“¡Oh,
no ansíes un hombre más! Proclama antes, a través de mi ejército, Westmoreland,
que puede retirarse el que no vaya con corazón a esta lucha; se le dará su
pasaporte y se pondrán en su bolsa unos escudos para el viaje; no querríamos
morir en compañía de un hombre que temiera morir como compañero nuestro. Este día
es el de la fiesta de San Crispín; el que sobreviva a este día volverá sano y
salvo a sus lares, se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione
esta fecha, y se crecerá por encima de sí mismo ante el nombre de San Crispín. El
que sobreviva a este día y llegue a la vejez, cada año, en la víspera de esta
fiesta, invitará a sus amigos y les dirá: "Mañana es San Crispín." Entonces se
subirá las mangas, y al mostrar sus cicatrices, dirá: "He recibido estas
heridas el día de San Crispín." Los ancianos olvidan; empero el que lo haya
olvidado todo, se acordará todavía con satisfacción de las proezas que llevó a
cabo en aquel día. Y entonces nuestros nombres serán tan familiares en sus
bocas como los nombres de sus parientes: el rey Harry, Bedford, Exeter, Warwick
y Talbot, Salisbury y Gloucester serán resucitados por el recuerdo viviente y
saludable con copas rebosantes. Esta historia la enseñará el buen hombre a su
hijo, y desde este día hasta el fin del mundo la fiesta de San Crispín y
Crispiniano nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo, el
recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro feliz pequeño ejército, de
nuestro bardo de hermanos; porque el que vierta hoy su sangre conmigo será mi
hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición, y los caballeros
que permanecen ahora en el lecho en Inglaterra se considerarán como malditos
por no haberse hallado aquí, y tendrán su nobleza en bajo precio cuando
escuchen hablar a uno de los que ha combatido con nosotros el día de San Crispín.”
Shakespeare nos muestra poéticamente esta
arenga del rey Enrique V en los momentos previos a la batalla de Agincourt,
momento crucial en la Guerra de los Cien Años, en que el ejército de
Inglaterra, muy inferior en número al de Francia, derrotó a éste, y, por diversos
problemas, que ahora diríamos de logística, no pudo acabar ese mismo otoño de
1415 tomando París y acabar así la guerra.
Prescindiendo, igual que Shakespeare, de
la masacre imperdonable que sucedió tras la batalla, sí podríamos leer, con
otro enfoque, tanto la arenga como el desarrollo posterior de la guerra.
Y es que tal vez sí sea de aplicación lo
de que “los caballeros que permanecen
ahora en el lecho en Inglaterra se considerarán malditos”, visto en relación
con quienes, no este día de San Crispín, sino el pasado de San Hilarión (21 de
octubre), o, previsiblemente, el próximo de Santa Catalina (25 de noviembre),
permanezcan en su lecho, es decir, en la abstención, en unas elecciones en las
que no sólo se dirimía (o se dirimirá) si la gestión de un asunto regional se
realiza de un modo u otro.
Sí, mejor que se retire el que no vaya
con corazón a la lucha planteada en esas elecciones. No se necesita,
supuestamente al lado, a nadie que tema morir en esa lucha. El ejército, en
este caso, de votantes no muestra muchas banderas desplegadas, pero se merece las
palabras de quien no tema mostrar las cicatrices de las heridas recibidas en
estos lances.
Y de lo que también se trata es de evitar
que, por una deficiente gestión, una batalla ganada tan en el límite, no
conlleve el triunfo final.
Y es que, Inglaterra, a pesar de la
victoria en Agincourt, acabó, cuarenta años más tarde, perdiendo la Guerra de los Cien Años ante Francia, y con ella, sus territorios en el continente (desde
entonces, salvo Calais, aislado).
Créditos:
Extracto del discurso del rey Enrique V, en
la escena III del cuarto acto de La vida
del Rey Enrique V, de William Shakespeare, según traducción de Luis Astrana
Marín, editada en su día por Aguilar, y reeditada en 2007 en la colección de
kiosco Grandes clásicos Aguilar, en el volumen I de las Obras completas de William Shakespeare (pág. 722)
Ilustración mostrando el final de la
batalla (de autoría sin acreditar) y verso final de la arenga (en el título de
la anotación) de King Henry V, de
William Shakespeare, tomados de The
Illustrated Stratford Shakespeare, publicado por Chacellor Press en 1982
(reimpresión de 1991) (pp. 464 y 461).
Posodo, aquí, desgraciadamente, la peña es más de ensalzar a Krispín Jander Klander. Y así nos va.
ResponderEliminarUn abrazo, o dos.
y a Lucas Grijander (cuidadín, cuidadín!!)
ResponderEliminarSí, Bate. Y a crispar, haciéndose luego las víctimas cuando se denuncia sus atropellos (por decirlo suavemente).
ResponderEliminarUn saludo.