Como ya he comentado estos días atrás, estoy reorganizando mi biblioteca, sección mi casa. Y entre las actividades implicadas, está la de añadir baldas a (casi todas) las estanterías.
Para esta actividad he encontrado un útil colaborador en Leroy&Merlin (añado esta referencia como intento de publicidad, a ver si se ‘estiran’ un poquillo para esta mi biblioteca). En concreto, se trata del local del Centro Comercial Bonaire, en Aldaya, cerca de Valencia.
Yo no soy partidario de ir a estos centros comerciales, ya que se precisa de transporte. Pero claro, no es cuestión de hacerse andando unos cuantos quilómetros con un par de baldas bajo el brazo. Tampoco tendría nada de extraño, por otra parte, ya que cuando me vi obligado a comprar la televisión que tengo, visto que la anterior, aún encendiéndola, seguía con la pantalla totalmente oscura; cuando la compré, digo, me vine andando hasta casa desde ciertos grandes almacenes (sí, El Corte Inglés, a ver si también se estira un poquillo), con la caja de la televisión (con la tele dentro, claro) arrastrándola por la acera todo el rato (algunas veces, paraba, pero pocas). Pero en este caso, no ha sido así.
El primer día que me acerqué, llegué sin problemas, aunque para salir, como hice caso de las indicaciones de ‘Salida’, di una vuelta similar a la de Contador estos días por Italia, aunque yo en coche (menos mal que, en previsión de que me sucediera algo parecido, cargué gasolina nada más llegar al Centro Comercial).
El segundo día, ya me fijé, aun por el rabillo del ojo, en cómo evitar salir por la ‘Salida’, y lo conseguí: tanto el llegar sin problemas, como el salir.
El tercer día, muy ufano ante el éxito anterior, me pasé de la salida de la autovía para llegar, y tuve que dar media vuelta. Por vergüenza torera, me fijé mucho más a la hora de regresar, para no volver a hacer el ridículo.
El cuarto día fue ayer. No sólo fui a por más baldas, sino a que me recortaran ¡las cinco de la vez anterior! Las había medido muy ajustadas, y el cristal de las estanterías-vitrinas chocaba con ellas a la hora de cerrar (supongo que al abrir también lo haría, pero como no conseguí cerrar, no pude comprobarlo).
Ayer, además, al salir arrastrando el carrito con mis baldas, pensé: “Estoy reformando unas estanterías, no haciendo el Arca. ¿Por qué se pone a llover?”. Pero conseguí llegar al coche sin exceso pluviométrico (hay que decir, eso sí, que todos los días he conseguido dejar el coche junto a la puerta del local), y al llegar a casa, pasé un paño para secar las cuatro o veinte gotas que tuvieran las baldas, y así evitar posibles problemas.
Aproveché el viaje ayer, y compré unas arandelas de tope para las brocas con la que he ido haciendo los taladros para los apoyaestantes de las nuevas baldas. He estrenado hoy el invento, con el resultado de que casi todos los agujeros han salido bien de profundidad, pero no sé por qué extraño motivo, demasiado anchos, con lo que los apoyaestantes bailaban, e incluso se caían a la primera sacudida.
Ante lo crítico de la situación (tenía tres estanterías medio vacías, lo que quiere decir que la sala y pasillo estaban llenos), he salido a la desesperada buscando una ferretería de guardia. Menos mal que me he encontrado con un vecino quien me ha podido indicar la posición exacta de la más cercana y de suficiente envergadura, lo que me ha evitado encontrarla por mis propios medios cinco minutos después de que cerraran.
Allí, visto que no tenían apoyaestantes de 6 mm en vez de los 5 mm que parece ser el calibre normalizado, me han recomendado una masilla de ésas con la, supuesta, suficiente resistencia para mis propósitos. He aprovechado y he comprado un prolongador de cinco metros, ya que no encuentro el que tenía, y hay estanterías demasiado lejos del enchufe más cercano (sí, lo sé, hay taladradoras con batería, pero no es la que yo tengo).
De regreso al hogar, me he arriesgado y he hecho la prueba. He rellenado los agujeros con la masilla creo que bien aplicada, he colocado los apoyaestantes antes de que fraguara la masilla, y aún así, he tenido que convencerlos con unos cuantos martillazos, y he esperado un rato, mientras me dedicaba a otra estantería que no tenía estos problemas.
El caso es que las baldas ya están en su sitio, muchos de los libros también, y todo esto ya va tomando forma.
Ilustran esta anotación fotografías que lo demuestran, correspondientes, respectivamente, al recibidor, al pasillo de casa, al salón comedor, a la sala de estar, y al despacho.
Por cierto, los pasillitos han desaparecido. Lo siento, don Enrique.
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Créditos:
Bueno, vale, me habéis pillado.
Se trata de detalles de fotografías, respectivamente, de la Biblioteca Nacional de Austria, en Viena; de la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial; de la Biblioteca del Palacio Nacional, en Mafra; del Gabinete de Libros del Duque de Aumale, en Chantilly; y de la Biblioteca Riccardiana, en Florencia; tomadas por Guillaume de Laubier, para la obra The most beatiful libraries in the world, con textos de Jacques Bosser, y editada, en 2003 en su versión en inglés, por Harry N. Abrams, Inc., Publishers.
