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martes, 22 de octubre de 2013

Y ahora, ¿dónde los pongo?: Renacidos a nuevas lecturas

Como ya se ha dicho, hace unos días dejé varios huecos en la librería El Renacimiento, en Madrid.

El primero se corresponde con una descripción del mismo Madrid, obra de un hispanista francés, mientras que el segundo también venía de Francia, pero es relativo a las Cruzadas.



Y, como en la Feria de Otoño, también apareció la colección Austral (aunque con una sobrecubierta de menos).





¡Ah! Y don Gregorio Marañón.

Créditos:
Imágenes de las cubiertas y sobrecubiertas de los libros en cuestión.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Y ahora, ¿dónde los pongo?: Que no se agosten los estantes

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Stanislaw Lem o Juan Donoso Cortés: de antes, pero para ahora mismo.








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Edmundo de Amicis, o las Cruzadas: o de antes, pero para ahora mismo… también ¿no?




Créditos:
Cubiertas de los libros en cuestión.

lunes, 16 de julio de 2012

Y las cadenas… fueron rotas

Toda muchedumbre, especial de soldados, se rige por ímpetu, y mas por la opinión se mueve, que por las mismas cosas y por la verdad, como sucedió en este negocio y trance; que los mas de los soldados, perdida la esperanza de salir con la demanda, trataban de desamparar los reales. Parecíales corrían igual peligro hora los reyes pasasen adelante, hora volviesen atrás: lo uno daría muestra de temeridad, lo otro sería cosa afrentosa. Ponían mala voz en la empresa: cundía el miedo por todo el campo. La ayuda de Dios y de los santos valió para que sustentasen en pie las cosas casi perdidas de todo punto. Un cierto villano, que tenía grande noticia de aquellos lugares por haber en ellos largo tiempo pastoreado sus ganados (algunos creyeron ser ángel, movidos de que mostrado que hobo el camino, no se vió mas) prometió á los reyes que si dél se fiasen, por senderos que él sabía, todo el ejército y gente llegarian sin peligro á encumbrar lo mas alto de los montes. Dar crédito en cosa tan grande á un hombre que no conocian, no era seguro, ni de personas prudentes no hacer de todo punto caso en aquella apretura de lo que ofrecia. Pareció que don Diego de Haro y Garci Romero como adalides viesen por los ojos lo que decia aquel pastor. Era el camino al revés de lo que pretendian, y parecia iban á otra parte diferente, tanto que los moros considerada la vuelta que los nuestros hacian, pensaron que por falta de vituallas huian y se retiraban á lo mas adentro de la provincia. Conveníales subir por la ladera del monte: pasar valles en muchos lugares, peñascos empinados que embarazaban el camino. Pero no rehusaban algun trabajo con la esperanza cierta que tenían de la victoria, si llegasen a las cumbres de los montes y á lo más alto: el mayor cuidado que tenian era de apresurarse por recelo que los enemigos no se apoderasen antes del camino y les atajasen la subida.
Pasadas pues aquellas fraguras, los reyes en un llano que hallaron, fortificaron sus reales. Apercibióse el enemigo á la pelea y ordenó sus haces repartidas en cuatro escuadrones: quedóse el rey mismo en el collado mas alto, rodeado de la gente de su guarda. Los fieles, por estar cansados con el trabajo de tan largo y mal camino así hombres como jumentos, determinaron de esquivar la pelea: lo mismo el día siguiente, con tan grande alegria de los moros que entendian era por miedo, que el miramamolin con embajadores que envió y despachó á todas partes y muy arrogantes palabras prometia que dentro de tres pondria en su poder los tres reyes que tenia cercados como con redes. La fama iba en aumento como suele: cada uno añadia algo á lo que oia, para que la cosa fuese mas agradable. El dia tercero que fue lunes á diez y seis del mes de julio, los nuestros resueltos de presentar la batalla, al amaneceer confesados y comulgados ordenaron su batallas, en guisa de pelear. En la vanguardia iba por capitan don Diego de Haro. Del escuadron de enmedio tenia cuidado don Gonzalo Nuñez, y con él otros caballeros Templarios y de las demás órdenes y milicias sagradas. En la retaguardia quedaba el rey don Alonso, y el arzobispo don Rodrigo y otros prelados. Los reyes de Aragón y de Navarra con su gente fortificaban los lados, el navarro á la derecha, á la izquierda el aragonés.
