“Nuestro viaje hacia aquí, a Oviedo,
capital de Asturias, España, lo iniciamos mis compañeros y yo en
Jerusalén, capital de Israel, santa para las tres religiones. Allí
declamaron nuestros profetas y establecieron valores eternos para la
existencia del hombre, valores que se convirtieron en la columna
vertebral de la moral en la civilización occidental. Valores que se
derrumbaron en el transcurso del Holocausto.
Pronuncio estas palabras ante ustedes
hoy, precisamente en la lengua de los profetas, la lengua hebrea. En
esta lengua rezaron nuestros padres y nuestras madres. En esta lengua
clamaron multitud de ellos «Shema Israel» («Escucha Israel»),
antes de ser asesinados en las cámaras de gas, en las fosas de
fusilamiento y en los guetos (…) Durante nuestro viaje de Jerusalén
a Oviedo, sobrevoló nuestro avión Europa, en la que fueron
asesinados sistemáticamente seis millones de mis hermanos y
hermanas. Sus vidas fueron segadas, la totalidad de su legado, sus
obras y su cultura destruidos. Ello, principalmente por una ideología
racista destructiva basada en el odio hacia los judíos y el
antisemitismo. Se creó una nueva realidad sin precedentes en la
historia de la humanidad. El estudio del curso del Holocausto da
sentido a las palabras de Eli Wiesel: «No todas las víctimas eran
judías, pero todo judío era víctima».
Seis millones asesinados. Una cifra
inconcebible. Sin embargo, nuestra obligación es intentar
concebirla. Cuando desgrano esa cifra de «seis millones»
convirtiéndola en mi abuelo y mi abuela de Polonia, mis tíos y mis
tías y sus hijos pequeños, personas de verdad, de carne y hueso,
que nunca conocí y que nunca conoceré ya, entonces empiezo a
concebir la magnitud de la pérdida.
Nahum Fridovitch, hombre de negocios
judío, de la ciudad de Grodno en Polonia, fue expulsado con su
familia a un gueto. En 1943 se encontró frente a un dilema
existencial: sus familiares habían preparado un escondite a salvo de
las acciones asesinas de los alemanes. Pero la posible salvación de
todos ellos corría peligro por el llanto de tres niños pequeños,
dos de ellos nietos suyos. ¿Quién se iba a sacrificar para quedarse
con los bebés? El abuelo Nahum decidió quedarse. Quedarse expuesto
y acompañar a los niños en su inevitable camino hacia la muerte. La
mayor parte de sus parientes fueron descubiertos por los alemanes más
tarde, y fueron asesinados también. Sólo uno de los nietos de
Nahum, un joven de 15 años, consiguió sobrevivir. Durante año y
medio aproximadamente, aquel joven, Félix Zandman de nombre,
encontró refugio en un pequeño agujero bajo la casa de Yan y Yanova
Pujalsky, una familia polaca cristiana. Al finalizar la guerra, no
buscó venganza ni desesperó de este mundo. En cambio, decidió
Félix Zandman... construir: cursó estudios superiores, fundó una
familia, inventó tecnologías y emprendió actividades económicas
fecundas en tres continentes. Pero no hay día en que no sienta dolor
por el asesinato de sus familiares. Félix Zandman, nieto de Nahum
Fridovitch, en paz descanse, está aquí con nosotros hoy.
Nos acompañan también otros
supervivientes. Todos ellos se han unido a nosotros con toda lealtad
para conservar la memoria del Holocausto e interiorizar su
significado. Cada uno de ellos vivió en el transcurso del Holocausto
tramas existenciales terribles y desgarradoras. No obstante, tras la
liberación decidieron escoger la vida. En nombre de los aquí
presentes, en nombre del pueblo judío, y si se me permite, en nombre
de los hombres civilizados de todas las naciones, valga mi saludo a
vosotros, los supervivientes, y mi reconocimiento por vuestra
elección. Sois testigos de la brecha del pasado y guiáis el camino
hacia el futuro.
[…] En 1953, el Estado de Israel fundó Yad
Vashem. Lo hizo para dejar constancia, documentar, investigar y hacer
oír la historia del Holocausto (...) En la muerte de los caídos no
hay consuelo ni sentido... a menos que asumamos, temerosos de Dios,
una responsabilidad histórica: recopilar del fondo de los armarios y
los cajones las cartas, los objetos, la creación intelectual, que
expresan la identidad de las víctimas que fueron creados a imagen y
semejanza. Recuperar las facciones de su rostro, anotar sus nombres.
Formar a generaciones de educadores para que enseñen cómo estudiar
el Holocausto, y cómo aprender de él. Y con todo ello fundar Yad
Vashem, para proporcionar un escenario y dar forma a la historia de
esta brecha y al eclipse de la luz en la que el asesino asesinó, la
víctima luchó por la supervivencia con humanidad, el vecino vio y
calló y sólo unos pocos intentaron salvar.
Esos pocos bienhechores de las naciones
del mundo pusieron su vida en peligro y a veces la de sus familias,
para garantizar que en la más profunda oscuridad brotaran algunos
rayos de luz. Ellos son «los justos entre las naciones», valedores
de la virtud por los que se ha acuñado un nuevo concepto en la
cultura de la humanidad, entre los que encontramos también a españoles. Recordamos y conmemoramos sus actos y les saludamos.
Al extender nuestra mano con humildad y
agradecimiento para recibir el premio Príncipe de Asturias de la
Concordia, nos embarga la sensación de una misión conjunta,
expresión del creciente reconocimiento de que la memoria del
Holocausto debe encontrar su justo lugar en la cultura de la
humanidad.
En este premio hallamos la victoria de
la tolerancia sobre el racismo, del amor sobre el odio, del bien
sobre el mal. No sólo la maldad nazi histórica, específica y
única, sino también la maldad que sobrevive y se renueva en
nuestros tiempos del antisemitismo, el racismo y la xenofobia, en
todo el mundo. Nuestro mundo no puede ya tolerar ni sufrir, a
comienzos del siglo XXI, un genocidio como el que está sucediendo
estos días en Darfur.
Al decidir conceder a Yad Vashem el
premio, la Fundación Príncipe de Asturias manifiesta y proclama que
la lucha contra los que siguen el camino de los nazis no compete
únicamente a un organismo, a un pueblo o a una religión. Se trata
de una lucha conjunta de toda la humanidad, en la que Yad Vashem
desempeña una función primordial de vanguardia.
Dentro de poco mis compañeros y yo
volveremos a «nuestro» monte, el monte de la memoria, en Jerusalén.
En nuestras manos ostentaremos y mostraremos ante todos el premio que
nos han otorgado. Volveremos a Israel reforzados por la esperanza de
que la memoria del Holocausto sigue calando, ahora con mayor vigor,
en la conciencia internacional, y gracias a esto, estamos más cerca
de que se cumplan las palabras de los profetas: «Y convertirán sus
espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; nación contra
nación no alzará espada, ni se adiestrarán más para la guerra».”
[En el 70º aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Bikernau.]
Créditos:
Extracto del discurso pronunciado por
Avner Shalev, presidente del Yad Vashem (Museo del Holocausto, de
Jerusalén), con motivo de la recepción por dicha institución del
Premio Príncipe de Asturias a la Concordia 2007, tomado de lo
publicado en ABC el 27 de octubre de 2007, de la hemeroteca
del autor.
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