“Un anciano de cabellos
canos se sentó en el puesto libre que había a su lado. El rostro del anciano
tenía una palidez grisácea (…) El hombre pidió un plato de patatas hervidas,
nada más, y se las comió con una fruición ceremoniosa después de esparcir una
pizca de sal sobre ellas con la punta del cuchillo. Pero antes juntó sus dos
manos para elevar una plegaria al Señor su Dios. (…)
- ¿Por qué reza antes de
comer? –le preguntó Simon con sencillez.
- Rezo porque lo necesito
–respondió el viejo.
- Pues me alegra haberlo
visto rezar. Me interesaba saber solamente qué sentimiento podía impulsarle a
ello.
- Aquí entran en juego
muchos sentimientos, mi estimado joven. Usted, por ejemplo, seguro que no reza.
Los jóvenes de hoy ya no tienen tiempo ni ganas de hacerlo. Lo comprendo. Al rezar
yo no hago más que mantener una costumbre, porque me he habituado a ella y me
sirve de consuelo.
- ¿Siempre ha sido usted pobre?
- Siempre.”
Este párrafo de la novela
Los hermanos Tanner, escrita por Robert Walser en 1907, y que se desarrolla en
lugares no especificados de Suiza, me recordó, cuando lo leí el pasado domingo,
algo del sábado, y que no sé si alguien ha comentado.
Me ha recordado lo
primero que hizo Didier Drogba nada más convertirse en campeón de Europa, al
convertir el tiro desde el punto de penalti.
En efecto: al menos un par de veces, se santiguó.
Créditos:
Extracto de la obra de
Robert Walser, Los hermanos Tanner, según traducción de Juan José del Solar
(Siruela, 2000), tomado de la primera edición de marzo de 2012 en DeBols!llo
(pp-57-58).
No hay comentarios:
Publicar un comentario