El moro al contrario con el mismo órden que antes puso sus gentes en ordenanza. La parte de los reales en que armaron la tienda real, cerraron con cadenas de hierro, y por guarda los mas fuertes moros y mas esclarecidos en linaje y en hazañas; los demás eran en tan gran número que parecia cubrian los valles y los collados. Exhortaron los unos y los otros, y animaban los suyos á la pelea. Los obispos andaban de compañía en compañía, y con la esperanza de ganar la indulgencia animaban á los nuestros. El rey don Alonso desde un lugar alto para que le pudiesen oir, dijo en sustancia estas razones: «Los moros, salteadores, y rebeldes al emperador Cristo, antiguamente ocuparon á España sin ningún derecho, ahora á manera de ladrones la maltratan. Muchas veces gran número dellos fueron vencidos de pocos, gran parte de su señorío les hemos quitado, y apenas les queda donde poner el pie en España. Si en esta batalla fueren vencidos, lo que promete el ayuda de Dios, y se puede pronosticar por la alegría y buen talante que todos teneis, habremos acabado con esta gente malvada. Nosotros peleamos por la razón y la justicia: ellos por ninguna república, porque no están entre sí atados con algunas leyes. No hay á do se recojan los vencidos, ni queda alguna esperanza salvo en los brazos. Comenzad pues la pelea con grande ánimo. Confiados en Dios tomasteis las armas, confiados en el mismo, arremeted á los enemigos y cerrad.»
El moro al contrario avisó á los suyos y les dijo: «Que aquel dia debian pelear con estremo esfuerzo, que seria el final de la guerra, quier venciesen, quier fuesen vencidos. Si venciesen, toda España seria el premio de la victoria, por tener juntadas los enemigos para aquella batalla con suma diligencia todas las fuerzas della; si fuesen vencidos, el imperio de los moros quedaba acabado en España. (…)» Dichas estas razones por una y por otra parte se comenzó la pelea con grande ánimo y corage. La victoria por largo espacio estuvo dudosa de ambas partes: peleaban todos conforme al peligro con grande esfuerzo. La vista de los capitanes y su presencia no sufria que la cobardia ni el valor se ocultasen, y encendia á todos á pelear. (…)
Con esto el postrer escuadron se adelantó, y por su esfuerzo y por el de los demás se mejoró la pelea. Los que parecia titubeaban, por no quedar afrentados vueltos á la ordenanza, tornaron á la batalla con la mayor ferocidad. Los moros cansados con el contínuo trabajo de todo el dia no pudieron sufrir la carga de los que estaban de respeto postreros y de nuevo entraban en la pelea. Fue muy grande la huida, la matanza no menor que tan grande victoria pedia. Perecieron en aquella batalla doscientos mil moros, y entre ellos la mitad fueron hombres de á caballo: otros quitan la mitad deste número. La mayor maravilla, que de los fieles no perecieron más de veinte y cinco, como lo tesifica el arzobispo Rodrigo: otros afirman que fueron ciento y quince; pequeño número el uno y el otro para tan ilustre victoria. Otra maravilla, que con quedar muerta tan grande muchedumbre de moros, que no se acordaban de mayor, en todo el campo no se vió rastro de sangre, segun lo atestigua el mismo don Rodrigo.
(…)
La victoria se divulgó por todas partes primero por la fama, despues por mensajeros que venian unos en pos de otros. Fue grande el lloro y sentimiento de los moros, no solo por el mal y daño presente, sino porque temian para adelante mayores inconvenientes y peligros. Entre los cristianos se hacian grandes fiestas, juegos, convites con toda magnificiencia y regocijos y alegrías no sólo en España, sino tambien las naciones estrañas, con tanto mayor voluntad cuanto el miedo fue mayor. Nunca la gloria del nombre cristiano pareció mayor, ni las naciones cristianas estuvieron en algun tiempo mas gloriosamente aliadas.

