“- Siempre quise ver un marciano –dijo Michael–. ¿Dónde están, papá? Me
lo prometiste.
- Ahí están –dijo papá, sentando a Michael en el
hombro y señalando las aguas del canal.
Los marcianos estaban allí. Timothy se estremeció.”
En el verano de 1946 se
publicaba en la revista
Planet Stories
el relato de Ray Bradbury titulado
El
picnic de un millón de años, que con el tiempo formaría parte de
Crónicas marcianas, recopilación de
relatos publicada en 1950.
“Más arriba de los pueblecitos, esparcidas como guijarros, se veían unas
quintas. En donde habían encontrado un prado o un arroyo, las antiguas familias
marcianas habían construido una piscina de mosaicos, una biblioteca y un patio
con un surtidor.”
Los 27 relatos del libro
nos muestran el desarrollo de la relación entre la sociedad terrestre y la
marciana en un periodo de tiempo que se sitúa entre enero de 1999 y octubre de
2026. La naturaleza de los relatos es muy diversa, tanto en extensión como en ubicación,
y, especialmente, en las características de los personajes.
El libro comienza con una
breve descripción del despegue del cohete que lleva la primera expedición
terrestre a Marte, aunque esto se deduce por el contexto del libro pues la
descripción se centra en mostrar cómo el calor de los gases de combustión que
emite el cohete mientras está en la plataforma llena la atmósfera vecina, y
convierte el invierno nevado de enero de 1999 en Ohio en “el verano del cohete”.
Este inicio del libro ya
nos da una idea de que, aunque encuadrado en el género de ciencia-ficción, su
objetivo no es mostrarnos grandes desarrollos científicos y tecnológicos. De
hecho, apenas se dan detalles que muestren el avance tecnológico tanto de la
sociedad terrestre como de la marciana, sea en tecnología espacial:
“- ¿Cómo diablos van a viajar? ¿Cómo van a llegar a Marte?
- En cohetes –dijo el viejo Quatermain.
- ¡Malditos aparatos! ¿Pero acaso tienen cohetes?
- Los habrán construido con sus ahorros.
- No sabía nada,
- Parece que supieron guardar el secreto, y los
armaron ellos mismos… Quizá en África.”
sea en tecnología más doméstica:
“El horno emitió un siseante suspiro, y ocho tostadas perfectamente
doradas, ocho huevos fritos, dieciséis lonjas de jamón, dos tazas de café y dos
vasos de leche fría brotaron de su cálido interior.”
Las crónicas nos muestran
otros aspectos sociales, muy distintos. Por ejemplo, la ansiedad de algunos
ante un futuro poco prometedor, viendo el viaje a Marte como una salvación:
“Quería ir a Marte en el cohete. Bajó a la pista en las primeras horas
de la mañana y a través de los alambres les dijo a gritos a los hombres uniformados
que quería ir a Marte. Les dijo que pagaba impuestos, que se llamaba Pritchard
y que tenía el derecho de ir a Marte. ¿No había nacido allí mismo en Ohio? ¿No
era un buen ciudadano? Entonces, ¿por qué no podía ir a Marte? (…) Él y otros
miles como él, todos los que tuvieran un poco de sentido común, se irían a
Marte. Ya lo iban a ver. Escaparían de las guerras, la censura, el estatismo,
la conscripción, el control gubernamental de esto o aquello, del arte o de la
ciencia. ¡Que se quedaran otros! Les ofrecía la mano derecha, el corazón, la
cabeza, por la oportunidad de ir a Marte ¿Qué había que hacer, qué había que
firmar, a quién había que conocer para embarcar en un cohete?”
o bien, cómo, por muy
lejos que uno esté, hay que respetar la ley:
“- Hemos venido del tercer planeta, la Tierra, en un cohete. Y hemos
descendido aquí, en el cuarto planeta, Marte...
- Esto es – explicó la mujer como si le hablara a
un niño – (…). Ahora, váyanse. Adiós.
Y se alejó rápidamente, pasando los dedos por
entre los abalorios de la cortina.
Los tres hombres se miraron.
- Propongo que rompamos la tela metálica – dijo
Lustig.
- No podemos hacerlo. Es propiedad privada. ¡Dios
santo!”
… o no:
“Y cuando todo estuvo perfectamente catalogado, cuando se eliminó la
enfermedad y la incertidumbre, y se inauguraron las ciudades y se suprimió la
soledad, los sofisticados llegaron de la Tierra. Llegaron en grupos, de
vacaciones, para comprar recuerdos de Marte, sacar fotografías o conocer el
ambiente; llegaron para estudiar y aplicar leyes sociológicas; llegaron con
estrellas e insignias y normas y reglamentos, trayendo consigo parte del
papeleo que había invadido la Tierra como una mala hierba, y que ahora crecía
en Marte casi con la misma abundancia. Comenzaron a organizar la vida de las
gentes, sus bibliotecas, sus escuelas; comenzaron a empujar a las mismas
personas que habían venido a Marte escapando de las escuelas, los reglamentos y
los empujones.
Era por lo tanto inevitable que algunas de esas
personas contestaran con otros empujones…”
“- Cuénteme algo de esa civilización – dijo señalando con la mano las
ciudades de la montaña.
- Sabían vivir en contacto con la naturaleza,
comprendían la naturaleza. No trataron de ser sólo hombres, y no animales.
Cuando apareció Darwin cometimos ese error. Lo recibimos con los brazos
abiertos, como a Huxley y a Freud, deshaciéndonos en sonrisas. Luego
descubrimos que no era posible conciliar las teorías de Darwin con nuestras
religiones, o por lo menos así lo pensamos. Quisimos derribar a Darwin, Huxley
y Freud. Pero eran inconmovibles. Y entonces, como unos idiotas, intentamos
destruir la religión. Lo conseguimos. Perdimos nuestra fe y el sentido de la
vida. Si el arte no era más que la sublimación de un deseo frustado, si la
religión no era más que un engaño, ¿para qué la vida? La fe lo explicaba todo.
Luego todo se perdió, junto con Freud y Darwin. Fuimos, y somos todavía, un
pueblo extraviado.
- ¿Y los marcianos encontraron el camino? -
preguntó el capitán.
- Sí. En Marte la ciencia y la religión se
enriquecieron mutuamente, sin contradecirse.”
los relatos nos acaban
mostrando el desarrollo del contacto entre la Tierra y Marte, con una imagen
que supongo intencionada por el autor: el primer relato publicado es el último tanto
en su situación cronológica como en la recopilación.
Así, pues, cabría entender que las crónicas marcianas reflejan lo que podría decirse un ciclo vital
planetario.
(Aunque para saber qué
sucede en la Tierra y qué sucede en Marte, haya que leer las crónicas, no esta
reseña.)
Créditos:
Cubierta y extractos de Crónicas marcianas, según traducción de Francisco
Abelenda, tomados de la octava reimpresión (diciembre de 1985) de la primera edición
(septiembre de 1975) realizada por Minotauro (pp. 237, 86, 129-130,
220, 50, 58, 143-144, 89-90)