Cuando hace cuatro meses, el pasado 27 de septiembre, penúltimo día de nuestra estancia en Venecia, me acerqué a la consigna del Museo Correr a recoger las bolsas que había depositado, consecuencia de las compras realizadas en la tienda del Palacio Ducal, la muchacha que me atendió me hizo un gesto aprobatorio respecto del libro que se apreciaba gracias a la parte transparente de la bolsa. La portada del libro es la que acompaña estas líneas.
Por el ghetto de Venecia, según parece el más antiguo de Europa, paseamos durante un rato nuestra primera mañana en Venecia. Allí, entre otros recuerdos u homenajes, se encuentra, en la calle Gheto Vechio (sic), la placa cuya foto adjunto, que, con “il ricordo dell’atrocissima offesa alla umana civiltà” llama, una vez más, “gli uomini tutti alla santa legge di Dio, ai sentimenti di fraternità e di amore che primo israele affermò fra i popoli”.
La atrocísima ofensa, como puede suponerse, fue el Holocausto desencadenado por el régimen nacionalsocialista contra la civilización humana, ensañándose especialmente con los judíos.
Una de las imágenes más significativas del mismo, incluso en su macabro cinismo, fue robada hace unas semanas (recuperada poco después): se trata del letrero que a la entrada del campo de concentración de Auschwitz y con el lema “El trabajo libera” («Arbeit Macht Frei»), recibía a quienes a él llegaban, aunque como estación de tránsito, para la inmensa mayoría, hacia Bikernau, ya propiamente, campo de exterminio.
En la guía visual editada por El País-Aguilar sobre Berlín, la reseña sobre el Centrum Judaicum, se inicia de la siguiente manera: “La entrada al Centro Judío se reconoce con facilidad por los policías que montan guardia frente a ella”. No sé quién habrá sido el redactor del texto, pero lo menos que se puede decir de esta frase es que es desafortunada.
Durante nuestras recientes estancias en Venecia y Berlín, salvo en los sitios excesivamente turísticos u oficiales, sólo hubo unas zonas donde observé la presencia destacada de la policía: en el ghetto veneciano y junto a centros judíos berlineses. Las fotos siguientes ilustran esta presencia, en Venecia, y en Berlín, en la Jüdisches Gemeindehaus, o Casa de la Comunidad Judía (donde, por cierto, una persona del centro nos preguntó, muy amablemente, sobre qué hacíamos en el patio privado del centro y qué fotos habíamos hecho).
La frase de marras de la guía es cierta (vimos cómo los policías se turnaban para entrar en calor a base de cafés en un bar cercano, ante el fresco que corría a las diez de la mañana), pero lo que describe no es anecdótico, sino realmente preocupante: setenta años después es necesario proteger, en Europa, centros judíos.
Sin embargo, tal vez haya quien se quede ya tranquilo con el hecho de que, coincidiendo con el aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz tal día como hoy de hace 65 años, se recuerda a las víctimas del Holocausto. Lo perpetrado contra la Humanidad vaciándola de la vida de más de seis millones de personas, más las de otros varios millones fallecidos durante la guerra, y muchos millones más afectados de por vida por ello, queda simbolizado artísticamente en la Grosse Hamburger Strasse, en su momento pleno barrio judío de Berlín, donde la destrucción por los bombardeos de la casa de los números 15 y 16, generó un hueco delimitado por las medianeras que se han mantenido en pie, y sobre las que se exponen placas referentes a los antiguos habitantes de la casa, con sus nombres y profesiones. La composición es obra de Christian Boltanski y se titula La casa desaparecida.
Quiera Dios que no tengamos que someternos nuevamente a una prueba semejante.
Por el ghetto de Venecia, según parece el más antiguo de Europa, paseamos durante un rato nuestra primera mañana en Venecia. Allí, entre otros recuerdos u homenajes, se encuentra, en la calle Gheto Vechio (sic), la placa cuya foto adjunto, que, con “il ricordo dell’atrocissima offesa alla umana civiltà” llama, una vez más, “gli uomini tutti alla santa legge di Dio, ai sentimenti di fraternità e di amore che primo israele affermò fra i popoli”.
La atrocísima ofensa, como puede suponerse, fue el Holocausto desencadenado por el régimen nacionalsocialista contra la civilización humana, ensañándose especialmente con los judíos.
Una de las imágenes más significativas del mismo, incluso en su macabro cinismo, fue robada hace unas semanas (recuperada poco después): se trata del letrero que a la entrada del campo de concentración de Auschwitz y con el lema “El trabajo libera” («Arbeit Macht Frei»), recibía a quienes a él llegaban, aunque como estación de tránsito, para la inmensa mayoría, hacia Bikernau, ya propiamente, campo de exterminio.
En la guía visual editada por El País-Aguilar sobre Berlín, la reseña sobre el Centrum Judaicum, se inicia de la siguiente manera: “La entrada al Centro Judío se reconoce con facilidad por los policías que montan guardia frente a ella”. No sé quién habrá sido el redactor del texto, pero lo menos que se puede decir de esta frase es que es desafortunada.
Durante nuestras recientes estancias en Venecia y Berlín, salvo en los sitios excesivamente turísticos u oficiales, sólo hubo unas zonas donde observé la presencia destacada de la policía: en el ghetto veneciano y junto a centros judíos berlineses. Las fotos siguientes ilustran esta presencia, en Venecia, y en Berlín, en la Jüdisches Gemeindehaus, o Casa de la Comunidad Judía (donde, por cierto, una persona del centro nos preguntó, muy amablemente, sobre qué hacíamos en el patio privado del centro y qué fotos habíamos hecho).
La frase de marras de la guía es cierta (vimos cómo los policías se turnaban para entrar en calor a base de cafés en un bar cercano, ante el fresco que corría a las diez de la mañana), pero lo que describe no es anecdótico, sino realmente preocupante: setenta años después es necesario proteger, en Europa, centros judíos.
Sin embargo, tal vez haya quien se quede ya tranquilo con el hecho de que, coincidiendo con el aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz tal día como hoy de hace 65 años, se recuerda a las víctimas del Holocausto. Lo perpetrado contra la Humanidad vaciándola de la vida de más de seis millones de personas, más las de otros varios millones fallecidos durante la guerra, y muchos millones más afectados de por vida por ello, queda simbolizado artísticamente en la Grosse Hamburger Strasse, en su momento pleno barrio judío de Berlín, donde la destrucción por los bombardeos de la casa de los números 15 y 16, generó un hueco delimitado por las medianeras que se han mantenido en pie, y sobre las que se exponen placas referentes a los antiguos habitantes de la casa, con sus nombres y profesiones. La composición es obra de Christian Boltanski y se titula La casa desaparecida.
Quiera Dios que no tengamos que someternos nuevamente a una prueba semejante.