Hace ocho siglos, en 1212, en una nava (palabra que curiosamente tiene probable origen vasco), tuvo lugar la batalla que ha venido en ser recordada como la de las Navas de Tolosa. La importancia de la misma es la que, posiblemente, anticipara Muhammad ben Yusuf Yacub, conocido como Al-Nasir, Miramamolín de los almohades, Califa o «príncipe de los creyentes» (Amir-ul-Muminin): es decir, quien venciese, quedaría dueño de España.

Estudiada en su momento en las clases de Historia por los escolares españoles, la importancia de lo sucedido fue tal que incluso se hacen referencias a la batalla por analistas de la situación geoestratégica internacional.

No obstante, a pesar de los posibles paralelismos, no hay que olvidar que la situación actual de España no es la de entonces. Al menos, en algunos aspectos, importantes, eso sí.

Créditos:
Extracto del capítulo XXIV Cómo la victoria quedó por los cristianos, del Libro Undécimo, de la obra del Padre Mariana Historia general de España, en la edición publicada por la Imprenta y Librería de Gaspar y Roig (en Madrid, calle del Príncipe, 4), en el año de Nuestro Señor de 1852 (Tomo 1 – pp.356-358).
Imagen de El triunfo de la Santa Cruz, óleo sobre lienzo, obra de Marceliano Santa María Sedano, del Museo del Prado, depositado en el Museo Marceliano Santa Maria, en Burgos, tomada del artículo de La aventura de la Historia dedicado a la batalla.

domingo, 15 de julio de 2012

Venciendo, hincaron la rodilla

El 7 de junio de 1099, los cruzados ven a lo lejos, con emoción profunda, los altos muros de Jerusalén, la ciudad santa, que defienden los árabes.
(…)
El calor, la falta de víveres y la sed hacen más penoso el asedio.
Las naves genovesas desembarcan, muy oportunamente, abundante material y víveres en el puerto de Jaffa.
Los cruzados fabrican sus artefactos de guerra con este material: largas escalas y grandes torres móviles, de madera, que colocan frente a la muralla, desde la puerta de Damasco hasta el torrente Cedrón.
El 14 de julio comienza el ataque, duro, encarnizado; pero los defensores consiguen prender fuego a las torres de madera y los cristianos tienen que retroceder. Entonces Godofredo manda forrar las torres con pieles de animales recién sacrificados, y el viernes, 15, por la mañana, seguido por su hermano, Eustaquio de Boulogne, sube a una de aquellas, a la más alta plataforma, y ordena el asalto, que se inicia otra vez con el mayor ardimiento.
El fuego no puede prender en las pieles frescas, y, después de una lucha feroz, Godofredo de Bouillon penetra con sus tropas en Jerusalén.
(…)
Antes de acabar la tarde, una tropa desgreñada, ruda, curtida por el sol y por el aire del desierto, por las fatigas y dolores de la lucha, lava la sangre que tiñe sus manos, cura sus heridas, cambia sus rotas y manchadas vestiduras por otras limpias, y camina silenciosa, con los pies descalzos y los ojos llenos de lágrimas, hacia la pequeña elevación del Gólgota. Los cristianos indígenas salen a recibir a los cruzados, en procesión, cantando himnos religiosos, y, todos juntos, penetran en el Santo Sepulcro.
Cae la noche, tranquila, de verano. Los francos se arrodillan, sollozan, besan la tierra que pisó Jesucristo, con toda la dulzura de que son capaces, y después levantan los fornidos brazos, cansados de blandir la espada, y los abren en cruz.

