A principios de julio pasado, hice una pequeña reseña sobre la novela que acababa de leer (La fórmula preferida del profesor). Unas semanas después, como siempre, buscando otra información, me encontré en la página de internet de Nature una reseña a dicha novela, titulada en inglés The Housekeeper and the Professor, es decir, La asistenta y el profesor. Aunque ambos títulos son ciertos (ignoro la traducción exsacta del japonés), también es cierto que con el título en inglés difícilmente la hubiera comprado de haberla visto en la clásica mesa de novedades (en cualquier caso, la compré por una reseña que había leído, lo que hubiera hecho en cualquier caso con independencia del título; en resumen, la hubiera comprado, sí o sí).
En esta reseña de Nature se decía: “The Housekeeper and the Professor does for number theory what Jostein Gaarder's best-seller Sophie's World (Aschehoug, 1991) did for the history of philosophy, but with a far lighter touch”. Para leer el resto de la crítica hay que suscribirse a Nature, cosa que yo no he hecho, pero dejo total libertad para hacerlo a quien estas líneas lea (si luego nos lo cuenta, también se lo agradeceremos); crítica sobre la cual, por cierto, se publicó en septiembre una carta señalando que incurría en ciertos errores (pero también hay que suscribirse, y también se lo agradeceremos a quien nos lo cuente).
En la reseña que yo hice (ésta sí es gratis), una de las cosas que decía era: «Curiosamente, lo único que conocemos por su nombre (aparte de un jugador de béisbol), son fórmulas y teoremas matemáticos.»
Y una de las cosas que se cuenta en relación con el jugador de béisbol en cuestión, es:
“Aunque habíamos decidido regalarle un cromo de Enatsu, llegado el momento, nos dimos cuenta de que no era tan fácil como pensábamos. El profesor tenía casi todos los cromos de Enatsu de la época de los Tigers, es decir, anteriores a 1975. (…)
Primero, Root y yo compramos las revistas especializadas en cromos de béisbol (fue un descubrimiento el hecho de que se vendieran esas cosas en las librerías), y estudiamos qué tipo de cromos había, cuánto valían aproximadamente, y a dónde debíamos ir para conseguirlos. De paso, aprendimos mucho acerca de la historia de los cromos de béisbol, acerca de los coleccionistas o las condiciones de conservación, etc. Los fines de semana recorríamos todas las tiendas posibles con ayuda de la lista de tiendas de cromos que venía al final de una revista. A pesar de todo, no obtuvimos ningún fruto.
Las tiendas de cromos siempre se situaban en algún piso de edificios comerciales viejos, ocupados por usureros, agencias de detectives privados o consultas de videntes. Todos esos edificios nos deprimían con sólo subir al acensor, y sin embargo, una vez entrábamos en las tiendas de cromos, eran verdaderos paraísos para Root.” (pp. 256-257)
Tiendas no sé, pero mercadillos donde sí se realiza este tipo de comercio son habituales. En Madrid, por ejemplo, supongo que seguirá en el Rastro, al final de la Ribera de Curtidores, en la Ronda de Toledo, por donde me paseé un domingo temprano (aún estaban montando muchos de los puestos), de hace unos treinta meses.
En Valencia, este mercadillo se celebra también los domingos por la mañana, cerca de la Plaza Redonda, al otro lado de la calle San Vicente, en un ensanche que le han dado por llamar plaza, con un nombre que apenas conoce la gente, aunque sí al homenajeado: Mariano Benlliure.
Todo esto viene a cuento porque me trajo recuerdos de mi infancia, en Requena, época en que, al menos allí, no existía un mercadillo como tal para los cromos, quedando como alternativa la economía de trueque. Eso sí, el trueque no era uno por uno, sino que existían unos “precios”, de modo que según los cromos resultaran más escasos o de difícil consecución, mayor era el número de cromos por el que se canjeaban.
