“«Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como
signo de contradicción –¡y a ti misma una espada te traspasará el alma!– a fin
de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»”
Ésta fue la profecía que el
anciano Simeón dirigió a María tras «ver con sus ojos la salvación del Señor»,
es decir, Jesucristo, cuando en el Templo de Jerusalén se encontró con Él y sus
padres, quienes se habían acercado allí con el Niño para presentarlo al Señor.
En realidad, esta profecía
fue la primera de las siete espadas o
Dolores de la Virgen, cuya relación, según la tradición , como se refleja en el
cuadro (aunque los dos primeros con el orden cambiado), es la siguiente:
La huida en Egipto.
El niño Jesús perdido.
María encuentra a Jesús
cargado con la Cruz.
María al pie de la cruz.
María recibe en sus
brazos el cuerpo difunto de su hijo.
Sepultura de Jesús y
Soledad de María, nuestra Madre.
Vemos que los tres
primeros dolores son durante la infancia de Jesús, y los cuatro restantes, todos
en un mismo día, el Viernes Santo. De ahí, supongo, que una semana antes se
celebrara el Viernes de Dolores, con la festividad de la Virgen de los Dolores
(aunque luego ésta se trasladara al 15 de septiembre), día en el que se suelen
iniciar todos los actos de la Semana Santa.
Semana que, ahora, simplemente, es
tiempo de vacaciones: un nuevo, el octavo, dolor.
Créditos:
Extracto del Evangelio según San Lucas (2, 34-35), tomada de la
Nueva Biblia de Jerusalén, revisada y
aumentada, editada en 1998 por Desclée De Brouwer, de la biblioteca del autor.
Fotografía de la Virgen de los Dolores, óleo sobre tabla,
de la Escuela de Llanos, del siglo XVI,, en el Museo de Bellas Artes San Pío V,
en Valencia, en agosto de 2013, del autor.
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