“- Hay que reconocer, señor Ralph, que ha encontrado una forma muy curiosa de afirmar que la Tierra ha disminuido de tamaño. Así, porque ahora se puede dar la vuelta al mundo en tres meses…
- En ochenta días solo -intervino Phileas Fogg.
- En efecto, señores – añadió John Sullivan-, en ochenta días desde que se ha abierto la sección del Great Indian Peninsular Railway, entre Rothal y Allahabad; y he aquí el cálculo establecido por el Morning Chronicle:
(…)
De Bombay a Calcuta, por ferrocarril …………. 3 días.
(…) Total ……………………………………….. 80 días.”
Esta ocurrencia del periódico desencadenó, como sabemos, un viaje realmente increíble, por momentos, flemático, en ocasiones, frenético, a veces, traumático, nunca, apático.
Veintitrés días después, ni la niebla londinense pudo impedir que el tal Fogg se encontrara ya en Calcuta, procedente de Benarés:
“A partir de Benarés, la vía férrea sigue, en parte, el valle del Ganges. A través de las ventanillas del vagón, y con un tiempo bastante claro, se contemplaba el variado paisaje del Behar, después las montañas cubiertas de verdor, los campos de cebada, maíz y trigo, ríos y estanques poblados de caimanes verdosos, pueblos bien cuidados y bosques todavía verdes. Algunos elefantes y cebúes de gruesa giba iban a bañarse a las aguas del río sagrado, y también, pese a lo avanzado de la estación y a la fría temperatura, bandadas de hindúes de ambos sexos, que cumplían piadosamente sus santas abluciones.”
Sí, la India ya no era lo que era:
“Actualmente, la Compañía [de Indias] ya no existe, y las posesiones inglesas de la India dependen directamente de la Corona.
Por eso, el aspecto, las costumbres y las divisiones etnográficas de la península tienen que modificarse. Antaño, se viajaba por medio de todos los antiguos sistemas de transporte, a pie, a caballo, en carro, en carretilla, en palanquín, montado sobre otra persona, en coach [diligencia], etc. Actualmente, los steamboats [barcos de vapor] recorren el Indo y el Ganges a grandes velocidades, y un ferrocarril, que atraviesa la India en toda su anchura y ramificándose durante su recorrido, pone Bombay a tan solo tres días de distancia de Calcuta.
El trazado del ferrocarril no sigue una línea recta a través de la India. La distancia, a vuelo de pájaro, no es más que de mil a mil cien millas, y los trenes, con que estuviesen animados únicamente de una velocidad media, no tardarían tres días en recorrerla; pero esa distancia se ve aumentada, por lo menos en un tercio, a causa de la curva que describe el ferrocarril al subir haasta Allahabad, en el norte de la península.
He aquí, a grandes rasgos, el trazado del Great Indian Peninsular Raiway: partiendo de la isla de Bombay, atraviesa Salcette, salta al continente frente a Tannah, franquea la cadena de los Ghates Occidentales, corre por el Noroeste hasta Burhampur, atraviesa el territorio casi independiente del Bundelkund, sube hasta Allahabad, se desvía hacia el Este, encuentra el Ganges en Benarés, se desvía ligeramente y, descendiendo hacia el Sudeste por Burdivan y la ciudad francesa de Chandernagor, acaba su recorrido en Calcuta.”
Estas loas al ferrocarril británico en la India no es patrimonio exclusivo de Julio Verne, pues, por ejemplo, con fecha del pasado día 17, en su columna en La Razón también hacía César Vidal alabanza del ferrocarril, las carreteras, la educación, y todo lo británicamente buena que es la India.
“A las ocho de la mañana, y quince millas antes de la estación de Rothal, el tren se paró en medio de un amplio calvero rodeado de algunos bungalós y de cabañas de obreros. El revisor del tren pasó por delante de la fila de vagones anunciando:
- Los viajeros se apean aquí.
Phíleas Fogg miró a Sir Francis Cromarty, quien pareció no entender nada de lo que ocurría con aquella parada en medio de tamarindos.
Passepartout, no menos sorprendido, bajó a la vía y regresó, casi al instante, gritando:
- ¡Señor! ¡Se acabó la vía férrea!
- ¿Qué quiere usted decir? -preguntó sir Francis Cromarty.
- Quiero decir que el tren no continúa.
El brigadier se apeó inmediantamente del vagón. Phileas Fogg lo siguió sin apresurarse. Ambos se dirigieron al revisor.
- ¿Dónde estamos? -preguntó sir Francis Cromarty.
- En la aldea de Kholby –respondió el revisor.
- ¿Nos paramos aquí?
- Sin duda. La vía está sin acabar.
- ¿Cómo? ¿Qué no está acabada?
- No. Queda por establecer el tendido en un recorrido de unas cincuenta millas, entre este punto y Allahabad, donde continúa la vía.
- Sin embargo, los periódicos han anunciado la total apertura del ferrocarril.
- ¿Qué quiere, mi oficial? Los periódicos se han equivocado.”
En resumen, Julio Verne (aunque no hace mención literalmente, a “las vacas sagradas en la India”), también nos prevenía: no hay que creerse todo lo que uno lee en los periódicos.
Créditos:
Fotografía mostrando el índice de ocupación de un tren en la India, tomada de internet.
Extractos de La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, según traducción de Javier Torrente Malvido, en edición de Anaya de octubre de 2005.
