En octubre de 2006, en
Londres, hicimos escala en Hatchard’s, libreros desde 1797, y proveedores de la
Reina, del Duque de Edimburgo y del Príncipe de Gales, aunque en sus numerosos
pisos y salas no nos encontramos con ninguno de ellos. Lo que sí hice fue
comprar un libro de discursos de Churchill, y proveerme de un catálogo de la
temporada otoño-invierno de ese año.
En ese catálogo figura la
fotografía que acompaña estas líneas, aunque, como ahora no lo tengo a mano, no
puedo decir de qué libro procede.
El caso es que me ha
venido a la memoria esta fotografía (que tenía preparada para alguna ocasión),
tras leer el otro día, tampoco puedo decir dónde, una reseña de Al oeste con la noche, memorias de Beryl Markham de su época en el África Oriental británica
(en concreto, en la actualmente Kenia), en el primer tercio del siglo XX, que
se puso a la venta el pasado 26 de marzo.
En esa reseña se recogía
un fragmento del libro (creo), donde se hablaba sobre la gran diferencia que
presentaba la sabana entre verla desde ella misma, a pie, o verla desde un avión,
volando sobre ella.
Desde luego, la afirmación
de que “es un libro bellísimo del que destaca su capacidad de evocación y
observación” sí parece ser cierta, cuando a mí, sin haberlo leído, ya me recordó
inmediatamente, por lo de la diferencia desde el aire, la foto, más que de las jirafas,
de la sombra de las jirafas.
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