viernes, 24 de agosto de 2012

Que paren el mundo que me bajo, o no

En 1533, una década antes de que su obra magna fuera publicada, el Papa Clemente VII se hizo informar por el jurista y orientalista alemán Johann Albrecht Widmanstadt [secretario del Pontífice] de las características del nuevo sistema del mundo. Tres años después, el 1 de noviembre de 1536, el cardenal de Capua –el dominico Nikolaus von Schönnerg– escribió a Copérnico desde Roma solicitándole información acerca de sus trabajos y, muy en concreto, pidiéndole una copia del pequeño tratado que tanta celebridad había alcanzado (a pesar del –o quizás más bien en virtud del– reducido número de copias del mismo disponibles).

El pequeño tratado en cuestión se titulaba Nicolai Copernici de hypothesibus motuum coelestium a se constitutis commentariolus, es decir, Breve exposición de las hipótesis de Nicolás Copérnico acerca de los movimientos celestes, y a lo que se ve había causado interés en Roma.

Es (mal) conocida la historia de Galileo en su relación con la Iglesia Católica como consecuencia de la teoría heliocentrista. Menos conocida (aún) es la historia de Copérnico (unos setenta años antes) cuando empezó a conocerse su argumentación  a favor de la misma teoría astronómica.

Y es que Copérnico también recibió desprecios y condenas por ello. Así, por ejemplo, se llegó a escribir sobre “un astrólogo advenedizo que pretende probar que es la Tierra la que gira, y no el cielo, el firmamento, el Sol o la Luna (…). Este loco echa completamente por tierra la ciencia de la astronomía, pero las Sagradas Escrituras nos enseñan que Josué ordenó al Sol, y no a la Tierra, que se detuviese”; o que “muchos son los que consideran meritorio hacer lo que ese buscador de estrellas prusiano, que pone en movimiento a la Tierra y deja inmóvil al Sol. En verdad los gobernantes, si son sabios, deberían poner freno al desencadenamiento de los espíritus”.

Como puede verse, no eran halagos lo que recibía, sólo que en este caso no venían desde Roma.

El primer extracto lo escribió un 4 de junio de 1539 en sus Tischreden un tal Martin Lutero; el segundo extracto es de una carta dirigida a Burkhardt Mithobius y fechada el 16 de octubre de 1541, escrita por Philipp Melanchton. Es decir, la más pura y exquisita Reforma Luterana.

Es cierto que al cabo de un tiempo los protestantes dejaron en paz el heliocentrismo (o al menos, así se nos ha vendido), mientras que en Roma había un tribunal viendo la causa contra Galileo (a quien, en definitiva, le pedían pruebas de lo que decía), pero vista la contundencia de lo expresado por Lutero, y teniendo en cuenta que, en efecto, la Escritura es eso lo que dice, más bien creo que no fue la Sola Escritura lo que les hizo cambiar de opinión, sino, de modo similar al cambio del calendario juliano a gregoriano, algo tan importante como no querer compartir la misma opinión que el Papa y los católicos.

Y la reivindicación del método científico, teniendo en cuenta que Copérnico era católico, mejor dejarla aparte.

Créditos:
Datos y extractos de la Introducción de Alberto Elena a su obra recopilatoria Opúsculos sobre el movimiento de la Tierra, tomados de su primera edición, de 1983, por Alianza Editorial como número 953 de su colección El Libro de Bolsillo (pp. 7-8 y 8).
Imagen de Josué parando el sol (h. 1650-1660), óleo sobre lienzo, obra de Esteban March, existente en el Museo de Bellas Artes San Pío V de Valencia, tomada de su página de internet.

3 comentarios:

  1. Leí hace tiempo un libro escrito por un físico frances (Claude -o como se escriba- algo, creo que era Alegré -también, como quiera que se escriba-), que fue también ministro socialista (quizá con Miterrand).

    En ese libro, la figura de Galileo no sale tan bien parada como generalmente la pinta la historia. A la sazón, el Papa había sido director del Colegio Jesuita de Roma, era astrónomo y había sido amigo de Galileo..., que, según el tal Alegré -o como se escriba-, intentó echarle un pulso a la Iglesia... y lo perdió.

    Interesantísimo libro que me encantó. Si estás interesado, mañana te doy título y nombre del autor (bien escrito).

    Saludos.

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  2. S.Cid:
    ¿Cómo puedes dudar sobre mi interés por el libro?
    De hecho, tenías que haberlo escrito en el mismo comentario y no dejarlo para mañana y en condicional.
    O sea, que ya tardas.

    Por lo que dices es, supongo, uno de los motivos por los que comentaba en la anotación lo de lo mal coonocida que es la historia de Galileo.

    Un saludo... impaciente.

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  3. Es que ayer iba con prisa y no podía pararme a buscar el libro (aunque sabía perfectamente dónde estaba y, de hecho, lo he encontrado ahora mismo sin problemas, pero la prisa...).

    En fin, este es el libro: "Dios frente a la ciencia", de Claude Allègre, Ediciones Península.

    Para que vayas abriendo boca, te copio un trocito de un párrafo:

    Su proceso (el de Galileo), convertido en paradigma, marcó por siempre jamás a la Iglesia católica con el estigma de la intolerancia y el oscurantismo [...]

    Sin embargo, no se lograría comprender nada de la complejidad de las relaciones que ha mantenido la Iglesia católica con la ciencia a lo largo de los últimos siete siglos si nos contentásemos con exponer el caso Galileo. El caso Galileo es, a buen seguro, un proceso levantado a la ciencia en nombre de las creencias, a un auténtico genio intelectual en nombre de un oscurantismo dogmático, pero también es el proceso a un hombre de ciencia cuya arrogancia llegó a desesperar al Papa, sincero amigo del imputado. El proceso a Galileo fue asimismo un arma, entre otras, que utilizó el Papa para hacer frente al crecimiento del protestantismo, alentado secretamente por Richelieu, primer ministro de Francia antes de ser ordenado cardenal. Con la sentencia del mismo, Urbano VIII intentó restablecer a través de una sanción religiosa espectacular su cada día más débil autoridad espiritual y temporal.

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