La semana pasada tuvo como especial protagonista, meteorológicamente hablando, al viento. Hubo un momento, incluso, en que prácticamente toda España estaba en alerta naranja, si no por viento, por nevada. (Aquí al lado el mapa de riesgos de AEMET para ese día,… cuando lo encuentre).
En concreto, puedo documentar y documento cómo el viernes, sobre las playas de Pinedo y El Saler, traía el viento un cierto oleaje que, mientras diversos navíos estaban a la espera de entrar en puerto, permitía disfrutar de las olas a varios surferos del viento.
El lunes por la tarde, realizando unas visitas de obra, la casualidad hizo que, yendo de una a otra, y aunque el viento ya estaba calmo, se levantara la brisa del recuerdo al pasar por cierta esquina. Recuerdo que comenté con mi compañero en el coche, y que motiva esta anotación para, precisamente, contribuir, aunque sea poco, a evitar que ciertos recuerdos desaparezcan arrastrados por el viento del “progreso”.
Pues el caso es que se trata de un hecho de la Historia de España, resumen de actuaciones heroicas y compendio de viles maniobras.
Tal día como hoy, del año de 1741, el viento que entonces soplaba sobre el Atlántico occidental permitió que la mayor flota reunida desde 150 años antes (en concreto, en 1588 con la Armada Invencible [nota curiosa: en Inglaterra era, sencillamente, la Spanish Armada, o Gran Armada]); el viento, decía, permitió que la mayor flota, reunida esta vez por parte de Inglaterra, se presentara a la vista de Cartagena de Indias, con el lógico propósito de atacarla, sitiarla, bloquearla, rendirla y tomarla.
Casi dos meses después de tal impresionante despliegue, los sobrevivientes de las fuerzas ofensivas se replegaban, y reembarcaban en bastantes menos buques que aquellos en los que habían llegado.
El gestor y responsable de la exitosa defensa de la plaza fue Blas de Lezo. Por confusión (evidente sólo con apreciar bien la fecha, que en ese momento desconocía) durante esos comentarios entre semáforo y semáforo, atribuí la dirección de la armada británica a Nelson, cuando quien la desempeñó (y despeñó) fue el almirante Edward Vernon.
Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada, ya superado el trago, fue uno de los que maniobraron contra quien les había salvado, hasta conseguir del rey Felipe V que, medio año después de la proeza, lo destituyera y sometiera a juicio.
Por suerte para Blas de Lezo, las fiebres le habían facilitado el tránsito al más allá mes y medio antes.
Por esas cosas que tiene la Historia, la Real Orden en cuestión fue emitida el 21 de octubre de 1741,… y otro 21 de octubre, justo 64 años después, frente al cabo Trafalgar, otros españoles dieron ejemplo de heroísmo mientras otros, también españoles pero más a seguro, lo hacían de vileza.
Y es que el pecado de Blas de Lezo fue que, aunque héroe, resultó vencedor en la acción, y eso dificulta la búsqueda de culpables. Por tanto, ¿para qué recordarlo?
La documentación del recuerdo, y las ilustraciones, proceden del libro de Pablo Victoria El día que España derrotó a Inglaterra. De cómo Blas de Lezo, tuerto, manco y cojo, venció en Cartagena de Indias a la otra “Armada Invencible”, editado por Áltera, según mi ejemplar de la segunda edición, de diciembre de 2006.
Volviendo al principio, estos recuerdos fueron avivados por el hecho de pasar, como he dicho, junto a una esquina en la que podía leerse el nombre de la calle, precisamente, en honor a Blas de Lezo. Sin embargo, en ese subliminal arte de mostrar las evidencias para mejor ocultarlas, en Valencia esa calle se encuentra totalmente diluida (y por tanto, desconocida) dentro del resultado final que se obtuvo a principios de los años 1990’s tras el soterramiento del ferrocarril en la zona de los Poblados Marítimos, y que se conoce, en general, por el nombre del principal de los tramos en cuestión, es decir, Serrería.
[De hecho, en una guía de 1964 ni aparece la calle, y en 1980, simplemente es la playa de vías de la Estación de El Cabañal de aquel entonces]
Para finalizar, transcribo del libro referido, la escena del 4 de mayo, una vez recibido el mensaje de las tropas inglesas informando de su retirada.
“Por eso, a la hora de rendir el parte de guerra al Virrey, cuadrándose con toda la solemnidad de que un militar puede hacer gala, Don Blas de Lezo, le informó:
–Señor Virrey, hemos quedado libres de estos inconvenientes –frase que revelaba la austeridad de sus comentarios y, a la vez, el estoicismo con que solía enfrentar los duros avatares del combate (…) Eslava, admirado, respondió con un escueto,
–Gracias –lo cual Lezo respondió:
–Este feliz suceso no puede ser atribuido a causas humanas, sino a la misericordia de Dios–, dio media vuelta y se marchó, dejando tras de sí el habitual toc toc de su pata de palo. Asímismo lo había consignado en su Diario puntual el 20 de abril de 1741.”
En concreto, puedo documentar y documento cómo el viernes, sobre las playas de Pinedo y El Saler, traía el viento un cierto oleaje que, mientras diversos navíos estaban a la espera de entrar en puerto, permitía disfrutar de las olas a varios surferos del viento.
