“En época pasada, aunque no remota, el Mercado de Valencia
tenía una leyenda, que corría como válida en todos sus establecimientos, donde
jamás faltaban testigos dispuestos a dar fe de ella.
Al llegar el invierno, aparecía siempre en la plaza algún
aragonés viejo llevando a la zaga un muchacho, como bestezuela asustada. Le
habían arrancado a la monótona ocupación de cuidar las reses en el monte, y le
conducían a Valencia para «hacer suerte», o, más bien, por librar a la familia
de una boca insaciable, nunca ahíta de patatas y pan duro.
El flaco macho que los había conducido quedaba en la posada
de Las Tres Coronas, esperando tomar la vuelta a las áridas montañas de Teruel;
y el padre y el hijo, con traje de pana deslustrado en costuras y rodilleras y
el pañuelo anudado a las sienes como una estrecha cinta, iban por las tiendas,
de puerta en puerta, vergonzosos y encogidos, como si pidiesen limosna
preguntando si necesitaban un criadico.
Cuando el muchacho encontraba acomodo, el padre se despedía
de él con un par de besos y cuatro lagrimones, y en seguida iba por el macho
para volver a casa, prometiendo escribir pasados unos meses; pero si en todas
las tiendas recibían una negativa y era desechada la oferta del criadico,
entonces se realizaba la leyenda inhumana, de cuya veracidad dudaban muchos.
Vagaban padre e hijo, aturdidos por el ruido de la venta,
estrujados por los codazos de la muchedumbre, e insensiblemente, atraídos por
una fuerza misteriosa, iban a detenerse en la escalinata de la Lonja, frente a la
famosa fachada de los Santos Juanes. La original veleta, el famoso Pardalot,
giraba majestuosamente.
- ¡Mia, chiquio, qué pájaro!... ¡Cómo se menea!... –decía el
padre.
Y cuando el cerril retoño estaba más encantado en la
contemplación de una maravilla nunca vista en el lugar, el autor de sus días se
escurría entre el gentío, y al volver el muchacho en sí, ya el padre salía
montado en el macho por la Puerta de Serranos, con la conciencia satisfecha de
haber puesto al chico en el camino de la fortuna.
El muchacho berreaba y corría de un lado a otro llamando a
su padre. «¡Otro a quien han engañado!», decían los dependientes desde sus
mostradores, adivinando lo ocurrido; y nunca faltaba un comerciante generoso
que, por ser de la tierra y recordando los principios de su carrera, tomase
bajo su protección al abandonado y le metiese en su casa, aunque no le faltase
criadico.
La miseria del lugar, la abundancia de hijos y, sobre todo,
la cándida creencia de que en Valencia estaba la fortuna, justificaban en parte
el cruel abandono de los hijos. Ir a Valencia era seguir el camino de la
riqueza, y el nombre de la ciudad figuraba en todas las conversaciones de los
pobres matrimonios aragoneses durante las noches de nieve, junto a los
humeantes leños, sonando en sus oídos como el de un paraíso, donde las onzas y
los duros rodaban por las calles, bastando agacharse para cogerlos.”
De este modo nos cuenta Vicente Blasco Ibáñez en Arroz y
tartana la leyenda del abandono de niños de las tierras pobres de Aragón en
general, y de Teruel en particular, en medio de la bulliciosa y rica ciudad de
Valencia, en la esperanza de que encontraran mayor fortuna que en su propio
hogar.
Satisfechos de que de estas escenas ya sólo supiéramos
leyendo páginas de nuestra literatura, a principios de año también leímos, pero
esta vez en prensa, en InfoCatólica en concreto, que en Grecia estaban
empezando a suceder casos similares:
“[Georgios Protópapas, director de Aldeas Infantiles SOS en
Grecia] matiza que "los casos de abandonos de niños a las entradas de
iglesias o en las maternidades es muy limitado".
En la mayoría de los casos se trata de familias depauperadas
por la crisis que dejan a sus hijos en los centros de acogida durante una
temporada, a la espera de que mejore la situación económica.”
Sin embargo, esta matización de inicios de año ha pasado,
tras el invierno, a ser una mayor realidad, como se pudo leer hace una semana
en La Gaceta:
“La crisis ha disparado el abandono de niños en Grecia. Cada
vez son más padres los que dejan a sus hijos a las puertas de una ONG infantil
por no tener recursos para darles de comer.
Desde la ONG Children Grecia aseguran que jamás han visto
nada parecido. En el último año han tenido 380 solicitudes de padres que les
han pedido que se hagan cargo de sus hijos. Un 300% más que hace un año.
En esta ONG han pasado de acoger a chicos problemáticos a
pequeños cuyos padres en paro y sin recursos no puede ni alimentarles.”
Está claro que sólo 380 casos no califican una población de
once millones de personas. Pero es un síntoma, más aún, ante la posibilidad de
que haya muchos casos más sin saber, anónimos como los del Pardalot de San
Joan.
Por cierto, no sé dónde estaría la posada de la novela, pero es muy probable que el pobre padre, en su camino desde la
Lonja hasta la entonces Puerta de Serranos pasara por delante de la Basílica de
la Virgen de los Desamparados.
Créditos:
Fotografía de la iglesia de los Santos Juanes, a principios
del siglo XX, con los toldos de los puestos del mercado antes de la construcción
del Mercado Central, del archivo actual de Levante-El Mercantil Valenciano, tomada
de Memoria Gráfica de Valencia, editada por fascículos en 1998 por el referido
periódico (pág. 250).
Texto de Arroz y tartana, de Vicente Blasco Ibáñez, tomado
de internet.
¿Casualidad o buscado?
ResponderEliminarTraes esta escena el día de Nuestra Señora de los inocentes, Locos y Desamparados, antiguo nombre de la Virgen de los Desamparados.
Venga una entrada sobre el padre Jofre.
Un saludo
Una casualidad guiada por la Providencia, de modo que el olvido/despiste de las noticia de enero y principios de mayo, permitiera a mi memoria recordar la referencia del valenciano Blasco Ibáñez... justo a tiempo de un día tan oportuno... y valenciano.
ResponderEliminarPara la entrada solicitada, he sido más rápido.
Un saludo.
La tragedia griega se nos está acercando.
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