Y esto último me conduce a que uno de los regalos que me dejaron los Reyes Magos, consecuencia de una confusión entre listas de ‘ya sí’ y de ‘todavía no’, fue precisamente este libro de Yoko Ogawa.
Como el proveedor de los Reyes era mi mismo proveedor de libros, la coincidencia, naturalmente, se resolvió con un cambio, como hace muchos, muchos años, hacía con los cromos.
En esta reseña de Nature se decía: “The Housekeeper and the Professor does for number theory what Jostein Gaarder's best-seller Sophie's World (Aschehoug, 1991) did for the history of philosophy, but with a far lighter touch”. Para leer el resto de la crítica hay que suscribirse a Nature, cosa que yo no he hecho, pero dejo total libertad para hacerlo a quien estas líneas lea (si luego nos lo cuenta, también se lo agradeceremos); crítica sobre la cual, por cierto, se publicó en septiembre una carta señalando que incurría en ciertos errores (pero también hay que suscribirse, y también se lo agradeceremos a quien nos lo cuente).
En la reseña que yo hice (ésta sí es gratis), una de las cosas que decía era: «Curiosamente, lo único que conocemos por su nombre (aparte de un jugador de béisbol), son fórmulas y teoremas matemáticos.»
Y una de las cosas que se cuenta en relación con el jugador de béisbol en cuestión, es:
“Aunque habíamos decidido regalarle un cromo de Enatsu, llegado el momento, nos dimos cuenta de que no era tan fácil como pensábamos. El profesor tenía casi todos los cromos de Enatsu de la época de los Tigers, es decir, anteriores a 1975. (…)
Primero, Root y yo compramos las revistas especializadas en cromos de béisbol (fue un descubrimiento el hecho de que se vendieran esas cosas en las librerías), y estudiamos qué tipo de cromos había, cuánto valían aproximadamente, y a dónde debíamos ir para conseguirlos. De paso, aprendimos mucho acerca de la historia de los cromos de béisbol, acerca de los coleccionistas o las condiciones de conservación, etc. Los fines de semana recorríamos todas las tiendas posibles con ayuda de la lista de tiendas de cromos que venía al final de una revista. A pesar de todo, no obtuvimos ningún fruto.
Las tiendas de cromos siempre se situaban en algún piso de edificios comerciales viejos, ocupados por usureros, agencias de detectives privados o consultas de videntes. Todos esos edificios nos deprimían con sólo subir al acensor, y sin embargo, una vez entrábamos en las tiendas de cromos, eran verdaderos paraísos para Root.” (pp. 256-257)
Tiendas no sé, pero mercadillos donde sí se realiza este tipo de comercio son habituales. En Madrid, por ejemplo, supongo que seguirá en el Rastro, al final de la Ribera de Curtidores, en la Ronda de Toledo, por donde me paseé un domingo temprano (aún estaban montando muchos de los puestos), de hace unos treinta meses.
En Valencia, este mercadillo se celebra también los domingos por la mañana, cerca de la Plaza Redonda, al otro lado de la calle San Vicente, en un ensanche que le han dado por llamar plaza, con un nombre que apenas conoce la gente, aunque sí al homenajeado: Mariano Benlliure.
Todo esto viene a cuento porque me trajo recuerdos de mi infancia, en Requena, época en que, al menos allí, no existía un mercadillo como tal para los cromos, quedando como alternativa la economía de trueque. Eso sí, el trueque no era uno por uno, sino que existían unos “precios”, de modo que según los cromos resultaran más escasos o de difícil consecución, mayor era el número de cromos por el que se canjeaban.
Y esto último me conduce a que uno de los regalos que me dejaron los Reyes Magos, consecuencia de una confusión entre listas de ‘ya sí’ y de ‘todavía no’, fue precisamente este libro de Yoko Ogawa.
Como el proveedor de los Reyes era mi mismo proveedor de libros, la coincidencia, naturalmente, se resolvió con un cambio, como hace muchos, muchos años, hacía con los cromos.
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