sábado, 23 de abril de 2016

Escribir y llorar, ¿todo es empezar?

«Escribir y crear en el centro de la civilización y de la publicidad, como Hugo y Lherminier, es escribir. Porque la palabra escrita necesita retumbar, y como la piedra lanzada en medio del estanque, quiere llegar repetida de onda en onda hasta el confín de la superficie; necesita irradiarse, como la luz, del centro a la circunferencia. Escribir como Chateaubriand y Lamartine en la capital del mundo moderno es escribir para la humanidad; digno y noble fin de la palabra del hombre, que es dicha para ser oída. Escribir como escribimos en Madrid es tomar una apuntación, es escribir en un libro de memorias, es realizar un monólogo desesperante y triste para uno solo. Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta. Porque no escribe uno siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos? ¿Quién oye aquí? ¿Son las academias, son los círculos literarios, son los corrillos noticieros de la Puerta del Sol, son las mesas de los cafés, son las divisiones expedicionarias, son las pandillas de Gómez, son los que despojan, o son los despojados?»

Una vez que se ha comprobado que la frase original no hace referencia a España, queda preguntarse: ¿y eso supone alguna diferencia?

Créditos:
Extracto (las negritas son del autor) del artículo Horas de invierno, de Mariano José de Larra, publicado en El Español. Diario de las Doctrinas y los Intereses Sociales, en su número 420, de 25 de diciembre de 1836, tomado de la edición en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.
Fotografía de un tractor llevando por dentro de Valencia, un remolque cargado de cajas de cebollas recién cosechadas, esta mañana, del autor.

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