lunes, 20 de junio de 2011

Elemental, mi querido Chesterton

Si la primera norma del escritor de relatos de misterio es ocultarle el secreto al lector, el primer deber del crítico es ocultárselo al público. Por lo tanto, me taparé la boca con la mano y no revelaré, ni siquiera bajo tortura, el momento exacto de la historia en que una persona a quien había imaginado desempeñando legítimamente su papel empezó a desempeñar otro mucho menos legítimo. No diré una palabra sobre lo que hace el autor de este impresionante misterio. Me limitaré a decir lo que no hace. Y lo cierto es que, basándome sólo en lo que no hace, podría redactar un encomio entusiasta: sobre los sólidos cimientos de lo que no hace podría erigirse una torre eterna de latón. Pues lo que no hace es justo lo que hoy en día hace todo el mundo para destruir la verdadera literatura detecvivesca y echar a perder esta legítima y deliciosa forma artística. No introduce en su novela una vasta pero invisible sociedad secreta con ramificaciones en todas las partes del mundo, con esbirros capaces de hacer cualquier cosa, o con sótanos subterráneos en los que esconder a cualquiera. No estropea los perfiles puros y encantadores de un asesinato o un robo clásicos envolviéndolos en la sucia y manoseada cinta roja de la diplomacia internacional; no rebaja nuestros elevados ideales del crimen al nivel de la política exterior. No introduce súbitamente al final al hermano de alguien llegado de Nueva Zelanda y que es idéntico a él. No reconstruye a toda prisa el crimen en las últimas dos páginas hasta llegar a algún personaje insignificante, de quien nunca llegamos a sospechar porque lo habíamos olvidado. No supera la dificultad de escoger entre el protagonista y el villano recurriendo al cochero del protagonista o al ayuda de cámara del villano. No introduce a un criminal profesional que cargue con las culpas de un crimen privado, acción poco deportiva donde las haya y una prueba más de cómo el profesionalismo está arruinando nuestro sentido nacional del deporte. No recurre a seis personas seguidas para llevar a cabo distintas partes del asesinato: uno para coger la daga, otro para apuntar y otro para clavarla. No dice que fue todo un error y que nadie quería matar a nadie, para gran decepción de cualquier lector compasivo. No comete ese error tan generalizado de creer que, cuanto más complicada, mejor es una historia. Su novela es bastante enrevesada y algunas cosas son criticables, pero su secreto está en el centro, y ésa es la cuestión crucial en cualquier obra de arte.

La crítica a The wrong letter, o La carta equivocada, de Walter S. Masterman, le sirve a G. K. Chesterton como excusa para desarrollar en un artículo todo lo que no (y por tanto, lo que sí) debe tener un buen relato de detectives.

Créditos:
Transcripción parcial del artículo Los relatos de detectives, prefacio a The wrong letter, según traducción de Miguel Temprano García, incluido en Cómo escribir relatos policíacos, de Gilbert Keith Chesterton, en edición de Acantilado.

2 comentarios:

  1. Hummmmmm, me has puesto los dientes largos... :-))) Me encanta, me encanta. A ver si cae pronto este libro entre mis delicadas garras.

    Y..., además, estoy contentita después de leer esta anotación porque, al fin y al cabo, algo de lo que dice Chesterton en su texto estaba ya en mi cabeza..., como bien podrás comprobar (por boca del doctor) en el trocito de diálogo prometido en la entrada que vendrá tras Aprovechando a los maestros I.

    Gracias por atender con tanta prontitud mi sutil petición... ;-)

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  2. Gracias de nuevo: acabo de aprovecharte justo en el final de mi "Salto mortal" extendido.

    ¡Musas, musas, no me abandonéis! Pero dadle también pequeña ración musística a Posodo, que hay que ver cómo le exprimo y cuánto le aprovecho...

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