miércoles, 26 de febrero de 2014

Un pequeño detalle fuera de control

«París, 7 de marzo de 1815.
»Primo mío: He recibido su carta del 26 de febrero. (…)
»Me proponía volver a tratar de la convención del 11 de abril pasado, pero Bonaparte me ahorra el trabajo. Antes de recibir este despacho se habrá enterado usted sin duda de su audaz empresa. He tomado inmediatamente las medidas que he juzgado oportunas para que se arrepienta de la misma, y tengo completa confianza en el éxito de las mismas.
»Esta mañana he recibido a los embajadores, y dirigiéndome a todos a la vez les he rogado que comuniquen a sus cortes que no me habían visto de ningún modo inquieto ante las noticias que había recibido y persuadido de que ello no alteraría la tranquilidad de Europa, como no alteraba la de mi espíritu. Continúa mejorando mi gota.
»Ruego a Dios, primo mío, que le conserve en su santa y digna guarda.
Luis.

El mismo día que en París el rey Luis XVIII fechaba su carta al príncipe de Talleyrand, éste, presente en las sesiones del Congreso de Viena, hacía lo propio a su monarca.

«Viena, 7 de marzo de 1815.
»Sire: Debo creer que Vuestra Majestad estará enterado ya, cuando reciba esta carta, de que Bonaparte ha abandonado la isla de Elba. Pero me apresuro a transmitirle la noticia a todo evento. La he conocido por un billete de Metternich, al que he respondido que me parecía por las fechas que la evasión de Bonaparte se encontraba ligada a la petición hecha por Murat a Austria para que concediera paso a sus tropas por sus provincias. El duque de Wellington me ha comunicado, a continuación, un despacho de lord Burghersh, ministro de Inglaterra en Florencia, cuya traducción tengo el honor de enviarle adjunta, así como el extracto de una carta de vicecónsul en Ancona.
»El 26 de febrero, a las nueve de la noche, embarcó Bonaparte en Porto-Ferraio. Ha llevado consigo a 1.200 hombres aproximadamente, diez cañones, seis de los cuales de campaña, algunos caballos y provisiones para cinco o seis días, Los ingleses, que se habían encargado de vigilar sus movimientos, lo han hecho con una negligencia que les costará trabajo explicar.
»La dirección norte que ha tomado parece indicar que se encamina a la costa de Génova o al sur de Francia.
»No puedo creer que intente nada contra nuestras provincias meridionales. Sólo se aventuraría a ello a favor de inteligencias, que es de suponer que no tenga. No por ello es menos necesario tomar precauciones en esa costa y colocar allí hombres seleccionados y perfectamente seguros. Por lo demás, cualquier empresa por su parte en Francia sería la de un bandido.
»Así es como tendría que ser tratado, y todas las medidas permitidas contra los salteadores deberían ser utilizadas contra él.
»Me parece infinitamente más probable que quiera actuar en el norte de Ita1ia. El duque de Wellington me dice que hay en Génova dos mil ingleses y tres mil italianos que ha hecho la guerra de España y que han entrado al servicio del rey de Cerdeña. No duda de que estas tropas, que han hecho la guerra de España, y que considera excelentes, cumplan con su deber. El rey de Cerdeña se encuentra en Génova en este momento. Hay también en el puerto tres fragatas inglesas. Si Bonaparte hiciera, pues, una tentativa contra Génova en este momento, fracasaría. Pero es de temer que se dirija por las montañas hacia los Estados de Parma y Lombardía, y que su presencia sea la señal de una insurrección preparada de antemano, favorecida por la mala política de los austriacos, y que apoyada por las tropas de Murat, con quien es probable que Bonaparte esté de acuerdo, encendería la guerra en toda Italia. El príncipe de Schwarzenberg y Metternich me han dicho que si Bonaparte llegara al norte de Italia, los pondría en gran apuro, porque no se encuentran preparados. La última noche han sido expedidos correos a todos los cuerpos destinados a Italia, a fin de apresurar su marcha. Pero por diligentes que se muestren esos cuerpos les falta un mes, por lo menos, para que lleguen a sus destinos y para poderse hacer dueños de los acontecimientos. Parece que el mismo príncipe de Schwarzenberg recibirá orden de dirigirse a Italia.
»En cualquier hipótesis, Vuestra Majestad juzgará seguramente necesario concentrar tropas suficientes en el Sur, para actuar según las circunstancias.
»Es posible prever las consecuencias de este suceso. Puede tenerlas afortunadas si se sabe sacar partido de él. Yo haré todo lo que esté en mi mano para que no se duerma aquí la gente y para hacer que el Congreso adopte una resolución que haga descender a Bonaparte del rango en que por una inconcebible debilidad se le había colocado y le ponga, al fin, en situación de no preparar nuevos desastres en Europa.

Como podemos leer, hace 1,99 siglos a las potencias que estaban organizando el mundo (es decir, Europa), se les escapó un pequeño detalle.

A pesar de su disposición en “prever las consecuencias de este suceso”, el Príncipe de Talleyrand no acertó en absoluto en cuanto a las intenciones del “hombre de la isla de Elba” (como, hacia el final de la carta, denomina a Napoleón Bonaparte). De hecho, la tarde del día en que redacta la carta, el «usurpador» (como le denomina en cartas posteriores), era recibido con el mayor de los entusiasmos en Grenoble, y al día siguiente salía sin especiales problemas hacia Lyon.

Y menos de un mes después de embarcar en Porto-Ferraio, entraba, de nuevo aclamado por el pueblo, el Emperador en París.

Y para conseguirlo no necesitó de “inteligencias”, sino del clamor del pueblo francés.

El mismo pueblo francés al que había llevado al desastre con las campañas de España y de Rusia.

Créditos:
Extractos de las cartas referidas, en traducción de Jesús García Tolsa, tomados de la edición de las Memorias de Charles Maurice de Talleyrand realizada por Sarpe en 1985, como número 62 de su colección distribuida en kioscos Biblioteca de la Historia (pp. 282-284), de la biblioteca del autor.

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