Ilustración de Pablo Torrecilla, sobre el episodio de la continuación del “viaje en ferrocarril”, aunque a lomos de elefante, tomada de la antedicha edición de la novela.
- En ochenta días solo -intervino Phileas Fogg.
- En efecto, señores – añadió John Sullivan-, en ochenta días desde que se ha abierto la sección del Great Indian Peninsular Railway, entre Rothal y Allahabad; y he aquí el cálculo establecido por el Morning Chronicle:
(…)
De Bombay a Calcuta, por ferrocarril …………. 3 días.
(…) Total ……………………………………….. 80 días.”
Esta ocurrencia del periódico desencadenó, como sabemos, un viaje realmente increíble, por momentos, flemático, en ocasiones, frenético, a veces, traumático, nunca, apático.
Veintitrés días después, ni la niebla londinense pudo impedir que el tal Fogg se encontrara ya en Calcuta, procedente de Benarés:
“A partir de Benarés, la vía férrea sigue, en parte, el valle del Ganges. A través de las ventanillas del vagón, y con un tiempo bastante claro, se contemplaba el variado paisaje del Behar, después las montañas cubiertas de verdor, los campos de cebada, maíz y trigo, ríos y estanques poblados de caimanes verdosos, pueblos bien cuidados y bosques todavía verdes. Algunos elefantes y cebúes de gruesa giba iban a bañarse a las aguas del río sagrado, y también, pese a lo avanzado de la estación y a la fría temperatura, bandadas de hindúes de ambos sexos, que cumplían piadosamente sus santas abluciones.”
Sí, la India ya no era lo que era:
“Actualmente, la Compañía [de Indias] ya no existe, y las posesiones inglesas de la India dependen directamente de la Corona.
Por eso, el aspecto, las costumbres y las divisiones etnográficas de la península tienen que modificarse. Antaño, se viajaba por medio de todos los antiguos sistemas de transporte, a pie, a caballo, en carro, en carretilla, en palanquín, montado sobre otra persona, en coach [diligencia], etc. Actualmente, los steamboats [barcos de vapor] recorren el Indo y el Ganges a grandes velocidades, y un ferrocarril, que atraviesa la India en toda su anchura y ramificándose durante su recorrido, pone Bombay a tan solo tres días de distancia de Calcuta.
El trazado del ferrocarril no sigue una línea recta a través de la India. La distancia, a vuelo de pájaro, no es más que de mil a mil cien millas, y los trenes, con que estuviesen animados únicamente de una velocidad media, no tardarían tres días en recorrerla; pero esa distancia se ve aumentada, por lo menos en un tercio, a causa de la curva que describe el ferrocarril al subir haasta Allahabad, en el norte de la península.
He aquí, a grandes rasgos, el trazado del Great Indian Peninsular Raiway: partiendo de la isla de Bombay, atraviesa Salcette, salta al continente frente a Tannah, franquea la cadena de los Ghates Occidentales, corre por el Noroeste hasta Burhampur, atraviesa el territorio casi independiente del Bundelkund, sube hasta Allahabad, se desvía hacia el Este, encuentra el Ganges en Benarés, se desvía ligeramente y, descendiendo hacia el Sudeste por Burdivan y la ciudad francesa de Chandernagor, acaba su recorrido en Calcuta.”
Estas loas al ferrocarril británico en la India no es patrimonio exclusivo de Julio Verne, pues, por ejemplo, con fecha del pasado día 17, en su columna en La Razón también hacía César Vidal alabanza del ferrocarril, las carreteras, la educación, y todo lo británicamente buena que es la India.
“A las ocho de la mañana, y quince millas antes de la estación de Rothal, el tren se paró en medio de un amplio calvero rodeado de algunos bungalós y de cabañas de obreros. El revisor del tren pasó por delante de la fila de vagones anunciando:
- Los viajeros se apean aquí.
Phíleas Fogg miró a Sir Francis Cromarty, quien pareció no entender nada de lo que ocurría con aquella parada en medio de tamarindos.
Passepartout, no menos sorprendido, bajó a la vía y regresó, casi al instante, gritando:
- ¡Señor! ¡Se acabó la vía férrea!
- ¿Qué quiere usted decir? -preguntó sir Francis Cromarty.
- Quiero decir que el tren no continúa.
El brigadier se apeó inmediantamente del vagón. Phileas Fogg lo siguió sin apresurarse. Ambos se dirigieron al revisor.
- ¿Dónde estamos? -preguntó sir Francis Cromarty.
- En la aldea de Kholby –respondió el revisor.
- ¿Nos paramos aquí?
- Sin duda. La vía está sin acabar.
- ¿Cómo? ¿Qué no está acabada?
- No. Queda por establecer el tendido en un recorrido de unas cincuenta millas, entre este punto y Allahabad, donde continúa la vía.
- Sin embargo, los periódicos han anunciado la total apertura del ferrocarril.
- ¿Qué quiere, mi oficial? Los periódicos se han equivocado.”
En resumen, Julio Verne (aunque no hace mención literalmente, a “las vacas sagradas en la India”), también nos prevenía: no hay que creerse todo lo que uno lee en los periódicos.
Créditos:
Fotografía mostrando el índice de ocupación de un tren en la India, tomada de internet.
Extractos de La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, según traducción de Javier Torrente Malvido, en edición de Anaya de octubre de 2005.
Ilustración de Pablo Torrecilla, sobre el episodio de la continuación del “viaje en ferrocarril”, aunque a lomos de elefante, tomada de la antedicha edición de la novela.
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