Hace ocho días, andando
por callejas del Barrio del Carmen, me encontré con un gato (en realidad, con
varios), pero éste en particular, estaba descansando muy tranquilamente sobre
un coche, ni siquiera sobre el calorcillo del capó, sino sobre el techo. Es
decir, a quien le interese, el techo de un coche, está claro, es un sitio cómodo.
Levantó la cabeza,
mientras yo me aproximaba, lo justo como para entender que, a pesar de lo
anterior, yo no pensaba quitarle el sitio, y continuó a lo suyo. Era agosto,
hay que comprenderlo, y más aún si algún antepasado suyo padeció el ferragosto
de Roma.
El pasado domingo volví a
callejear por el Barrio del Carmen, y definitivamente, cabe decir que es un
barrio de gatos.
No sólo los que se
deslizan por los huecos y rincones, sino que, a falta de gatos, hasta los
pintan en los muros de las casas.
E incluso, tienen una gatera con placa de azulejos dedicada y todo, que traducida del valenciano, dice así:
«A la memoria de los
cuatro gatos que quedaron en el Barrio del Carmen el año MXCIV. Nunca se les oyó
un miau más alto que otro.”
No sé qué pasó o dejó de
pasar el año 1094, o si es que falta un ‘CM’en medio, para llegarnos a 1994,
pero es lo que hay en la placa.
De lo que,
afortunadamente, tampoco puedo decir nada, es de las pulgas que, seguro,
estarán al acecho en el barrio.
Créditos:
Fotografías de un gato
dormitando sobre un coche, un gato pintado en un muro de la calle Salvador Giner,
y de una gatera en la calle Museo, todas en el Barrio del Carmen, de Valencia,
en agosto de 2012, y del autor.
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