Para esta actividad he encontrado un útil colaborador en Leroy&Merlin (añado esta referencia como intento de publicidad, a ver si se ‘estiran’ un poquillo para esta mi biblioteca). En concreto, se trata del local del Centro Comercial Bonaire, en Aldaya, cerca de Valencia.
Yo no soy partidario de ir a estos centros comerciales, ya que se precisa de transporte. Pero claro, no es cuestión de hacerse andando unos cuantos quilómetros con un par de baldas bajo el brazo. Tampoco tendría nada de extraño, por otra parte, ya que cuando me vi obligado a comprar la televisión que tengo, visto que la anterior, aún encendiéndola, seguía con la pantalla totalmente oscura; cuando la compré, digo, me vine andando hasta casa desde ciertos grandes almacenes (sí, El Corte Inglés, a ver si también se estira un poquillo), con la caja de la televisión (con la tele dentro, claro) arrastrándola por la acera todo el rato (algunas veces, paraba, pero pocas). Pero en este caso, no ha sido así.
El primer día que me acerqué, llegué sin problemas, aunque para salir, como hice caso de las indicaciones de ‘Salida’, di una vuelta similar a la de Contador estos días por Italia, aunque yo en coche (menos mal que, en previsión de que me sucediera algo parecido, cargué gasolina nada más llegar al Centro Comercial).
El segundo día, ya me fijé, aun por el rabillo del ojo, en cómo evitar salir por la ‘Salida’, y lo conseguí: tanto el llegar sin problemas, como el salir.
El tercer día, muy ufano ante el éxito anterior, me pasé de la salida de la autovía para llegar, y tuve que dar media vuelta. Por vergüenza torera, me fijé mucho más a la hora de regresar, para no volver a hacer el ridículo.
El cuarto día fue ayer. No sólo fui a por más baldas, sino a que me recortaran ¡las cinco de la vez anterior! Las había medido muy ajustadas, y el cristal de las estanterías-vitrinas chocaba con ellas a la hora de cerrar (supongo que al abrir también lo haría, pero como no conseguí cerrar, no pude comprobarlo).
Ayer, además, al salir arrastrando el carrito con mis baldas, pensé: “Estoy reformando unas estanterías, no haciendo el Arca. ¿Por qué se pone a llover?”. Pero conseguí llegar al coche sin exceso pluviométrico (hay que decir, eso sí, que todos los días he conseguido dejar el coche junto a la puerta del local), y al llegar a casa, pasé un paño para secar las cuatro o veinte gotas que tuvieran las baldas, y así evitar posibles problemas.
Aproveché el viaje ayer, y compré unas arandelas de tope para las brocas con la que he ido haciendo los taladros para los apoyaestantes de las nuevas baldas. He estrenado hoy el invento, con el resultado de que casi todos los agujeros han salido bien de profundidad, pero no sé por qué extraño motivo, demasiado anchos, con lo que los apoyaestantes bailaban, e incluso se caían a la primera sacudida.
Ante lo crítico de la situación (tenía tres estanterías medio vacías, lo que quiere decir que la sala y pasillo estaban llenos), he salido a la desesperada buscando una ferretería de guardia. Menos mal que me he encontrado con un vecino quien me ha podido indicar la posición exacta de la más cercana y de suficiente envergadura, lo que me ha evitado encontrarla por mis propios medios cinco minutos después de que cerraran.
Allí, visto que no tenían apoyaestantes de 6 mm en vez de los 5 mm que parece ser el calibre normalizado, me han recomendado una masilla de ésas con la, supuesta, suficiente resistencia para mis propósitos. He aprovechado y he comprado un prolongador de cinco metros, ya que no encuentro el que tenía, y hay estanterías demasiado lejos del enchufe más cercano (sí, lo sé, hay taladradoras con batería, pero no es la que yo tengo).
De regreso al hogar, me he arriesgado y he hecho la prueba. He rellenado los agujeros con la masilla creo que bien aplicada, he colocado los apoyaestantes antes de que fraguara la masilla, y aún así, he tenido que convencerlos con unos cuantos martillazos, y he esperado un rato, mientras me dedicaba a otra estantería que no tenía estos problemas.
El caso es que las baldas ya están en su sitio, muchos de los libros también, y todo esto ya va tomando forma.
Ilustran esta anotación fotografías que lo demuestran, correspondientes, respectivamente, al recibidor, al pasillo de casa, al salón comedor, a la sala de estar, y al despacho.
Por cierto, los pasillitos han desaparecido. Lo siento, don Enrique.
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Créditos:
Bueno, vale, me habéis pillado.
Se trata de detalles de fotografías, respectivamente, de la Biblioteca Nacional de Austria, en Viena; de la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial; de la Biblioteca del Palacio Nacional, en Mafra; del Gabinete de Libros del Duque de Aumale, en Chantilly; y de la Biblioteca Riccardiana, en Florencia; tomadas por Guillaume de Laubier, para la obra The most beatiful libraries in the world, con textos de Jacques Bosser, y editada, en 2003 en su versión en inglés, por Harry N. Abrams, Inc., Publishers.