lunes, 9 de febrero de 2009

Con "L" de "lunes"

Es muy socorrido achacar al regreso de las vacaciones cierto estado depresivo en el trabajo, que llevado al límite, se aplica al "lunes".

La conclusión lógica (con "L" de lunes) [a la que nadie quiere llegar] es que, no pudiendo evitar el trabajo, la única forma de evitar el problema es eliminando las vacaciones, y por tanto, también los fines de semana. Al fin y al cabo, el estado original y natural del hombre (el que se corresponde, según ciertos planteamientos ecologistas, con la prehistoria) no permitía descansos ni fiestas: el tigre de dientes de sable, por ejemplo, resultaba ser muy poco comprensivo con los convenios colectivos.

Hoy, además de ser lunes (etimológicamente derivado de luna), coincide con luna llena (desde las 15:50, en concreto, y en Leo), así que si hay algún licántropo entre los lectores de este diario, puede relajarse un poco, al menos, para terminar de leer esta anotación (y la siguiente, que tampoco estará, creo, mal).

[Tras esta disgresión, sigo]

No voy a recurrir al recurrido "Don't like the Mondays" (que también tiene su momento, pero no es éste), ya que ahora veo más inteligente recurrir de nuevo al Diccionario políticamente incorrecto de Carlos Rodríguez Braun, del que ya he hablado aquí hace casi un mes.

Así pues, recordemos este lunes con unas cuantas "L" incorrectas:

Liberales. Gente sospechosa y raros, raros.

Liberalismo. Doctrina que ya no se puede defender sin apellidos, porque el único liberalismo aceptable es el moderado, centrado, reformista, solidario, progresista, sensato, etc. En esas condiciones, y sólo en ellas, es aceptable y hasta plausible para la izquierda y la derecha.

Libertad. En realidad, no existe, así que no importa perderla.

Lucha. Muestra de la presunción colectivista es su abuso de la idea de lucha. La izquierda se pasa la vida luchando y exigiendo aplausos por ello. Como el capitalismo es malo, oponerse a él equivale a abnegada lid. Esto es una memez, pero muchos la creen, igual que creen que la izquierda sólo abriga generosos ideales. La lucha, asimismo, es crucialmente colectiva, y en su colectivismo estriba su mérito. Digamos que esforzarse para estudiar o trabajar no cuenta para el pseudoprogresismo, probablemente porque no concibe otro camino par a la mejoría que la organización tribal desde arriba, y , preso de la teoría de la suma cero, recela del avance individual; así, luchar para conseguir menos libertades y más impuestos, como hace la izquierda, es plausible. Una versión particularmente grotesca de esta payasada son los iluminados que diariamente nos aconsejan sobre todo, pero son incapaces de cuidar a su familia – pequeño detalle, claro, porque lo que cuenta es «su lucha» –. Esta es la lógica intervencionista: hay un sistema malvado que nos niega la vida, nosotros jamás tenemos ninguna responsabilidad y cualquier mejora tiene que venir evidentemente de la autoridad competente. Esa es la lucha. Por cierto, se trata de una perversión colectivista en la que marchan del brazo los socialistas con los fascistas, que también presumen de lucha, de ahí el título de la obra de Adolf Hitler.

Tras esta explicación, no puede extrañarnos demasiado que el profesor Rodríguez Braun se haya visto obligado a escribir un artículo como éste.

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