«Escribir y crear en el centro de la civilización y de la publicidad,
como Hugo y Lherminier, es escribir. Porque la palabra escrita necesita
retumbar, y como la piedra lanzada en medio del estanque, quiere llegar
repetida de onda en onda hasta el confín de la superficie; necesita irradiarse,
como la luz, del centro a la circunferencia. Escribir como Chateaubriand y
Lamartine en la capital del mundo moderno es escribir para la humanidad; digno
y noble fin de la palabra del hombre, que es dicha para ser oída. Escribir como
escribimos en Madrid es tomar una apuntación, es escribir en un libro de
memorias, es realizar un monólogo desesperante y triste para uno solo. Escribir en Madrid es llorar, es buscar
voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta. Porque no
escribe uno siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos? ¿Quién oye aquí?
¿Son las academias, son los círculos literarios, son los corrillos noticieros
de la Puerta del Sol, son las mesas de los cafés, son las divisiones expedicionarias,
son las pandillas de Gómez, son los que despojan, o son los despojados?»
Una vez que se ha comprobado
que la frase original no hace referencia a España, queda preguntarse: ¿y eso supone
alguna diferencia?
Créditos:
Extracto (las negritas
son del autor) del artículo Horas de invierno,
de Mariano José de Larra, publicado en El
Español. Diario de las Doctrinas y los Intereses Sociales, en su número 420, de 25 de diciembre de 1836, tomado de la edición
en la Biblioteca virtual Miguel de
Cervantes.
Fotografía de un tractor llevando
por dentro de Valencia, un remolque cargado de cajas de cebollas recién cosechadas,
esta mañana, del autor.
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