“SE NECESITAN hombres de 21 a 40 años, preferibles solteros, militares o
técnicos experimentados, buen aspecto, para trabajo muy bien pagado, con viajes
al extranjero. Preséntense en la Compañía de Estudios de Ingeniería. 305 E,
núm. 45, de 9 a 12 y
de 2 a 6.”
Atendiendo a este
anuncio, Manse Everard se presentó cierto veraniego día de 1954, tuvo una breve
conversación, aceptó someterse a unas pruebas de idoneidad, y:
“- ¡Ah, por fin! ¿Sabe
usted que he tenido que rechazar a veintidós candidatos? Pero usted sirve.
Definitivamente, usted sirve.
- ¿Para qué?
Y Everard, al decir esto,
se echó hacia delante, sintiendo que su pulso se aceleraba.
- Para la Patrulla. Va a
ser una especie de policía.
- ¿Sí? ¿Dónde?
- Por doquier. Y en todo
momento. Prepárese: va a tener peleas. Mire usted: nuestra compañía, aunque
bastante legal, es sólo un frente de batalla y una fuente de ingresos. Nuestra
verdadera ocupación es patrullar el tiempo.”
Con este inicio y
posterior aclaración, comienza Guardianes del tiempo, relato de Poul Anderson
publicado en 1955 con el que inició un conjunto de narraciones acerca de una
organización que se ocupaba de que la historia fuese la que había sido.
“El viaje a través del
tiempo – empezó Kelm en el salón de lectura – se descubrió cuando se iniciaba
la Gran Herejía Corita (…) El efecto tiempo fue casual producto de una
investigación que buscaba medios para el transporte instantáneo, y, como
algunos de ustedes comprenderán, requiere, para su demostración matemática, una
serie infinita de funciones discontinuas, como ocurría en los viajes del
pasado.(…)
Naturalmente, el grupo
que descubrió esto, los Nueve, se dio cuenta de las posibilidades que ello
encerraba, y que no sólo eran comerciales (tráfico, minería y otras empresas,
que pueden imaginar fácilmente), sino que procuraban la probabilidad de asestar
un golpe de muerte a sus enemigos. Ya comprende: el tiempo es variable; se
puede cambiar el pasado…”
(…)
Los Nueve vieron la
posibilidad de retroceder en el tiempoy evitar que sus enemigos de siempre les
tomaran la delantera, y aun impedir que naciesen. Mas entonces surgieron los
Danelianos.
(…) Los Danelianos son
parte del Futuro, nuestro Futuro (más de un millón de años después de mí);
época en la que el hombre habrá evolucionado, llegando a ser algo…
indescriptible. (…) El viaje por el tiempo era ya cosa antigua cuando
aparecieron: había habido incontables oportunidades para que retoñaran la
estupidez, la ambición y la locura, y trastornaran la Historia de cabo a rabo.
No deseaban impedir los viajes (que, al fin, eran parte del complejo que nos
había llevado hasta ellos), sino regularlos. Se evitó que los Nueve llevaran a
cabo sus planes y se creó la Patrulla, para vigilar los callejones extraviados
del Tiempo. Trabajará cada uno de ustedes, principalmente, en su Era propia, a
menos que se gradúe para actuar intertemporalmente. Vivirán ustedes su vida
ordinaria con sus familiares, amigos, etc., como es corriente. (…) Pero han de
estar siempre alerta. (…) En ciertos casos, la Patrulla aceptará los hechos
consumados y se ocupará de contrarrestar las influencias que, en períodos
posteriores, pudieran desviar a la Historia del cauce anhelado. ¡Les deseo
suerte a todos ustedes!”
En el relato Guardianes
del tiempo, Anderson nos presenta la primera misión de Manse Everard, a caballo
entre la Inglaterra Victoriana y un intento de cambiar la Historia en la
Inglaterra inmediatamente posterior a la caída del Imperio Romano. Y además,
incluso con la intervención de un daneliano, con el cambio de la historia
personal de un miembro de la Patrulla del tiempo, como ejemplo de los problemas,
dificultades y desafíos personales que supone el poder que conlleva el viaje en
el tiempo.
El segundo relato se
apoya en una curiosidad (tal vez, anécdota o cotilleo) histórica: el oscuro
origen de Ciro, todopoderoso Rey de Persia:
“After the
birth of Cyrus the Great, Astyages had a dream that his Magi interpreted as a
sign that his grandson would eventually overthrow him. He then ordered his
steward Harpagus to kill the infant. Harpagus, morally unable to kill a
newborn, summoned the Mardian Mitradates (which the historian Nicolaus of
Damascus calls Atradates), a royal bandit herdsman from the mountainous region
bordering the Saspires, and ordered him to leave the baby to die in the
mountains. Luckily, the herdsman and his wife (whom Herodotus calls Cyno in
Greek, and Spaca-o in Median) took pity and raised the child as their own,
passing off their recently stillborn infant as the murdered Cyrus.”
En Valiente para ser rey
(1959), en un momento de la Historia, el bebé Ciro es realmente asesinado,
siendo providencial para el gobierno medo la súbita aparición de un patrullero quien
asume la personalidad de Ciro.
“Mira Manse: hace dieciséis
años existió una situación de la que ha derivado todo lo que ha seguido, no por
capricho, sino por la pura lógica de los hechos. Supongamos que yo no me
hubiese dejado ver aquel día. ¿No podía Harpago haber encontrado otro supuesto
Ciro? La identidad del rey no importa nada. Otro Ciro hubiera obrado de modo
diferente al mío en mil detalles. Pero si no era tonto rematado o loco, y, por
el contrario, fuera razonablemente capaz y honesto –concédeme al menos que yo
lo sea–, entonces su carrera hubiera sido igual a la mía en todos los detalles
importantes, los que llegan a reflejarse en los libros de Historia. Eso lo
sabes tan bien como yo. Excepto en los puntos fundamentales, el tiempo siempre
vuelve a su propia forma. Las pequeñas diferencias se borran con los días o los
años. Sólo puede restablecerse la huella de los momentos clave, y su efecto se
perpetúa en lugar de desvanecerse. ¡Tú lo sabes!”
El tercer relato (El único
juego entre los hombres, de 1960) nos muestra que fueron los mongoles (no los
chinos) quienes llegaron a América: un patrullero, casualmente, comprueba que unas
naves mongolas habían llegado al noroeste de Estados Unidos, a la costa del Pacífico,
y que el desarrollo de la expedición no hace presagiar fracaso alguno:
“Cuando yo informé, las órdenes
que me dieron procedían del Cuartel General daneliano. Ninguna explicación ni
excusa. La orden escueta era ésta: arreglar aquel desastre. ¡Revisar la
Historia por mí mismo!”
Aunque el hecho histórico
no estaba registrado, tampoco se apreciaba una interferencia extratemporal; es
decir, el suceso fue real:
“Por lo que sabía la
corte china, se había enviado una expedición que nunca regresó y Kublai [Khan] pensaba que no valía la pena enviar otra. El informe sobre ello estaba en los
archivos imperiales, pero fue destruido durante la revolución Ming, que expulsó
a los mongoles, y la historiografía olvidó el incidente.
(…) Como recordarás, [el
informe] sólo menciona que cuatro buques, al mando del Noyon Toktai y el
escolar Li Tai-Sung, fueron enviados a explorar las islas que hay más allá de
Japón.”
En este caso, simplemente,
la orden no era averiguar cuál fue la causa del fracaso de la expedición, sino
que la Patrulla tenía que hacer que fracasara.
Finalmente, en el cuarto
relato, «Delenda est…» (1955), sí se produce lo que esperábamos, un cambio real
en la Historia.
En esta ocasión, el momento
crucial es la Batalla del Ticino, donde “Escipión
resultó herido en la batalla y no pereció gracias a la intervención de su hijo
también llamado Publio Cornelio Escipión (el futuro vencedor de Aníbal)”.
Todo el relato es una descripción de la
Historia totalmente diferente, hasta que Manse Everard consigue deducir que
hubo un desarrollo diferente de la batalla, confirmando después que fue por la intervención
de unos viajeros del tiempo.
En este relato Anderson nos muestra el
problema científico del viaje en el tiempo, y la ventaja de la literatura:
“La Patrulla y los
danelianos han sido borrados. (No me pregunte por qué no lo fueron siempre ni
por qué es ésta la primera vez que volvemos de un remoto pasado para encontrar
cambiado el futuro. No entiendo las paradojas del tiempo mudable. Lo hemos
hecho: eso es todo.)”
En resumen, un grupo de
relatos (que se corresponden con la primera recopilación de 1960) que juega inteligentemente
con los huecos que ofrece la Historia, planteando explicaciones alternativas que
muestran lo cerca que, se diga lo que se diga, ha estado la Historia de ser
otra muy distinta.
Créditos:
Portada de Guardianes del
tiempo (y extractos, según la traducción de Manuel de la Escalera, de los
relatos Guardianes del tiempo, Valiente para ser rey, El único juego entre los
hombres y «Delenda est…»), conjunto de relatos de Poul Anderson, en edición de
Orbis, de 1985, como número 40 de la colección Biblioteca de Ciencia Ficción
(pp. 11, 14, 17-19, 82-83, 106, 105-107, 106 y 149).
Aunque creo que sigue en mi lista de Anobii (estos días están siendo demasiado ajetreados y no dan para más), hace días que acabé los relatos. Ya te comenté que los leí hace tiempo, pero lo cierto es que no los recordaba, de modo que me ha alegrado la relectura. Gracias por la recomendación.
ResponderEliminarSaludos.