viernes, 2 de enero de 2009

Bien está lo que bien acaba

A finales de febrero de este año recién pasado recogí, como detalle del Colegio de Ingenieros Industriales (estoy colegiado), el catálogo de la exposición “Dos siglos de industrialización en la Comunidad Valenciana” (no lo siento: me niego a mezclar idiomas). [Tal vez fue una suerte no haber podido asistir a la exposición, porque casi seguro que hubiera comprado el catálogo, encontrándome entonces con dos ejemplares]

En el catálogo, dividido en distintas secciones según el tipo de industria, existe una sección (Metal-siderurgia), que recoge el artículo “Metales comunes e ingenios mecánicos”, firmado por Anaclet Pons y Justo Serna, de la Universidad de Valencia.

En dicho artículo se refleja:

Y un momento significativo lo fue, sin duda, cuando La Maquinista Valenciana fabricaba la estatua del rey Jaime I (…) Fue necesario fundir para ello el bronce de seis cañones cedidos por el Ejército para conseguir parte de los quince mil kilogramos necesarios, además de varios meses de trabajo y un sonoro retraso”.

Completando lo que se recoge en el artículo, podemos decir que la empresa se había fundado en 1880 (y todavía continúa en activo), los cañones procedían del puesto de Peñíscola, y el retraso se refiere a que la adjudicación a la empresa se produjo mediante un concurso cuya plazo de presentación de plicas había finalizado el 20 de enero de 1887 (por cierto, la oferta era de 30.000 pesetas, cuando el contrato con el escultor fue firmado por 50.000 pesetas [creo que la SGAE no intervino]), y que el modelo en madera esculpido por Agapito Vallmitjana, troceado para el transporte, había entrado en la fábrica el 10 de agosto de 1888.



La cuestión es que, finalmente, fundida por Francisco Climent, socio propietario de la empresa (tanto su nombre, como el de la empresa, y por supuesto, el del escultor, figuran, como se puede ver, en la base de la estatua); finalmente, decía, y nada más apropiado al día, el 31 de diciembre de 1890, y arrastrada por un rulo especial del que disponía el Ayuntamiento, a las nueve de la noche salía la estatua de la fábrica, y tras un recorrido por la reciente ronda de la ciudad (como quien dice, todavía estaba caliente el derribo de las murallas), llegaba al Parterre terminándose la operación del traslado a las dos menos cuarto.



Como se recoge en el artículo referido “doce días después se colocaba en su pedestal. La inauguración oficial se demoró mucho más, no realizándose hasta el 20 de julio de 1891 en el marco de la Feria” (como puede observarse, se dio el curioso caso de que se inaugurara una obra seis meses después de estar terminada; menos mal que esta costumbre se ha perdido, y ahora se inauguran las obras como toca, es decir, antes de terminarlas del todo)

Este apartado del artículo acaba reseñando que “quedaba así expuesta una estatua ecuestre a mayor gloria del rey Conquistador y cristiano, aquel que, por encima de todo, había librado a Valencia del yugo musulmán, según reza la leyenda que adorna uno de los laterales del pedestal

Esta expresión fue motivo de polémica con motivo de la reciente restauración de la estatua, habiendo quien propuso (incluso quien exigió) que se retirara; finalmente se ha mantenido como esta reciente fotografía acredita (bueno, también acredita que necesita una buena limpieza) [las fotografías históricas están tomadas del catálogo en cuestión].

Queriendo documentarme para otra cosa, me he encontrado con algo que no buscaba (que es lo que suele pasar), en la obra Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, de Edward Gibbon (cuyo primer volumen se publicó en febrero de 1776, y el sexto y último en 1788 – acabado “la noche del 27 de junio de 1787”), según la edición abreviada de Dero A. Sanders, realizada en 1952, editada por RBA dentro de la colección Grandes obras de la cultura (sí, de ésas que se distribuyen en kioscos).

En esta obra me he encontrado, en la descripción del Imperio Romano tal como era en el siglo II después de Cristo, lo siguiente:

La actual España, extremo occidental del Imperio, de Europa y del mundo antiguo, ha conservado de modo invariable en todas las épocas los mismos límties naturales (…) De entre los bárbaros nativos, los celtíberos eran los más poderosos, del mismo modo que los cántabros y astures demostraron ser los más indómitos. Confiados en la fuerza defensiva de sus montañas, fueron los últimos en rendirse al ejército de Roma y los primeros en sacudirse el yugo de los árabes.

No sé si es que estoy muy sensible, pero el caso es que aquí no aprecio ese cierto retintín que sí aprecio en el último párrafo transcrito del artículo del catálogo de la exposición.

Pero bueno, no discutamos, y ante lo que bien acaba, tengamos un pequeño recuerdo a la Alianza de Civilizaciones y todo eso, y siendo el día que es, vayámonos a Madrid, al antiguo Palacio de la Marina, actualmente Senado de España, y apreciemos en toda su plenitud un cuadro de Francisco de Pradilla y Ortiz (encargado por el Senado en 1878, y entregado en 1882), del cual puede leerse una extensa reseña a través del sitio del Senado, aquí.

517 años se cumplen del hecho histórico, y, ¡voto a bríos que tampoco lo siento!

3 comentarios:

  1. ¿Los cañones utilizados eran del puesto o del puerto de Peñíscola?

    ResponderEliminar
  2. He utilizado la palabra "puesto" porque no sé la procedencia concreta. Tengo la referencia de que los cedió el Ejército (no la Armada): averiguar si se trataba de artillería de costa o propiamente de alguna guarnición que allí existiera, se queda como deber para este año.

    ResponderEliminar
  3. Montoro, el viñetista de la Razón, utilizó el cuadro de Padilla el día 2 de enero para establecer una analogía con la actual guerra israelo-palestina: si esto hubiera sucedido 500 años más tarde se hubiera tratado de una "respuesta desproporcionada".

    ResponderEliminar