“El cielo era azul claro. Simon lo miró:
sí, ahí también tenía un cielo. A este respecto era más bien absurdo vivir tan
prendado del campo en detrimento de la ciudad. Se propuso no pensar más en el
campo de momento, sino habituarse a su nuevo mundo. Vio cómo los transeúntes
caminaban por delante mucho más rápido que él, pues en el campo se había
acostumbrado a un paso tardón y mesurado, como si temiera avanzar demasiado
deprisa. Aquel día quiso mantener aún su paso campestre; a partir del día
siguiente ya adoptaría otro. Observaba a la gente con cariño y sin timidez
alguna; les miraba los ojos, las piernas, para ver cómo las movían, los
sombreros, para constatar los progresos de la moda y la ropa, para encontrar la
suya bastante buena todavía en comparación con el gran número de trajes feos
que examinaba solícitamente. ¡Qué rápido caminaba aquella gente! Le hubiera
gustado parar a uno de esos transeúntes y decirle: ¿adónde va con tanta prisa?
Pero no tenía valor para hacer algo tan absurdo. Se sentía bien, aunque un poco
tenso y cansado. Cierta tristeza imposible de ocultar lo tenía prisionero, pero
armonizaba con aquel cielo ligero, feliz y un tanto encapotado. También
armonizaba con la ciudad, donde es casi una impertinencia poner una cara excesivamente
radiante. Simon hubo de confesarse que iba caminando sin buscar absolutamente
nada, pero juzgó oportuno poner, como todos los otros, cara de ir buscando algo
ansiosamente y con premura, a fin de no tener que parecer el típico recién
llegado sin ocupación.”
Nota: el título está inspirado en la
frase latina Festina lente.
Créditos:
Extracto del capítulo undécimo de la obra
de Robert Walser Los hermanos Tanner, según traducción de Juan José del Solar,
publicada por Ediciones Siruela en el sello DeBols!llo Contemporánea (pág.
150).
Fotografía del atardecer sobre Valencia,
hoy día 2, del autor.
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