El lunes por la tarde, realizando unas visitas de obra, la casualidad hizo que, yendo de una a otra, y aunque el viento ya estaba calmo, se levantara la brisa del recuerdo al pasar por cierta esquina. Recuerdo que comenté con mi compañero en el coche, y que motiva esta anotación para, precisamente, contribuir, aunque sea poco, a evitar que ciertos recuerdos desaparezcan arrastrados por el viento del “progreso”.
Pues el caso es que se trata de un hecho de la Historia de España, resumen de actuaciones heroicas y compendio de viles maniobras.
Tal día como hoy, del año de 1741, el viento que entonces soplaba sobre el Atlántico occidental permitió que la mayor flota reunida desde 150 años antes (en concreto, en 1588 con la Armada Invencible [nota curiosa: en Inglaterra era, sencillamente, la Spanish Armada, o Gran Armada]); el viento, decía, permitió que la mayor flota, reunida esta vez por parte de Inglaterra, se presentara a la vista de Cartagena de Indias, con el lógico propósito de atacarla, sitiarla, bloquearla, rendirla y tomarla.
Casi dos meses después de tal impresionante despliegue, los sobrevivientes de las fuerzas ofensivas se replegaban, y reembarcaban en bastantes menos buques que aquellos en los que habían llegado.
El gestor y responsable de la exitosa defensa de la plaza fue Blas de Lezo. Por confusión (evidente sólo con apreciar bien la fecha, que en ese momento desconocía) durante esos comentarios entre semáforo y semáforo, atribuí la dirección de la armada británica a Nelson, cuando quien la desempeñó (y despeñó) fue el almirante Edward Vernon.
Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada, ya superado el trago, fue uno de los que maniobraron contra quien les había salvado, hasta conseguir del rey Felipe V que, medio año después de la proeza, lo destituyera y sometiera a juicio.
Por suerte para Blas de Lezo, las fiebres le habían facilitado el tránsito al más allá mes y medio antes.
Por esas cosas que tiene la Historia, la Real Orden en cuestión fue emitida el 21 de octubre de 1741,… y otro 21 de octubre, justo 64 años después, frente al cabo Trafalgar, otros españoles dieron ejemplo de heroísmo mientras otros, también españoles pero más a seguro, lo hacían de vileza.
Y es que el pecado de Blas de Lezo fue que, aunque héroe, resultó vencedor en la acción, y eso dificulta la búsqueda de culpables. Por tanto, ¿para qué recordarlo?
La documentación del recuerdo, y las ilustraciones, proceden del libro de Pablo Victoria El día que España derrotó a Inglaterra. De cómo Blas de Lezo, tuerto, manco y cojo, venció en Cartagena de Indias a la otra “Armada Invencible”, editado por Áltera, según mi ejemplar de la segunda edición, de diciembre de 2006.
Volviendo al principio, estos recuerdos fueron avivados por el hecho de pasar, como he dicho, junto a una esquina en la que podía leerse el nombre de la calle, precisamente, en honor a Blas de Lezo. Sin embargo, en ese subliminal arte de mostrar las evidencias para mejor ocultarlas, en Valencia esa calle se encuentra totalmente diluida (y por tanto, desconocida) dentro del resultado final que se obtuvo a principios de los años 1990’s tras el soterramiento del ferrocarril en la zona de los Poblados Marítimos, y que se conoce, en general, por el nombre del principal de los tramos en cuestión, es decir, Serrería.
[De hecho, en una guía de 1964 ni aparece la calle, y en 1980, simplemente es la playa de vías de la Estación de El Cabañal de aquel entonces]
Para finalizar, transcribo del libro referido, la escena del 4 de mayo, una vez recibido el mensaje de las tropas inglesas informando de su retirada.
“Por eso, a la hora de rendir el parte de guerra al Virrey, cuadrándose con toda la solemnidad de que un militar puede hacer gala, Don Blas de Lezo, le informó:
–Señor Virrey, hemos quedado libres de estos inconvenientes –frase que revelaba la austeridad de sus comentarios y, a la vez, el estoicismo con que solía enfrentar los duros avatares del combate (…) Eslava, admirado, respondió con un escueto,
–Gracias –lo cual Lezo respondió:
–Este feliz suceso no puede ser atribuido a causas humanas, sino a la misericordia de Dios–, dio media vuelta y se marchó, dejando tras de sí el habitual toc toc de su pata de palo. Asímismo lo había consignado en su Diario puntual el 20 de abril de 1741.”
Evidentemente no puedo añadir más a lo aportado sobre Blas de Lezo pero sí quería añadir algo a la manía, aquí en Valencia por lo menos, de trocear las calles con los nombres. Para los que hemos entrado muchas veces a Valencia por la Avenida del Cid nunca sabemos exactamente dónde estamos excepto cuando llegamos a la Plaza del Obispo Amigó o a la Plaza de España, y esta última no es físicamente una plaza.
ResponderEliminarOtro caso es la calle Reina Doña María, cuando tengo que explicar a alguien su situación termino diciendo que es la primera manzana de Literato Azorín desde el Mercado de Ruzafa. Otro ejemplo es la calle Universidad, que es la primera manzana de la calle Comedias desde Pintor Sorolla. Hace unos años unos turistas me preguntaron por dicha calle y no supe indicarles, estando como estabamos en la dichosa calle.
Del sistema de numeración de los portales también se podría hablar pero hoy no es el día.