domingo, 10 de junio de 2012

La grandeza de los detalles pequeños

Una de las mayores recompensas, en muchos casos no suficientemente apreciadas, es la satisfacción del trabajo bien hecho.

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?» Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?’ Él os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros.» Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua.

Tal vez aquellos discípulos, cuyo nombre no se menciona, tuvieran algún reparo en haber sido los elegidos para unos trabajos casi, digamos, de sirvientes, mientras los demás a saber qué quedarían haciendo. Sin embargo, además de la satisfacción de haber realizado ‘como Dios manda’ un trabajo humilde, se encontrarían con haber formado parte activa y necesaria de preparación de la Última Cena y de la instauración de la Eucaristía.

Con estas recompensas, aunque se sea consciente más tarde, es fácil asumir el desempeño de un trabajo.

Lo que cuesta mucho más es hacerlo ante un trabajo rutinario y en el que, repitiéndose un día tras otro, no se introduce nada especial que nos permita calificarlo como algo digno de recuerdo.

Como ir a la fuente con un cántaro a por agua. ¿Quién se acuerda de nadie que lo haya hecho alguna vez? Y sin embargo, qué historia nos podría contar ese ‘hombre llevando un cántaro’; es más, ¿llegó a ser consciente de su participación anónima en la Historia de la Salvación?

(Bueno, tampoco me olvido de la samaritana del pozo, pero el Evangelio de hoy es el que es.)

Créditos:
Transcripción del Evangelio según San Marcos (14, 12-16), tomada de la Nueva Biblia de Jerusalén, revisada y aumentada, editada en 1998 por Desclée De Brouwer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario