“Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los
fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que
matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas
colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas
creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del
mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que,
con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el
pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los
holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha
ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con
la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que
cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo
nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos,
aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen
de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por
quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la
larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con
todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la
convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la
legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que
nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a
alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que
sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a
los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.”
Lo anterior no lo expresó
un Premio Nobel de la Paz, sino que lo tuvo que hacer un Premio Nobel de
Literatura.
Una demostración, más, de
que una cosa es predicar, y otra, dar trigo.
Créditos:
Extracto de Elogio de la lectura y la ficción,
discurso ante la Academia Sueca de Mario Vargas Llosa, con motivo de la concesión
del Premio Nobel de Literatura 2010, tomado de la edición no venal realizada
por Alfaguara en enero de 2011 (pp. 16-18), de la biblioteca del autor.
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