Uno de los problemas más conocidos en el tema de las paradojas es el caso del barbero de un pueblo, en el que, lógicamente para una paradoja, el barbero no era un barbero cualquiera, ni el pueblo era un pueblo más en la geografía.
La gestión de la barbería, hasta donde sé, tampoco era como la de una peluquería en Valencia (en concreto en la calle Pintor Sorolla), en la cual, mediante un semáforo en el exterior, informa al posible cliente, acerca del tiempo estimado de espera hasta ser atendido.
La paradoja la planteó Russell recién iniciado el siglo XX, y, más o menos, viene a decir que en cierto pueblo, el barbero afeita sólo a los hombres del pueblo que no se afeitan a sí mismos. El problema surge cuando a alguien (por ejemplo, al barbero) se le ocurre averiguar quién afeita al barbero.
No es objeto de esta anotación recoger la exposición de los razonamientos que desembocan en la contradicción (por eso lo de 'paradoja', claro), sino manifestar que, después de mucho cavilar, con la realización de inumerables desarrollos aplicando la teoría de conjuntos, al final he obtenido la solución. Este feliz momento alcancélo reflexionando sobre un hecho del que he sido conocedor, como es de esperar, leyendo un libro.
El autor del libro es Vernon Howe Bailey, fue editado en 1928 al otro lado del charco, propiedad en su día de una tal Julia D? Heise, residente, en ese momento, al menos, a orillas del Lago Español, por mejor nombre, Océano Pacífico, y en concreto en la tierra del roble del reino de las amazonas (o sea, y abreviando, Oakland - California).
En este libro, se lee:
"When I stepped into a barber shop it was occupied by several youths, but wishing the services of an experienced barber, the propietor was sent for. He arrived and seeing that I was a foreigner asked the name of my country. On learning I was from New York he said he had been there as a sailor many years before and became so loquacious and handled the razor with such freedom owing to his visit to the wine shop, far from pleasant, that it was a relief when the work was finished to tip him well and escape"
Reflexionando sobre esto, llegué a la conclusión de que la paradoja del barbero tenía la siguiente solución:
El barbero se fue a otro pueblo, y como la experiencia no le resultó grata, desde entonces, dejó de afeitarse.
Para acabar, sólo cuatro cosas más:
La gestión de la barbería, hasta donde sé, tampoco era como la de una peluquería en Valencia (en concreto en la calle Pintor Sorolla), en la cual, mediante un semáforo en el exterior, informa al posible cliente, acerca del tiempo estimado de espera hasta ser atendido.
La paradoja la planteó Russell recién iniciado el siglo XX, y, más o menos, viene a decir que en cierto pueblo, el barbero afeita sólo a los hombres del pueblo que no se afeitan a sí mismos. El problema surge cuando a alguien (por ejemplo, al barbero) se le ocurre averiguar quién afeita al barbero.
No es objeto de esta anotación recoger la exposición de los razonamientos que desembocan en la contradicción (por eso lo de 'paradoja', claro), sino manifestar que, después de mucho cavilar, con la realización de inumerables desarrollos aplicando la teoría de conjuntos, al final he obtenido la solución. Este feliz momento alcancélo reflexionando sobre un hecho del que he sido conocedor, como es de esperar, leyendo un libro.
El autor del libro es Vernon Howe Bailey, fue editado en 1928 al otro lado del charco, propiedad en su día de una tal Julia D? Heise, residente, en ese momento, al menos, a orillas del Lago Español, por mejor nombre, Océano Pacífico, y en concreto en la tierra del roble del reino de las amazonas (o sea, y abreviando, Oakland - California).
En este libro, se lee:
"When I stepped into a barber shop it was occupied by several youths, but wishing the services of an experienced barber, the propietor was sent for. He arrived and seeing that I was a foreigner asked the name of my country. On learning I was from New York he said he had been there as a sailor many years before and became so loquacious and handled the razor with such freedom owing to his visit to the wine shop, far from pleasant, that it was a relief when the work was finished to tip him well and escape"
Reflexionando sobre esto, llegué a la conclusión de que la paradoja del barbero tenía la siguiente solución:
El barbero se fue a otro pueblo, y como la experiencia no le resultó grata, desde entonces, dejó de afeitarse.
Para acabar, sólo cuatro cosas más:
- como se puede leer en la imagen, el libro contiene "Forty-eight Drawings by the Author"
- el autor, en su recorrido por España, pasó por Requena, haciendo noche en ella, e incluso, dedicando tiempo a hacer uno de sus dibujos recogidos en el libro (además de dos páginas de texto)
- sería entretenido averiguar quién fue el barbero de la anécdota
- finalmente, la anécdota sucedió en Requena
Mi blog cumple un año dentro de unos días y después de leer esta entrada me he dado cuenta que me tengo que dedicar a otra cosa.
ResponderEliminarUn listón muy alto.
Muchas gracias, hombre, pero qué va.
ResponderEliminarComo dijo aquél:
He seguido tus pasos; con esfuerzo, he conseguido subir a tu listón; y si, cosa harto difícil, mantengo el equilibrio, simplemente, ensayo un saltito.
Si además de no caerme, logro que le guste a alguien, me alegro mucho.
Me aplicaré para no defraudar.
Miedo, envidia, orgullo, ...
ResponderEliminarMe ha recordado la adivinanza del barbero: En un pueblo hay 2 barberías. Llega un forastero a cortarse el pelo y ve a la 1ª limpia y reluciente, y al barbero impoluto. Ve la 2ª y está el suelo lleno de pelos, las estanterías desordenadas y el barbero desaliñado. El forastero entra en esta última ¿por qué?
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