso, es decir, de la Iglesia cristiana, en concreto, católica apostólica romana, e iba camino de la Catedral para celebrar la misa del día, a la sazón, domingo, primero de Cuaresma (las palabras en cuestión fueron, sencilla y llanamente, el sermón de la misa). Sí, con la iglesia hemos topado, ¿verdad? (frase que suelen citar de El Quijote, por cierto, mal, pero con toda la -mala- intención, los que, además, no han leído El Quijote).
Casi cinco siglos después, un paisano (un tal Sorolla) dejó constancia de la escena (sí, obligado a justificar una beca, pero lo importante es la calidad de la obra y el tema elegido).
Durante mucho tiempo, el centro psiquiátrico de Valencia se encontraba al final de la calle Jesús. El fraile mercedario se llamaba Joan Gelabert Jofré, es decir, el Padre Jofré.
Lógicamente, la escena comentada al principio de esta anotación se encuentra en la esquina en que tiene que estar.
Una de las imágenes entonces mostrada sigue plenamente vigente a día de hoy. Sobre el motivo de ello sólo podemos especular,... pero como esto, ciertamente agota, nos limitaremos a mostrar una imagen... especular.
Aun cuando, en una primera impresión, cabría atribuir esta situación a la referida característica (hablando en plata, desidia), estoy empezando a dudarlo. Y es que no puede ser casualidad el sitio donde sucede, en concreto, la esquina exacta. Pero esto necesita una explicación.
Tal día como hoy, un 24 de febrero de 1409 (es decir, hace casi 600 años), una persona que iba a desarrollar una actividad de su profesión, decidió intervenir en un cierto altercado que sucedía en una calle de Valencia, en el que se hacía perjuicio de un desvalido.
El desvalido era un demente, cabe suponer que inofensivo, el cual estaba siendo agredido, insultado, burlado,... en definitiva, despreciado, por un grupo de zagales en plena demostración de que el hervor final era a ellos a quienes faltaba.
La referida persona protegió al demente, espantó a los insensatos, y condujo a aquél a su residencia, dándole acomodo, y dejándolo al cuidado de otros compañeros. Volvió, supongo que ya con cierta premura, a la actividad prevista, en el curso de la cual pronunció unas palabras sobre lo recién acaecido, que, moviendo el corazón de varios de los que las oyeron, permitieron disponer de unos fondos pecuniarios iniciales para constituir un centro para acogida y cuidado de personas en estas condiciones.
En su momento se llamó Hospital de locos, luego, manicomio, y ahora Centro psiquiátrico, de atención mental, o algo así (en resumen, manicomio), siendo éste de Valencia el primero del mundo (por lo menos, del mundo occidental).
La persona en cuestión no era integrante de ningún gremio, no era síndico, no era miembro del concejo de la ciudad, no formaba parte de segmento alguno de una sociedad, se diría, dinámica y progresista; por el contrario, va y resulta que la persona en cuestión era un fraile mercedario, un religioso, es decir, de la Iglesia cristiana, en concreto, católica apostólica romana, e iba camino de la Catedral para celebrar la misa del día, a la sazón, domingo, primero de Cuaresma (las palabras en cuestión fueron, sencilla y llanamente, el sermón de la misa). Sí, con la iglesia hemos topado, ¿verdad? (frase que suelen citar de El Quijote, por cierto, mal, pero con toda la -mala- intención, los que, además, no han leído El Quijote).
Casi cinco siglos después, un paisano (un tal Sorolla) dejó constancia de la escena (sí, obligado a justificar una beca, pero lo importante es la calidad de la obra y el tema elegido).
Durante mucho tiempo, el centro psiquiátrico de Valencia se encontraba al final de la calle Jesús. El fraile mercedario se llamaba Joan Gelabert Jofré, es decir, el Padre Jofré.
Lógicamente, la escena comentada al principio de esta anotación se encuentra en la esquina en que tiene que estar.
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