Uno de los aspectos menos divulgados de la gastronomía de Toledo es el azúcar. No me refiero a que en sus campos cercanos se produzca en grandes cantidades que luego se apliquen en las cocinas y obradores; ni al resultado, ya propiamente gastronómico, de estas aplicaciones; ni siquiera, en sentido metafórico, a la dulzura de algunos de sus habitantes (aunque podría hacerlo). Me refiero a su mera y sencilla necesidad. Nutricional y de metabolismo, vaya.
Y es el caso que Toledo no engaña, y se sirve de su propio callejero para ello.
Ya comentó
Caragüevo la verdad en el nombre de cierta calle de la Ciudad, y es momento de hablar de otra calle, también muy cierta y verdadera.
Hace dos semanas que iniciábamos viaje de regreso desde Toledo, y entre los recuerdos físicos que nos trajimos se encontraba cierta extraña sensación en las piernas.
Y es que no se trataba durante nuestra estancia del clásico «Ahora, vamos para allá», o del no menos habitual «Ahora, es hacia allí», que también. El problema es que además, tuvieron presencia incesante entre estos
Ahoras, doña
Cuesta Para Arriba y doña
Cuesta Para Abajo, primas, como se ve, de padre… sí, de padre y muy señor mío.
Esto, en toda tierra de cristianos, es conocido como
agujetas. Pero en Toledo, Ciudad Imperial, la elegancia y señorío han sentado sus reales, y no se pueden rebajar a hablar como todo el mundo: ellos, sencillamente, lo llaman, aunque es cierto que están por la labor,
alfileritos.
Y muy educadamente, te avisan a través del nombre de una calle.
Luego alguien dirá que ese nombre viene de no sé qué y de no sé cuándo. Pero, de momento, esto es lo que hay.
O había, porque se me pasaron en seguida gracias a los otros buenos recuerdos y amistades que me traje de allí.
Créditos:
Imagen de diversos sobrecillos de azúcar, también recuerdo del viaje a Toledo.
Fotografía de la placa de la calle Alfileritos, de Toledo, en octubre de 2011, del autor.