miércoles, 27 de junio de 2012

Como de peluche cósmico

- ¿Tú entiendes de estrellas? – me preguntó de pronto Trofida, luego de un largo silencio.
- ¿De estrellas? Yo no entiendo de eso…
- Es una lástima. Si tuvieras que confiarte a las piernas ¿cómo te orientarías para pasar la frontera? ¿Ves aquellas estrellas?
- ¿Cuáles?
Apuntó con el dedo hacia el Norte, a la constelación de la Osa Mayor: siete grandes estrellas formaban una especie de gran carro con su lanza. Trofida, dibujando en el cielo con el dedo y como si fuese tocando las estrellas una por una, las iba nombrando con precisión.
- Sí… ya lo veo. ¿Y qué?
- Si nos pescan, la banda tiene que disolverse por fuerza; tú, entonces, dirígete de modo que tengas siempre esas estrellas a la derecha. Vayas por donde vayas, te guiarán siempre. ¿Has entendido? A la derecha.
- Entendido.
Miré aquellos astros. ¡Qué hermosos eran! ¡Qué maravilloso su resplandor! Cambiaban de color, se teñían de matices más delicados. Una idea me llenaba de curiosidad: ¿por qué aquellas estrellas se habían juntado de aquel modo? ¿Era porque se querían? ¿Qué sentía un ser amado? Aquellas estrellas no se separaban nunca, vivían juntas siempre, vagaban, amigas inseparables, por el espacio; y parecía que para entenderse parpadeaban unas hacia otras con sus brillantes miradas. Mirándolas mejor, me pareció que formaban un cisne.

Después volví a caminar a ciegas, procurando únicamente ir siempre en la misma dirección. Esperaba de este modo poder salir del bosque.
Después de haber caminado mucho, me detuve en el margen del bosque. (…) La desesperación se apoderaba de mí. No podía hacer nada, perdido en el océano de la oscuridad, cuyas oleadas parecían amenazarme por todas partes. (…) ¡Ah, si José hubiera estado conmigo, cómo habría sido de fácil salir de aquel apuro! ¿Pero dónde estaba José?
Y he aquí que, de pronto, me acordé de lo que Trofida me había dicho de las estrellas, cuando, la primera vez, volvíamos de la frontera.Corrí hacia delante, intentando alejarme cuanto pudiera del bosque.
Me detuve en un campo al raso y alcé los ojos al cielo. Grandes nubarrones cubrían su mayor parte; pero en el espacio libre de ellos vi el estrellado carro de la Osa Mayor. Siete grandes astros brillaban sobre el fondo oscuro del firmamento, y los miré conteniendo la respiración con improvisado gozo que parecía querer romperme el pecho.

Trofida me había enseñado en el cielo siete estrellas, que me habían ayudado ya una vez. Yo les había tomado mucha afición y, siempre, cuando las nubes no cubrían el cielo, las miraba con la misma ternura que hubiera experimentado mirando los ojos de un amigo. Me sentía inquieto cuando el cielo estaba cubierto, y no podía dominar ni ocultar aquella tristeza.
(…)
Durante mucho tiempo, acaricié el deseo de hablar de aquellas estrellas con Pedro el Filósofo, que me causaba respeto por su seriedad y por sus vastos conocimientos. Una vez hallé ocasión propicia. Pedro comprendió en seguida y respondió:
- Aquellas estrellas tienen un nombre común; se llaman la constelación del Gran Carro.
- ¿El Gran Carro? – exclamé con alegría.
- Sí, después tienen un nombre latino, «Ursa Major».
- No comprendo.
- Quiere decir la Osa Mayor. Se acostumbra llamarla así.
¡La Osa Mayor! ¡La Osa Mayor! ¡Cómo era posible que unos sabios aburridos hubieran podido hallar un nombre tan maravilloso y bello! La Osa Mayor, repetía encantado…
- ¿Le interesa la astronomía? ¿Quiere usted saber algo de las estrellas? – preguntó Pedro –. Puedo prestarle un manual de cosmografía, y así leer algunas cosas sobre ese tema.
- No, no. Sólo me interesan esas estrellas – respondí.

Hacía mucho tiempo que yo no veía, con suficiente perspectiva y tranquilidad, la Osa Mayor. El pasado sábado pude hacerlo.

Entendí perfectamente las emociones de Sergio.

Créditos:
Extractos de los capítulos 2, 4 y 6 de la Parte I, de El enamorado de la Osa Mayor, de Sergiusz Piasecki, según traducción de José Farran y Mayoral, en edición de abril de 1986 como número 78 de la colección El Ave Fénix, de Plaza&Janés (pp. 19, 36 y 51-52).
Detalle de la portada de Guía del cielo. 2007, editado por Procivel.

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