miércoles, 18 de julio de 2012

Grande, no sólo como militar

El sistema táctico de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán –dice [el mariscal británico] Montgomery– fue sometido a prueba en esta batalla, librada en abril de 1503, y estableció una fórmula que se repetiría casi veinte años después en Bicoca. La victoria de Ceriñola supone la consagración del talento bélico del Gran Capitán, primum inter pares de un selecto grupo de capitanes españoles forjados en la guerra de Granada y en las conquistas en el norte de África, al servicio del estado moderno creado por los Reyes Católicos que dominaría Europa durante décadas.
En Ceriñola, la infantería española se atrincheró en las laderas de una colina cubierta de viñedos, con las filas de arcabuceros delante y los piqueros detrás. A los pies de esta elevación discurría un foso en el que los soldados levantaron un talud defensivo con la tierra que encontraron a mano. El Gran Capitán, actuando con astucia, provocó la alocada acometida de los franceses, hasta que estos se lanzaron a la trampa mortal que les estaba esperando. Cuando quisieron salir de ella era demasiado tarde.

Gonzalo, en medio de la masacre, contempla el triunfo de sus hombres y la derrota de los franceses, preguntándose por el sentido de todo eso. ¿Acaso ésa es la única manera de organizar la sociedad? ¿Por qué ese irreductible deseo de matar y de morir que invade al europeo? Al caer la noche, Gonzalo se refugia en su tienda de campaña, mientras deja que los Colonna y otros capitanes se divirtieran en las tiendas de los vencidos. Sigue triste y perplejo. Pregunta por Nemours, su enemigo, cuya suerte aún no conoce. De repente, se fija en un criado con un vestido, que reconoce, deslealmente robado del cadáver del duque. Se apartó, retrocedió dos pasos, y se pegó a la tela de la tienda para ver mejor al felón. Se enfureció; luego, exigió ser llevado junto al cuerpo de Nemours, a quien encuentra en el campo completamente desnudo, con una teja tapándole sus partes. No necesitaba más. Sintió náuseas y ordenó que llevaran al duque hasta el campamento. Organizó un oficio de difuntos. Sentía una infinita ternura por aquel joven altivo y desgraciado.

Créditos:
Extracto del capítulo 2 Ceriñola (1503) de la obra de Fernando Martínez Laínez, Vientos de gloria. Grandes victorias de la Historia de España, editada por Espasa, en 2011 (pág. 37)
Extracto del capítulo 13 Senderos de gloria (1501-1503), de la obra de José Enrique Ruiz-Domènec, El Gran Capitán. Retrato de una época, editada por Círculo de Lectores, en 2002 (pág. 343)
Imagen del cuadro de José Casado del Alisal, Los dos caudillos, óleo sobre lienzo, en el Museo del Prado, tomada de la ficha correspondiente en su página de internet.

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