Hace prácticamente dos años, César Vidal publicaba en su blog una
anotación tomando como pie el triunfo de la Selección Española de Fútbol en la Eurocopa. Lamentablemente, y aun tratándose de un acontecimiento deportivo, al producirse en el contexto en que se produjo, no pudo referirse a las
Olímpicas de Píndaro, sino a las
Sátiras de Juvenal, en particular a una frase de la Sátira X, frase que, abreviadamente, es conocida como “
panem et circenses”.
Antes de esta consulta, no recordaba dónde se encontraba el pasaje en cuestión, por lo que tuve que hojear el ejemplar de que dispongo (en edición traducida, eso sí),… sin encontrarlo. Y es que, curiosamente, la famosa frase no mereció ninguna anotación o apostilla en opinión de los comentaristas de la edición, aunque sí la parte en que se encuentra.
La frase en cuestión forma parte de “
una poderosa secuencia, el instante justo de la caída, la degradación y la ejecución por orden de Tiberio, del que hasta entonces había sido su favorito, Seyano (…) Desde luego, la situación se debe matizar, porque en la sociedad debe haber quien gobierne, y el político que lo es con honradez ejerce una función muy noble (…) La caída definitiva de Seyano nos causa horror, y palpamos aquel estado general de la sociedad que vive en régimen de dictadura, paraíso de la clandestinidad y regocijo de la desgracia ajena cuando ésta se ceba en el personaje más odiado.”
Como podemos ver, la frase se enmarca en un contexto nada deportivo.
“
«Puedes creerme; este hombre jamás fue de mi agrado. Pero, ¿qué crimen le ha derribado? ¿Quién le ha delatado? ¿De qué pruebas, de qué testigos se ha valido?». «Nada de eso: ha llegado de Capri una carta prolija y elocuente». «Bien, ya no te pregunto más»”
Al hilo de la terrible realidad, algunos de los abominables aspectos de la
caída de Sejano ya fueron objeto de recuerdo en estas páginas. En esta ocasión vamos a comentar sólo lo que se nos muestra por parte de Juvenal.
Situémonos antes. Tiberio, sucesor de Augusto, se ha retirado a Capri, desconectándose del gobierno del Imperio, labor que ha dejado en manos de Sejano (o Seyano, según se traduzca la ‘i’ latina). Las cualidades de Sejano no eran precisamente del tipo al que Manuel Balasch se refiere en su anotación, y las funciones ejercidas lo eran todo menos nobles. Pieza clave en ello fue la consolidación de una eficaz red de espías y delatores.
En todo régimen dictatorial, la caída de los malvados se produce no por los crímenes cometidos, sino, simplemente, porque colisionan con otro malvado que en ese momento tiene más poder. En este caso, Tiberio aún mantenía el poder que le otorgaba el reconocimiento que un suficiente número de personas le tributaba como Emperador. De tal manera que cuando, tras numerosos fracasos, consiguieron burlar las defensas que Sejano había dispuesto en torno a Tiberio para que permaneciera ignorante de todo, el Emperador, airado porque el poder de Sejano era en detrimento del suyo (sobre qué hacía con el poder, a Tiberio no le causó problemas de conciencia), decidió hacerlo caer, y permitir, por tanto, que fuera derribado por todos aquellos cuya ansia de venganza (que no justicia) no había ido sino en continuo crecimiento. Y para eso no se precisó de ningún tribunal: bastó “una carta”.
En este momento es cuando Juvenal entiende que procede criticar, no a los déspotas como Sejano, no al poder dictatorial de Tiberio, sino a quienes se limitan a “ir en auxilio del vencedor”, que diríamos ahora.
“¿Y qué, las turbas de Remo? Como siempre: van en pos de los afortunados y odian a los condenados. Si Norcia hubiese favorecido al toscano [Sejano era de allí, donde había un templo dedicado a Norcia, diosa del destino]
, si algo imprevisto al anciano príncipe [Tiberio]
le hubiera costado la vida, este mismo pueblo y en esta misma hora aclamaría a Seyano como emperador. Desde hace tiempo –exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto [Tiberio había suprimido los comicios]
–, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos en el Circo.
«(…) Mucho me temo que el Emperador nos castigue por haberle defendido tan mal. Corramos a pisotear el cadáver del enemigo del César mientras está aún tirado en la orilla. Pero que lo vean los esclavos, no fuera que alguno de ellos lo negara y condujera a su asustado dueño con una soga al cuello ante los tribunales [vamos, que lo delatara]
». Hete aquí los diálogos sobre Seyano, las murmuraciones secretas del vulgo.”
Hace diecinueve siglos publicó Juvenal estas palabras. La memoria consigue recordar la expresión
panem et circenses, pero como muestra evidente de vergüenza, ha decidido olvidar el resto del párrafo, los hechos que motivaron dicha expresión.
Y es que mientras haya pan y circo, mientras haya pan y toros, mientras haya pan y fútbol, la actitud es, en otra afortunada expresión, mucho más reciente, un “
¡vivan las caenas!”.
Así, tendremos las cadenas, porque del pan ya veremos, y
del fútbol, hemos empezado perdiendo contra… ¡Suiza! (¿pero no eran neutrales?).
Créditos:
Imagen del ejemplar, anotaciones de Manuel Balasch de 1990 a las
Sátiras de Juvenal (pp. 320-321), y transcripción parcial de la Sátira X (vv.68-89), según traducción de Manuel Balasch, tomadas de la edición de 2008 de Gredos (grupo RBA).
Fotografía de una estatua de Tiberio existente en el Museo del Louvre, tomada de la
Wikipedia.