«Que Cervantes fué hombre de mucha lectura no podrá negarlo quien haya
tenido trato familiar con sus obras. Una frase aislada de un erudito algo
pedante como Tamayo de Vagas no basta para afirmar que entre sus contemporáneos
fuese corriente apellidar ingenio lego
al que un humanista tan distinguido como López de Hoyos llamaba con fruición
«su caro y amado discípulo» y escogía entre todos sus compañeros para llevar la
voz en nombre del estudio que regentaba. Pudo Cervantes no cursar escuelas
universitarias, y todo induce a creer que así fué; de seguro no recibió grados
en ellas; carecía sin duda de la vastísima y universal erudición de D.
Francisco de Quevedo; pudo descuidar en los azares de su vida, tan tormentosa y
atormentada, la letra de sus primeros estudios clásicos y equivocarse tal vez
cuando citaba de memoria; pero el espíritu de la antigüedad había penetrado en
lo más hondo de su alma, y se manifiesta en él, no por la inoportuna profusión
de citas y reminiscencias clásicas, de que con tanto donaire se burló en su
prólogo, sino por otro género de influencia más honda y eficaz: por lo claro y
armónico de la composición; por el buen gusto que rara vez falla, aun en los
pasos más difíciles y escabrosos; por cierta pureza estética que sobrenada en la
descripción de lo más abyecto y trivial; por cierta grave, consoladora y
optimista filosofía que suele encontrarse con sorpresa en sus narraciones de
apariencia más liviana; por un buen humor reflexivo y sereno, que parece la
suprema ironía de quien había andado mucho mundo y sufrido muchos descalabros
en la vida, sin que ni los duros trances de la guerra, ni los hierros del
cautiverio, ni los empeños, todavía más duros para el alma generosa, de la
lucha cotidiana y estéril con la adversa y apocada fortuna, llegasen a empañar
la olímpica serenidad de su alma, no sabemos si regocijada o resignada. Esta
humana y aristocrática manera de espíritu que tuvieron todos los grandes
hombres del Renacimiento, pero que en algunos anduvo mezclada con graves
aberraciones morales, encontró su más perfecta y depurada expresión en Miguel de
Cervantes, y por esto principalmente fué humanista más que si hubiese sabido de
coro toda la antigüedad griega y latina.»
Créditos:
Extracto del discurso leído
por D. Marcelino Menéndez y Pelayo, en el Paraninfo de la Universidad Central (ahora,
Complutense de Madrid), el 8 de mayo de 1905, en la solemne fiesta académica
celebrada con motivo del III Centenario de la publicación (de la primera parte)
del Quijote, y recogido bajo el título
Cultura literaria de Miguel de Cervantes
y elaboración del «Quijote», en la selección realizada por José María de Cossío con el título San Isidoro,
Cervantes y otros estudios (de D. Marcelino), publicada por Espasa-Calpe como
número 251 de en su colección Austral,
tomado del ejemplar de la cuarta edición, de noviembre de 1959, (pp. 90-91), de
la biblioteca del autor.
Fotografía de la placa de
la calle Cervantes, en Valencia, colocada en conmemoración, también, del III
Centenario del Quijote, en abril de 2009,
del autor.
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