“En muy poco tiempo hemos visto que
se ha logrado aprovechar congruentemente las nuevas circunstancias,
por medio de conquistas sucesivas e ininterrumpidas de las viejas
libertades económicas y de las iniciativas privadas. (...)
La experiencia de los últimos años
debe grabarse en nuestra vida económica como un elocuente ejemplo
que nos enseña, no tanto lo que es preciso hacer cuanto lo que es
preciso no hacer. Y, entre lo que consideramos que debe en lo futuro
eludirse figura, como es obvio, la resurrección , con otros nombres
o encuadrado en otros organismos, del espíritu intervencionista, tan
del agrado de la burocracia. La libertad de comercio y la claridad de
las transacciones, así como los intereses privados del consumidor y
la prosperidad de la economía del país, sufrirían mermas y trabas
en su desenvolvimiento regular si se interpusiesen nuevos organismos
que, aun sin ser precisamente intervencionistas en la intención,
acabarían por contrarrestar a la iniciativa privada.”
Lo anterior no es ninguna loa a alguna
decisión liberal de Esperanza Aguirre, o similar.
Lo anterior forma parte de un editorial
de ABC, y a pesar de que suene muy actual, no lo es: se publicó el
27 de mayo de 1952, bajo el título La supresión de las cartillas.
Mi padre me comentó el otro día que
la cartilla más común era la de tercera categoría, de color verde.
Verde como algunos que en los medios de comunicación de hoy debieran
hacer menos Historia, y enterarse más de la historia del oficio (y
del país) en el que están.
Créditos:
Extracto del editorial referido, tomado
de la hemeroteca de ABC en internet.
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