Hoy se cumplen 913 años de la conquista de Jerusalén por el ejército de la Primera Cruzada. Y aunque el ambiente tal vez sea menos propicio para dicho recuerdo, aquí está, manteniendo todo lo que ya dije hace dos años.

Créditos:
Ilustración  de encabezamiento (obra de A.J.M.) y extracto del relato Las cruzadas, tomados de la obra Días sin colegio, editado por Aguilar en su colección El globo de colores - serie azul (3ª edición, de 1967 – pp. 36-37)

jueves, 15 de julio de 2010

La cruz de Europa

La pequeña casucha de mármol que se alzaba a corta distancia era el sepulcro en el que había yacido el Cuerpo de Dios. Bohemundo sólo se encontraba a pocos metros, bajo el mismo techo. Portaba la espada y no llamaba amo a nadie. La misa se celebraba de acuerdo con el rito latino. Ésa era la razón por la que todos habían abandonado sus hogares.
Repasó mentalmente los últimos tres años. Volvió a ver a los intimidantes patzinakos y a Tancredo, que los atacó sin armadura; a los campesinos tracios que se lamentaban junto a sus casitas saqueadas; a los francos y a los griegos asesinados a las puertas de la ciudad; a los engañados seguidores de Pedro el Ermitaño que se pudrían en Civetot; a los valerosos caballeros y los aguerridos sargentos muertos junto a las murallas de Nicea; a las mujeres, los niños y los acólitos desmembrados cuando los turcos destrozaron el campamento en Dorilea; el terrible cruce de las montañas; la hambruna, la plaga y la desdicha a las puertas de Antioquia. De la infinidad de peregrinos que partieron del Occidente latino, ni siquiera la décima parte sobrevivió para ver el Santo Sepulcro. Pero ellos estaban allí y eran los supervivientes de aquella multitud. El santuario estaba abierto a todos los cristianos. Había valido la pena. Que Dios no lo permitiera, pero si era necesario volvería a empezar mañana mismo y lo haría todo de nuevo.


Aunque Bohemundo de Tarento fue uno de los jefes militares de la Primera Cruzada, no participó en la misma toma de Jerusalén, pues se quedó protegiendo la ciudad de Antioquía, en cuya conquista sí tuvo una importante actuación.

Tal día como hoy, del año 1099, se culminaba el objetivo visible de la Primera Cruzada, es decir, la recuperación de Jerusalén y del conjunto de Tierra Santa para la Cristiandad.

La historia de las Cruzadas tiene, como casi todo, sus claros y sus oscuros. Lo cierto es que los participantes de la Primera Cruzada no se llamaban cruzados ni por tanto se consideraron los primeros (estos conceptos se crearon mucho más tarde); ellos eran, simplemente, peregrinos a Jerusalén, armados, eso sí, bastantes de ellos, pero, en su conjunto, peregrinos.

Y lo que no hay que olvidar, al considerar aquellas actuaciones y épocas, es que no se pueden calificar conforme los criterios actuales hechos de hace casi un milenio, y mucho menos, hacerlo considerando sólo una parte, elegida incluso tendenciosamente, de aquella realidad.

Recordemos, pues, a aquellos cruzados que en su honradez y religiosidad, participaron en una epopeya, y especialmente a los que murieron sin alcanzar a ver el éxito de sus esfuerzos.

Un recuerdo desde una época en la que dar la vida por una fe y creencias, cada día está peor considerado. Y desde una Europa muy distinta de aquella, y, lamentablemente, en algunas cosas, no mejor.

Créditos:
Transcripción parcial del capítulo XVII Votos cumplidos, según traducción de Horacio González Trejo, de El Conde Bohemundo. Crónicas de la primera Cruzada, de Alfred Duggan, publicada en la colección Narrativas Edhasa por Edhasa (primera edición de febrero de 1992 - pág. 296).

Grabado medieval que representa el sitio de Antioquia durante la Primera Cruzada, tomado de la Wikipedia.