“Cuando volvió al nido, con un gusanito en la boca, el jilguero no
encontró a ninguno de sus hijitos. Alguien, durante su ausencia, se los había
robado.
El jilguero empezó a buscarlos por todas partes,
llorando y trinando; todo el bosque resonaba con sus desesperados reclamos,
pero nadie respondía.
Un día, un pinzón le dijo:
- Me parece que he visto a tus hijos en casa del
campesino.
El jilguero voló lleno de esperanza, y en poco
tiempo llegó a casa del campesino. Se posó en el tejado: no había nadie. Bajó a
la era: estaba desierta.
Pero al levantar la cabeza vio una jaula en la
ventana. Sus hijos estaban dentro, prisioneros.
Cuando lo vieron, agarrado a los palos de la
jaula, se pusieron a piar pidiéndole que los libertase. Él trató de romper con
el pico y las patas los barrotes de la prisión, pero fue en vano.
Al día siguiente volvió el jilguero de nuevo a la
jaula donde estaban sus hijos. Los miró. Después, a través de los barrotes, los
besó uno tras otro, por última vez.
Había llevado a sus crías una yerba venenosa, y
los pajaritos murieron.
- Mejor morir –dijo– que perder la libertad.”
Hasta aquí, el relato El jilguero de Leonardo de Vinci,
recogido en el llamado Códice H, con
la referencia Jilguero, 63 v.
La frase final del
jilguero queda, no se puede negar, muy contundente.
El problema que le veo es
que quien la pronuncia es el único que sigue en libertad… y vivo. Lo que me
recuerda a aquellos que por la libertad (reclamada, en general, para el pueblo),
están dispuestos a que se luche infatigablemente … pero por parte de otros.
Hubiera quedado mejor el
relato con el jilguero lanzándose en vuelo picado contra la jaula, reventándola
con el golpe, pudiéndose escapar las crías, y él quedando dentro, muerto en el sacrificio, tras, eso sí, pronunciar la frase famosa.
Pero no seré yo quien le
enmiende un relato a Leonardo de Vinci.
Y menos aún el día en el
que hubiera cumplido 562 años.
Créditos:
Transcripción del relato El jilguero, tomado de Fábulas y leyendas de Leonardo de Vinci,
según traducción de María Teresa León y Rafael Alberti, tomada de la edición
realizada, con autorización de Ediciones Nauta, por Círculo de Lectores en 1973
(pp. 24-25), de la biblioteca del autor.
Ilustración del relato, de
Adriana Saviozzi Mazza, en la referida edición.
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