martes, 23 de abril de 2013

¿Arcanos, primitivos? ¡No, libros!

Harlan sentía una vanidad oculta y casi vergonzante por su afición a los conocimientos arcanos. Desde sus primeros día en la escuela le interesó el estudio de la Historia Primitiva, y el Instructor Yarrow le había animado a ello. Harlan llegó a simpatizar con aquellos extraños y oscuros Siglos anteriores, no solo al establecimiento de la Eternidad en el 27º, sino incluso al descubrimiento del Campo Temporal, en el Siglo 24. Durante sus estudios había leído libros y periódicos Había viajado muy lejos en el pretiempo hasta los primeros Siglos de la Eternidad, para consultar viejas bibliotecas, siempre que pudo obtener permiso para ello. Desde hacía más de quince años estaba reuniendo una notable biblioteca privada, casi toda en papel impreso. Tenía un libro de un tal H.G. Wells, y otro de un llamado W. Shakespeare, y algunos libros de historia medio destrozados. Pero la joya de su colección era un juego completo de volúmenes encuadernados de una revista semanal primitiva. Ocupaban un espacio extraordinario pero nunca pudo decidirse a microfilmarlos.

La suave elegancia de Finge contrastaba con el severo aspecto del aposento de Harlan. Su siglo 95 natal tendía a lo espartano en el decorado de las viviendas, y Harlan nunca pudo acostumbrarse a otro estilo. Las sillas de tubo metálico estaban revestidas de un material mate al que se había intentado dar aspecto de madera (aunque con poco éxito). En un rincón de la habitación había un pequeño mueble aún más desacorde con las costumbres del Siglo donde se encontraba ahora.
Finge reparó en él al instante.
El Programador tocó el mueble con su dedo rechoncho, como si quisiera probar su consistencia.
- ¿Qué material es ese?
- Madera, señor –dijo Harlan.
- ¿Es posible? ¿Madera natural? ¡Sorprendente! Supongo que usan la madera en su Siglo natal.
- Ciertamente.
- Comprendo. El reglamento no lo prohíbe, Ejecutor.
Finge se limpió el dedo con los pantalones, para quitarse el polvo del objeto que había tocado.
(…)
Sus ojos se dirigieron de nuevo hacia el objeto de madera, pero ahora mantuvo sus dos manos en su espalda y continuó:
- ¿Qué es eso? ¿Para qué sirve?
- Es una librería –dijo Harlan.
(…)
Finge enarcó las cejas.
- Una librería. Por tanto, esos objetos colocados en los estantes deben de ser libros, ¿no es así?
- Sí, señor.
- ¿Ejemplares auténticos?
- Completamente, Programador. Los he obtenido en el Siglo Veinticuatro. Los pocos que tengo aquí datan del Siglo Veinte. Si… si quiere examinarlos, le ruego que tenga cuidado. Las páginas han sido restauradas e impregnadas, pero no son de metal. Requieren un trato cuidadoso.
- No voy a tocarlas. No tengo ningún deseo de examinarlos. Supongo que aún conservarán el polvo original del Siglo Veinte. Libros auténticos. Las páginas serán de celulosa, ¿no es cierto? Es lo natural –rió Finge.
Harlan asintió.
- Son de celulosa modificada por el tratamiento de impregnación a fin de darles mayor duración. Desde luego.
Respiró hondo, tratando de conservar la calma. Era ridículo identificarse tanto con aquellos libros, sentir que un desprecio hacia ellos era también un desprecio hacia él mismo.
- Me atrevería a decir –continuó Finge, insistiendo en el tema– que todo el contenido de estos libros podría ser microfilmado en dos metros de película y guardado en un dedal. ¿Qué contienen estos libros?
- Son tomos encuadernados de una revista del Siglo Veinte –dijo Harlan.
- ¿Usted lee esas cosas?
Harlan contestó con orgullo:
- Estos son solo algunos volúmenes de la colección completa que poseo. No existe otra colección como esta en todas la bibliotecas de la Eternidad.
- Ya comprendo. Se trata de una afición suya. Recuerdo que una vez me contó su interés hacia los Primitivos. Es raro que su Instructor autorizase una cosa semejante. Es malgastar su energía.

Harlan contempló cómo Twissell miraba con curiosidad los viejos y encuadernados volúmenes de la biblioteca y cómo luego tomaba uno entre sus manos. Eran tan antiguos que el frágil papel había sido protegido por métodos especiales, pero las páginas crujían entre las manos nerviosas de Twissell.
Harlan hizo un gesto. En cualquier otro momento le habría dicho a Twissell que se apartara de los libros, aunque se tratase del Jefe Programador de la Eternidad.
El anciano ojeó las viejas páginas y silenciosamente pronunció aquellas arcaicas palabras.
- ¿Este es el inglés de que siempre nos hablan los lingüistas? –dijo, golpeando con un dedo el volumen que tenía ente sí.
- Sí, es inglés –contestó Harlan.
Twissell volvío a colocar el libro en su lugar.
- Pesado e incómodo.
Harlan se encogió de hombros. En efecto, la mayor parte de los Siglos de la Eternidad usaban los microfilmes. Una pequeña parte utilizaba el registro molecular. A pesar de todo, la imprenta y el papel no eran desconocidos.
Harlan dijo:
- Los libros no precisan de equipos técnicos, como ocurre con los microfilmes, para leerlos.
Twissell se frotó la barbilla.
- Tiene razón. ¿Empezamos ya?

Bueno, pues este año ya ha empezado el Día del…, del..., del ¡¿qué?!

¡Ah, sí, el Día del Libro!

Créditos:
Extractos de los capítulos 2. El observador, 7. El preludio del crimen, y 15. Perdidos en los Tiempos Primitivos, de El fin de la Eternidad, de Isaac Asimov, según traducción de Fritz Sengespeck, tomados de la edición en la colección Best Seller del sello DeBols!llo, en abril de 2012 (pp.28-29, 102-105, y 234-235).
Imagen de Estudio para la decoración de la Biblioteca de El Escorial, de Pellegrino Tibaldi, dibujo a pluma y aguada, en tinta parda, sobre lápiz negro, 332 x 485 mm, c. 1588 - 1592 ©The Trustees of the British Museum 1846,0509.176, integrante de la exposición El trazo español en el British Museum. Dibujos del Renacimiento a Goya, tomada de la página de internet de la misma.

2 comentarios:

  1. La pregunta de Finge es de plena actualidad: "¿Usted lee esas cosas?"

    Abrazos

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  2. Aunque con un par de días de atraso, ¡feliz día del libro para los buenos lectores!

    Saludos.

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