“Nos hemos reunido para
una fiesta de la fe. Ahora, sin embargo, surge la pregunta: ¿Pero qué es lo que
creemos en realidad? ¿Qué significa creer? ¿Puede existir todavía, de hecho,
algo así en el mundo moderno? Viendo las grandes «Sumas» de teología redactadas
en la Edad Media o pensando en la cantidad de libros escritos cada día a favor
o contra la fe, podemos sentir la tentación de desalentarnos y pensar que todo
esto es demasiado complicado. Al final, por ver los árboles, ya no se ve el
bosque.
Es verdad: la visión de
la fe abarca el cielo y la tierra; el pasado, el presente, el futuro, la
eternidad; por ello no se puede agotar jamás. Ahora bien, en su núcleo es muy
sencilla. El Señor mismo habló de ella con el Padre diciendo: «Has revelado
estas cosas a los pequeños, a los que son capaces de ver con el corazón» (cf.
Mt 11,25). La Iglesia, por su parte, nos ofrece una pequeña «Suma», en la cual
se expresa todo lo esencial: es el así llamado «Credo de los Apóstoles». Se
divide normalmente en doce artículos, como el número de los Apóstoles, y habla
de Dios, creador y principio de todas las cosas, de Cristo y de su obra de la
salvación, hasta la resurrección de los muertos y la vida eterna. Pero en su
concepción de fondo, el Credo sólo se compone de tres partes principales y, según
su historia, no es sino una amplificación de la fórmula bautismal, que el Señor
resucitado entregó a los discípulos para todos los tiempos cuando les dijo: «Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espítirtu Santo» (Mt 28,19).
Esta visión demuestra dos
cosas: en primer lugar, que la fe es sencilla. Creemos en Dios, principio y fin
de la vida humana. En el Dios que entra en relación con nosotros, los seres
humanos; que es nuestro origen y nuestro futuro. Así, la fe es al mismo tiempo
esperanza, es la certeza de que tenemos un futuro y de que no caeremos en el
vacío. Esto es lo primero: nosotros simplemente creemos en Dios, y esto lleva
consigo también la esperanza y el amor.
La segunda constatación
es la siguiente: el Credo no es un conjunto de afirmaciones, no es una teoría.
Está, precisamente, anclado en el acontecimiento del bautismo, un
acontecimiento de encuentro entre Dios y el hombre. Dios, en el misterio del
bautismo, se inclina hacia el hombre; sale a nuestro encuentro y así también
nos acerca los unos a los otros. Porque el bautismo significa que Jesucristo,
por decirlo así, nos adopta como hermanos y hermanas suyos, acogiéndonos así como
hijos en la familia de Dios. Por consiguiente, de este modo hace de todos nosotros
una gran familia en la comunidad universal de la Iglesia. Sí, el que cree nunca
está solo. Dios nos sale al encuentro.”
Hoy se cumplen siete años
de la elección como Papa de Joseph Ratzinger, quien el pasado martes celebró su octogésimo-quinto cumpleaños.
Laus Deo.
Créditos:
Extracto de la homilía pronunciada
por S.S. Benedicto XVI durante la Santa Misa celebrada en la explanada del
Islinger Feld, en Ratisbona, el 12 de septiembre de 2006, según traducción de Lázaro
Sanz, tomado de Dios salve la razón, conjunto de textos de diversos
intelectuales sobre sobre el dipolo fe-razón, editado por Encuentro en 2008 (pp.
52-53)
Fotografía de S.S.
Benedicto XVI que figura en la portada de Dios y el mundo. Una conversación con
Peter Seewald, entrevista entre el Cardenal Joseph Ratzinger y el periodista
Peter Seewald habida en el año 2000, en la edición de Galaxia Gutenberg-Círculo
de Lectores de 2005.
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